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LA NOCHE DEL CAMPOSANTO

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A 10 AÑOS DE UNA RARA AUTOCRÍTICA
A 10 AÑOS DE UNA RARA AUTOCRÍTICA

    Hace exactamente diez años, en la noche del martes 25 de abril de 1995, el entonces jefe del Ejército general Martín Balza aprovechaba la pantalla de Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neustadt, para patear el tablero y sacudir las conciencias: “Nuestro país vivió una década, la del 70, signada por la violencia, por un mesianismo y la ideología. Una violencia que se inició con el terrorismo…..y que desató una represión que hoy estremece. El Ejército creyó erróneamente que el cuerpo social no tenía los anticuerpos necesarios para entregar el flagelo y con la anuencia de muchos, tomó el poder. El Ejército no supo cómo enfrentar desde la ley plena al terrorismo demencial. Los errores de esa época llevaron a privilegiar la individualización del adversario; su ubicación por encima de la dignidad mediante la obtención, en algunos casos, de esa información por métodos ilegítimos, llegando incluso a la supresión de la vida. Se confundió el camino que lleva a todo fin justo y que pasa por el empleo de métodos justos. Una vez más reitero: el fin nunca justifica los medios. Algunos militares, muy pocos, usaron las armas para su provecho personal. Sería sencillo encontrar las causas que explicaran esto y otros errores de conducción, porque siempre el responsable es quien conduce, pero creo que con sinceridad que ese momento ha pasado y es la hora de asumir las responsabilidades que correspondan. El que algunos de sus integrantes deshonraran un uniforme que eran indignos de vestir, no invalida el desempeño abnegado y silencioso de los hombres y mujeres del Ejército de entonces. Siendo justos, miraremos y nos miraremos; siendo justos, reconoceremos sus errores y nuestros errores y veremos que del enfrentamiento entre argentinos somos casi todos culpables, por acción u omisión; por ausencia o por exceso, por anuencia o por consejo. Cuando un cuerpo social se compromete seriamente, llegando a sembrar la muerte entre compatriotas, es ingenuo intentar encontrar un solo culpable, de uno y otro signo, ya que la culpa en el fondo está en el inconsciente colectivo de la Nación toda.  A pesar de los esfuerzos realizados por la dirigencia política, creemos que aún no ha llegado el ansiado momento de la reconciliación. Lavar la sangre del hijo, del padre, del esposo, de la madre, del amigo, es un duro ejercicio de lágrimas, de desconsuelo, de vivir con la mirada vacía, de preguntarse por qué, por qué a mí. Quienes en este trance doloroso perdieron a los suyos, en cualquier posición y bajo cualquier circunstancia, necesitarán generaciones para aliviar la pérdida, para encontrarle sentido a la reconciliación sincera. Para los familiares de los muertos y desaparecidos, para ellos no son estas palabras, porque no tengo palabras. Sólo puedo ofrecerles respeto; silencio ante el dolor y el compromiso de todo mi esfuerzo para un futuro que no repita el pasado. Las listas de desaparecidos no existen en la Fuerza que comando; si es verdad que existieron en el pasado no han llegado a nuestros días. Ninguna lista traerá a la mesa vacía de cada familia el rostro querido, ninguna lista permitirá enterrar a los muertos que no están. Sin embargo, sin poder ordenar su reconstrucción por estar ante un hecho de conciencia individual, si existiera en el Ejército alguien que dispusiera de listados o, a través de de su memoria, la capacidad de reconstruir el pasado, le aseguro, públicamente, la reserva correspondiente y la difusión de las mismas bajo mi exclusiva responsabilidad. Asumo este costo, convencido que la obligación de la hora y el cargo que tengo el honor de ostentar, me lo imponen. De poco serviría un mínimo sinceramiento al empeñarnos a revisar el pasado no aprendiéramos de él para no repetirlo en el futuro. Ordeno, una vez más, al Ejército Argentino, en presencia de toda la sociedad, que: Nadie está obligado a cumplir una orden inmoral o que se aparte de las leyes y reglamentos militares.
  
Quien lo hiciera, incurre en una inconducta viciosa, digna de la sanción que su gravedad requiera. Sin eufemismos, digo claramente: delinque quien vulnera la Constitución Nacional; delinque quien imparte órdenes inmorales, delinque quien, para cumplir un fin que cree justo, emplea métodos injustos, inmorales. No es el Ejército la única reserva de la Patria, palabras dichas a los oídos militares por muchos, muchas veces. Las reservas que tiene una nación nacen de los núcleos dirigenciales de todas sus instituciones. Si no logramos elaborar el duelo y cerrar las heridas, no tendremos futuro, no debemos negar más el horror vivido, y así poder pensar en nuestra vida como sociedad hacia delante, superando la pena y el sufrimiento. Quiero decirles, como Jefe del Ejército, que, asegurando su continuidad histórica como institución de la Nación, asumo nuestra responsabilidad de los errores de esta lucha entre argentinos, que hoy nos vuelve a conmover. Pido la ayuda de Dios, como yo lo entiendo o como lo entienda cada uno, y pido la ayuda de todos los hombres y mujeres de nuestro amado país, para iniciar el tránsito del diálogo que restaure la concordia en la herida familia argentina.”
  
El silencio del conductor, y de todos los presentes, recién estallaría al día siguiente cuando en la portada de todos los matutinos se señalaba que, por primera vez en casi veinte años de la dictadura militar, un jefe del Ejército efectuaba semejante autocrítica.



Petete
en el infierno

   Pero en realidad, el salto hacia delante del general Martín Balza no se debió para nada a una iniciativa descolgada. El lunes 24, el diario oficialista La Prensa hacía saltar las rotativas con una entrevista exclusiva, efectuada por Fernando Almirón, al ex sargento primero del Ejército Víctor Petete
I báñez. Este revistó durante 1976 y 1978 en Campo de Mayo, donde funcionó el centro clandestino de detención El Campito, en el cual entre 2000 y 2300 detenidos desaparecidos estuvieron alojados para posteriormente ser arrojados al mar. “Todos tenían el mismo final, todos volaban” –relata I báñez al citado periodista- “Quiero hablar para reivindicar a los inocentes, murieron muchos inocentes. Ya me arrepentí ante Dios, ahora quiero hacerlo ante los hombres. Prestaba servicio en El Campito, en Campo de Mayo. Se usaron las edificaciones de lo que había sido la intendencia y el galpón de la carpintería. Ahora ya no queda nada, lo demolieron cuando llegaron los de Amnesty I nternacional (durante 1979). Mi tarea consistía en darles de comer a los detenidos, les traía ropa, los llevaba a bañar. No los interrogaba, porque de eso se ocupaba otra gente. Yo era una especie de celador. Las órdenes había que cumplirlas siempre, pero no todos eran de la fuerza, en los Grupos de Tareas también había miembros de las fuerzas de seguridad y hasta civiles. No usábamos uniforme y solo nos llamábamos por nuestros apodos. El mío era Petete, también me decían Chupete. A veces había hasta 20 detenidos en el campo, se llegó a tener 300. Cuando se juntaban muchos había que “evacuar”. Por la tarea que desarrollábamos no teníamos tiempo de ir a nuestras casas. La mía duró desde 1976 a 1978. Estimo que en ese período fueron alojados en el campo entre 2000 y 2300 detenidos, era un infierno.
  
Los vuelos tenían lugar tres o cuatro veces al mes, en ellos los detenidos eran arrojados al mar. Se usaban distintos tipos de máquinas: Hércules, Fokkers, hasta helicópteros. Recuerdo que una noche llevamos un cuerpo ya medio descompuesto en uno de esos helicópteros tipo mosquito. Volábamos a muy baja altura, mucho más bajo que los aviones, creo que era por el sur. Eran vuelos fantasmas, sin registro alguno. Esto que le voy a decir es tremendo, pero créame: alcancé a ver peces muy grandes, como tiburones, que se amontonaban y seguían a la máquina, los pilotos decían que estaban cebados. A los prisioneros se les inyectaba una droga fuertísima: paranoval. Se la inyectaba en cualquier lado y hacía estragos en segundos: producía como un paro cardíaco. Me acuerdo bien de esa droga, venía en una caja como de cigarrillos roja y blanca, tres ampollas por caja. En el depósito había centenares. A los prisioneros se les decía que se trataba de una vacuna obligatoria antes de pasarlos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Muchos se daban cuenta que se trataba del final. Algunos entraban en pánico, otros desafiaban a los del Grupo de Tareas, les decían que no mientan, que se animaran a matarlos ahí mismo. Se confeccionaron listas con sumo cuidado, las había de ingresos y egresos donde figuraba nombre y apellido de cada persona, la organización a la que pertenecían y otros datos”.
   Cuatro años después de esta nota, que le costó la cabeza a Fernando Almirón a causa del enojo gubernamental y la molestia de la entonces dueña del diario, Amalia Fortabat, publicaría Campo Santo. Los asesinatos del Ejército en Campo de Mayo, por la Editorial 21.
  
Cabe señalar también que la confesión de
I báñez, fue disparada en gran manera por las revelaciones del recientemente condenado ex capitán de corbeta Adolfo Scilingo, quien en el libro El vuelo de Horacio Verbitsky (Planeta, febrero de 1995), relataría con lujo de detalles como la Armada de Massera arrojaba desaparecidos al océano. También éste ex represor tuvo sus quince minutos de fama televisiva, cuando fue entrevistado por Mariano Grondona en su programa Hora Clave, en la noche del jueves 9 de marzo de 1995.
  
De más está decir que las famosas listas, mencionadas tanto por I báñez y Scilingo, pero negadas sistemáticamente tanto por Balza y Massera, jamás aparecieron y muchos de los responsables de los horrores relatados siguen gozando de la más absoluta impunidad. Pero no del juicio inapelable del peor de los verdugos: la conciencia inquieta.

 

Fernando Paolella

 

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