Anteanoche, en ese recinto embriagado de halitosis, esto es, en la casa del pueblo, el oficialismo se impuso en la votación de la reforma judicial.
A partir de su sanción parlamentaria y su publicación en el “pasquín oficial”, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, pasara a constituirse en otro satélite del Poder Ejecutivo, reservándose únicamente la administración de sus recursos, siempre y cuando se los giren regularmente, para abonar los salarios de jueces y empleados.
Desde su entrada en vigor, esta ley tornara factible, una manipulación en la designación de magistrados, con una severa y peligrosa acentuación de la discrecionalidad presidencial, para situar a sus eunucos como cogobernadores de la suerte de todos nosotros, los justiciables.
Durante mi paso por la carrera judicial, que deje atrás hace más de treinta años, conocí a Jueces, de esos con mayúsculas y englobando ese desteñido recuerdo, viene a mi memoria la estoica figura de un Juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional. Su apellido era Madariaga.
Este buen hombre, recto y ascético, tenía una familia numerosa que alimentar.
Y un fin de mes, al advertir que su sueldo no le cubriría sus necesidades y gastos, empeño en el Banco Ciudad su único abrigo Perramus.
Eran los tiempos de Lanusse, si mi memoria no me juega una mala pasada. Los de los excesos, según todos estos progres de Recoleta, que se arrogan la vindicta de los desposeídos y carenciados.
Siempre desdeñé esa cita de lugares comunes, sobre que "todo tiempo pasado fue mejor". Pero, por el Altísimo, que en algunos renglones de nuestra oscilante y espasmódica historia, es ello cierto.
Hoy nos exhiben las fotos de los actuales juzgadores y son tan asimilables con las destacadas en cualquier álbum de robos y hurtos de una departamental policial, que su sinonimia espanta.
Como, entre muchos, la de este fulano Oyarbide, a quien me presentaron hace no más de quince años, en su entonces domicilio, creo que en el barrio de Floresta, donde cohabitaba con su anciana madre, en uno de esas viviendas sociales de planta baja, uno detrás del otro.
Y si mal no recuerdo, mientras un amigo departía con el tristemente célebre juzgador, estaba cambiando un cuerito de una canilla en el pasillo de su vivienda, porque según comentaba, no podía costear los servicios de un plomero.
Hoy dicen, que es feliz propietario de un muy suntuoso piso en la Avenida Foch en lo más emblemático del parisino distrito de Lêtoile, cuyo avaluo alcanza los tres millones de euros.
Imaginemos, cuánto atesora en efectivo y demás caudales, recaudados en su paso por ese tribunal, en el que a diario prevarica y aumenta considerablemente su fortuna.
He transcripto estos dos contramodelos, para que reunamos una idea de concepto.
El de hace décadas y el contemporáneo.
Algo similar, podemos hipotetizar, sobre nuestros legisladores, ergo, los antiguos y los contemporáneos.
Agustin Rossi, el "Rocky" de la bancada oficialista, quebrado fraudulento, que emitió cientos de cheques sin provisión de fondos, es el Emile Zola parlamentario de nuestros tiempos.
Y fue en la víspera el "arriero" de todos sus indeseables compañeros de banca.
A la vista de las filas opositoras, se atrevió a timonear una votación mayoritaria ficta.
Y con sus "colaboracionistas" hizo naufragar las potestades del más trascendente de los Poderes del Estado.
Aunque parezca indigesto de leer ¡qué diferencia sustantiva! con ese "grupo de los 44", que en tiempos de Perón, eran la contracara del justicialismo en Diputados.
Y que con gallardía lideraba Don Arturo Frondizi, quien reemplazo a Ricardo Balbín, cuando el sistema lo interno en la Penitenciaría Nacional, por más de dos años.
En octubre, con cientos de miles de peruanos y bolivianos, habilitados para sufragar con flamantes documentos de identidad, con mas el lumpen fijo que esta adherido al trasero del gobierno y por sobre ello, con la trampa informática del método Indra, tomemos nota que el de ayer fue tan solo el prologo del mayor fraude.
Carlos Belgrano
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