¿Quién se atrevería a cuestionar el sexo? Todos hablan del sexo, sin advertir quizás que nuestro mecanismo reproductor podría estar basado en otra forma de multiplicación. Por ejemplo asexual, o bien bisexual, pero con ausencia de celos.
Sabemos que todo el mundo acepta complacientemente y con toda reverencia a macho y hembra como dos formas biológicas necesarias; como un sistema reproductor inobjetable, dispuesto así por “algún sabihondo creador”, “demiurgo”, o –para muchos- “la no menos sabia naturaleza”; y a la pasión de los celos, como algo legítimo, sin advertir que se trata de una forma de egoísmo.
Sin embargo, es comprobable que el sexo, los celos y la discordia entre las parejas unidas por amor, acarrean al individuo “lanzado hacia la existencia” una serie de problemas que pueden opacar la intensa satisfacción que también ofrece el placer sexual por ciegos motivos de supervivencia. Angustias, sinsabores dramas, suicidios, locura, intrigas, injusticias, asesinatos y ruina de vidas incipientes puede ocasionar el “placentero invento” del sexo, y los celos por parte de cierto “sabio creador” para unos, por parte de la “sapiente naturaleza” para otros, según las creencias y los mitos.
¡Cuántas muertes por celos! ¡Cuántos dramas pasionales con pequeños testigos absortos, mudos de espanto, sin comprender nada por su corta edad; inocentes, aterrados niños a quienes les toca el aciago destino de contemplar el brutal castigo propinado a su madre por parte de “papá”, o el asesinato de uno de sus progenitores por parte del otro, o el suicidio por celos! ¡Cuánta corrupción en las clases gobernantes por causa de las seducciones sexuales! ¡Cuántos cursos de las guerras y de la historia cambiados hacia el mal, por influjo de la hembra sobre el macho y viceversa a veces!
Si bien también podemos exclamar: “¡Cuántas inspiraciones para exquisitas obras musicales, de arte pictórico, poético y de bien; cuanto placer gracias al sexo!”, ¿aquí ya hemos hecho justicia a dicho sexo? De ningún modo.
Debemos reconocer que, muchas veces, resulta dolorosamente caro el placer sexual. Lo que lo empaña es gravísimo, tan grave, que podemos exclamar sin ambages, que sexo y celos ¡son un verdadero error de la naturaleza! (Ya he demostrado con creces, en otros artículos, que ningún creador extranatural puede existir. Y de existir, si creó el sexo y los celos, habrá que aceptar sin ambages que ciertamente ha sido un verdadero chapucero). Sin embargo, aún sin el “aditamento” de los celos, el sexo por sí solo ya es un error por dar lugar a las frecuentes desavenencias y reyertas en las parejas, cuya incompatibilidad entra en conflicto con el amor que las une.
Una vez unidos, los enamorados, y cuando aplacada la pasión cegadora, no se entienden, discrepan y riñen de palabra o de obra, sin atreverse a optar por la separación porque en el fondo se quieren, entonces sufren y hacen sufrir. Esto nos indica que el sistema de la procreación instalado entre los seres humanos, es una equivocación, pues el sufrimiento está de más en el mundo.
Ahora bien, ¿se puede imputar error a algo inconsciente como lo son las manifestaciones de la sustancia universal (naturaleza)? Por supuesto que no, pero el error está y hay que señalarlo. Que se trata de un yerro de la naturaleza, es un decir, pero el error existe y molesta, traba la felicidad que legítimamente se merece el “ser consciente, inocente, lanzado al mundo”.
Incluso aquello a lo cual el vulgo otorga tanta atención y que mueve a una natural repulsión: las atracciones sexuales como el sadismo, el masoquismo, la homosexualidad, etc. no son más que otros tantos desvíos de las manifestaciones del Homo como proceso viviente consciente, ya de por sí fallido si por su parte intentamos admitir a cierto demiurgo creador de todo lo existente del universo entero.
A modo de moraleja, ¿qué nos falta añadir a este tétrico panorama homínido?
Que seamos lo mejor posible, buenos a carta cabal. Nuestro prójimo del futuro nos estará eternamente agradecido.
Ladislao Vadas