Vivimos insertos en un ecosistema íntimamente trabado (al mismo tiempo que cruel y despiadado). Estamos rodeados de alimañas Hay vida en nuestra piel, ¡por todas partes que tocamos! En nuestras fosas nasales, en nuestra boca, intestinos…Eventualmente también en el interior de otros órganos como pulmones, corazón, hígado, riñones… Allí pueden anidar bacterias o virus patógenos que nos infectan, o pueden instalase en nuestro torrente sanguíneo ciertos protozoarios nocivos.
La presencia de vida en nuestro planeta es casi universal, y todo proceso viviente se basa en una constante lucha: conjuntos de células contra conjuntos de células Se combate también célula a célula, sustancia química contra sustancia química.
Puesto que los microorganismos nocivos nos inundan y estamos “empapados” de ellos, no bien cesa la defensora corriente sanguínea por causa del paro cardíaco, todo el peso de la lucha se inclina a favor de dichos microorganismos que entonces nos devoran. Los agentes de “limpieza” planetaria a la larga ganan, y quedamos hechos una masa putrefacta con emanaciones que nuestro cerebro, a través de nuestras células olfatorias, interpreta como malolientes. Esto quizás como un factor de supervivencia, para que no se nos ocurra como a los buitres, hienas y otros carroñeros y necrófagos, devorar cadáveres e intoxicarnos por no hallarnos adaptados como ellos a digerirlos.
Desde que “somos” aún óvulo femenino por un lado y espermatozoide por el otro, es decir, separados en dos “planes” genéticos: uno el ovario, el otro en el testículo o en la vesícula seminal, y aun antes; cuando sólo somos células gonadales separadas del resto somático destinadas a formar los gametos que luego se unirán por azar, ya hay combate contra la amenaza de destrucción. Los leucocitos maternos, cuerpo a cuerpo, con invasores extraños nos tienen que liberar constantemente del peligro de muerte y muchas veces, esta es la que gana. Luego, durante el desarrollo embrionario, cuando nacemos, mientras crecemos, durante la adultez, en la ancianidad y hasta la detención cardiaca, somos sobrevivientes de un constante acosamiento de otros procesos vivos que también luchan ciegamente por lo mismo: la vida; como los virus, bacterias, hongos y protozoarios patógenos (todos “bellas criaturas”obras de un “sabio” creador, según se dice).
Aquí se revela a las claras, la ceguedad de todo, y buena parte de la ciencia biológica en manos de creyentes religiosos acérrimos, consiste sólo en meras pseudociencias. El equilibrio biológico justo de esta contienda sin tregua, es el estado de buena salud. Un equilibrio que se rompe muy a menudo activando las defensas orgánicas para vencer al enemigo biológico. A veces la victoria se logra a duras penas y con la ayuda de medicamentos, y otras se lucha ya sin éxito con un funesto desenlace para nuestros tejidos y la vida.
Estamos entonces, literalmente plagados de seres vivos en nuestro interior, que pugnan por sobrevivir. Somos un reservorio de biones enemigos que deben ser mantenidos a raya. Consistimos en un habitáculo de indeseables huéspedes junto con otros que nos benefician, tales como la flora intestinal, pero a veces no es sufiaciente. La podredumbre nos acecha en todo momento, sin solución de continuidad, y esto sin tener en cuenta otras agresiones del medio ambiente, los defectos congénitos y los accidentes.
Plantas y animales sin excepción, somos procesos de supervivencia. La “sabia”naturaleza tan adorada por muchos, ¡brilla por su ausencia!
La naturaleza no es sabia, como se suele decir a la ligera, es tan sólo oportunista, y muchas veces terriblemente cruel, despiadada y traicionera.
¡Cuidado con ella! ¡No nos descuidemos ni un “instante” para no caer en sus garras!
Ladislao Vadas