El actual proceso de supervivencia individual, trasladado a los ecosistemas, no varía en su finalidad. Toda asociación fortuita inserta como patrón de conducta en los códigos genéticos, toda simbiosis, mimetismo, ingenio o picardía para sortear peligros, toda dependencia entre las especies, apuntan a una sola y única finalidad: supervivencia. Lo que pudo ser, fue, y algo de eso es aún, todo el resto ha desaparecido. Las extinciones reveladas por la ciencia paleontológica lo corroboran con creces. Y lo que aún existe como ser viviente, lo es porque no quiere morir, huye de la muerte y la suerte lo acompañó, pues así se dio el mecanismo ciego, la trama molecular que compone células cuya tensión de vida se resiste a la desintegración y porque sus mecanismos fisiológicos y psíquico génicos seleccionados, han logrado un relativo y perecedero éxito dentro de un cuerpo mayor de relaciones que se denomina ecosistema, como el máximo nivel de organización puramente aleatoria y eliminatoria de la materia viva fallida.
¿Finalidad? El hombre no se ha cansado de buscar cierta finalidad en todo acontecer en este mundo geológico, planetario y cósmico. Búsqueda milenaria, afiebrada y comprensible como anhelo ante la angustia de vivir frente al vacío, a la posibilidad de la nada tras la muerte, y lo absurdo. Pero… al fin y al cabo, infortunadamente ¡búsqueda inútil! Y en definitiva, el hombre centraliza en sí mismo las causas finales. En un acto de jactancioso antropocentrismo, el se considera el fin por excelencia ante el universo entero con sus millones de galaxias. A el se refiere toda la doctrina teleológica (de los fines), pero por desgracia para nosotros, esto es tan sólo una vana ilusión como la de un supuesto “rey de una creación”, quien a su juicio cree que todo ha sido hecho para él, desde la Tierra hasta la última galaxia, el último quasar y el más recóndito quark del universo; todo sólo una ilusión de un “pobre piojito” del espacio perdido en la inmensidad.
Luego de toda esta disquisición, ¿qué nos queda por añadir? Según mi consejo de siempre, alejarnos de toda pseudociencia que nos sume en una ridícula irrealidad, muchas veces disfrazada de conocimiento científico auténtico también y resistente ante las falacias! Tirar a la basura todo texto antiguo que, impregnado del pasado remoto, nos pretende aleccionar acerca del mundo, la vida y el hombre, seleccionar la lectura, acudir a los mejores pensadores alejados de todo misticismo para no perder lamentablemente un tiempo a veces precioso a ser utilizado para la auténtica ciencia guiada por personas realmente capacitadas para este menester.
Ladislao Vadas