¡El animal carnívoro! He aquí un infausto error de la naturaleza (si es que se puede imputar error a algo ciego, inconsciente, que actúa por tanteo al azar).
Si a pesar de todo persistimos en utilizar el término “error” en sentido metafórico, más adelante veremos que la naturaleza se halla plagada de errores y asimismo de horrores, y esto no es un juego de palabras, sino una coincidencia terminológica.
En vano la sensibilidad humana trata de ocultar la brutalidad y crueldad de lo seres vivientes en sus ciegas competiciones por la supervivencia. En vano se empeña en no querer ver el reverso de la medalla, en cerrar los ojos ante escenas desgarradoras que hieren las fibras más íntimas del sentimiento compasivo.
En los documentales cinematográficos y televisivos, por ejemplo, es muy frecuente mostrar cómo el carnívoro persigue implacablemente a su presa, pero casi nunca se muestra el funesto destino de esta última. En todo caso, se prefieren las circunstancias en las que la presa logra zafarse de su enemigo con el aplauso del público. Sin embargo, la realidad es muy otra. A cada instante que transcurre, ocurren en la biosfera infinidad de dramas, tanto en los fondos marinos como en su superficie; tanto en el fango como en los desiertos; tanto en la selva como en las praderas; bajo tierra, en el aire y en el interior de otros seres vivos; en todo sitio los depredadores atacan y consumen a sus víctimas.
También lo podemos ver en el ámbito vegetal, donde se trata de seres carentes de neuronas, de nervios, de ganglios nerviosos, pero en el reino animal esto es terrible, horroroso, injustificable, porque existe la sensibilidad en todos estos seres y la alta desesperación psicogénica en los animales superiores.
Se puede tratar de una araña que caza en su red a una mariposa, la envuelve con su tela a pesar de la desesperación del insecto, y lo devora. Se puede tratar de una serpiente que traga entero a un batracio que aún con vida se convulsiona en el tubo digestivo del reptil. Puede que un ave de rapiña trague viva a una culebra, o que capture una liebre para conducirla con sus garras hasta el nido con pichones para alimentarlos o que una orca devore enorme cantidad de peces. Todo esto vaya y pase, porque, una mosca, un batracio, una culebra, una liebre, un pez… tienen poco desarrollado el psiquismo, (aunque no por ello se hallan libres del sufrimiento). Pero si pensamos en un mono cuyo proceso energético psicógeno se asemeja tanto al nuestro y es capaz de sufrir en alto grado, que es capturado por un águila arpía para ser despanzurrado en su nido con pichones, entonces esto raya en el horror, y todo aquel que aún cierra los ojos y argumenta “¡total, no es un ser humano”!, no presenta las condiciones plenas, exquisitas de un ser humano. Tanto en una gota de agua estancada, bajo un microscopio como en plena selva, es posible asistir a la crueldad de la naturaleza, que es injusta. Aquí se trata de comprender con plena sensibilidad que todo, absolutamente todo sufrimiento es superfluo en el ecosistema entero, y que si existe, no es más que un funesto error de la naturaleza según nuestro sentido metafórico del lenguaje.
Es vano, injusto y ridículo que una madre animal sufra y se desespere porque un carnívoro se halla devorando ante sus ojos a sus cachorros. Más valdría que no tuviera vista, oído ni olfato. Es absurdo que un elefante o una ballena sufran hasta lo indecible la muerte de un compañero en manos del animal depredador hombre, quien quizás si tuviera raíz genética ancestral vegetariana no sería cazador.
Si este, el planeta Tierra, fuera un sistema sabiamente planificado, bastarían con creces los insensibles vegetales para garantizar como alimento la supervivencia de toda forma animal, incluido por supuesto, el hombre.
Esta breve descripción (¡hay muchísimo más…!) del brutal y despiadado panorama biológico, tiene una radical y negativa injerencia en el tema teológico y variadas pseudociencias que tratan de la naturaleza como si esta fuera un algo así como un vergel, fruto de un creador “puro amor por sus criaturas”.
Es inaudito que existan “criaturas” tales como el tigre, el leopardo, el león, el jaguar y otros carnívoros que persiguen a sus víctimas hasta cansarlas, herirlas, desangrarlas, asesinarlas y devorarlas, “simplemente por supervivencia”. ¿Y para qué? Y… “para que existan el tigre, el leopardo, el león, el jaguar y otros carnívoros”. ¡Qué sabia respuesta!
Yo, como biólogo, me horrorizo ante esta clase de naturaleza. ¿Acaso estos depredadores mencionados y todo el resto de los carnívoros que pueblan la biosfera, incluido el hombre, no podrían ser exclusivamente vegetarianos? Bastaría para ello con que poseyeran una dentición y aparato digestivo aptos, para eso. ¿Un tigre sin colmillos ni muelas carniceras? ¿Un águila sin garras? ¿Dejarían por ello los tigres de serlo por dedicarse a pastar en las praderas y las águilas comer sólo frutos de las copas de los árboles? No veo el inconveniente, no se vendría “el mundo abajo” por eso. Sería suficiente en este caso, un acomodamiento de las piezas ecológicas para que todo marchara equilibradamente.
Todo esto, amigos lectores, ¡pulveriza a todo supuesto ser creador “puro amor por sus criaturas” que, indolentemente estaría ojeando la vida planetaria plena de injusticias!
Ladislao Vadas