Sabemos que el actual arsenal bélico a nivel planetario, es ciertamente una alucinante, demencial y más que elocuente muestra de la patología inadvertida que padece el auto- clasificado como Homo sapiens; una patología que ningún siquiatra trata de curar porque no la advierte siquiera, y aunque lo deseara hacer, fracasaría rotundamente en su empresa, porque tratar de extirpar este defecto equivaldría a arrancar un trozo de cerebro y aún así y todo, la anormalidad afloraría nuevamente en la descendencia de cada individuo porque está encerrada en el propio plan genético y es heredable.
El echar mano de la destrucción y la muerte, siempre ha sido un recurso tenido por natural en todo tiempo y lugar. El hombre es belicoso por naturaleza. Basta con despertar este instinto, para obtener a un asesino en el campo de batalla, y esto lo saben muy bien los comandantes. En ese caso, el asesinato ya es considerado como lícito; y cuanto más asesino se es, ¡mayor es el mérito! Los diversos pueblos siempre han estado en conflicto, basta con recorrer la historia para cerciorarse de ello.
Acadios, sumerios, egipcios, civilizaciones del valle del Indo, del río amarillo, asirios, caldeos, persas, griegos, romanos, vándalos, bárbaros, musulmanes, mongoles, y también los americanos aztecas e incas y… todos los pueblos del mundo de todos los tiempos, y a su vez invadidos, son un triste muestrario de la conducta humana. Esta es una constante de la índole del hombre.
No nos olvidemos de la primera y segunda guerras mundiales del pasado no tan lejano.
Empero lo más lamentable es que la agresividad y la belicosidad, se encuentran ¡filogenéticamente programadas como en las hormigas y las abejas! Son también propias del género humano; se hallan en sus genes y afloran durante las contiendas.
Suelen ser apretadas las secuencias de la alternativa guerra-paz.
Por motivos políticos, económicos, racistas, folclóricos, territorialistas, religiosos, de intereses creados, etc., el hombre siempre ha guerreado, tanto en los tiempos del arco y flecha, como en los de la fuerza nuclear, y esto es terrible, verdaderamente alucinante, al mismo tiempo que ridículo y lastimoso.
Poblaciones civiles enteras se ven arrasadas vandálicamente, sin haber tomado sus pobladores ni arte ni parte en los conflictos de las clases dirigentes de las naciones, o de los comandantes de ejércitos (guerras internas). De modo que “el ser lanzado a la existencia sin habérselo pedido a nadie, se puede encontrar de pronto envuelto en las peores situaciones bélicas, obligado a ir al frente de batalla para cumplir muchas veces con el simple capricho de un general “a quien no le gustó la cara de otro general”.
Mi pobre padre, por ejemplo, a los 18 años, en plena edad de oro, tuvo que alistarse obligatoriamente para intervenir en la primera contienda mundial. ¿Para defender qué? Ni el mismo jamás lo supo con claridad porque primero combatió a favor de un bando y luego lo tuvo que hacer en favor del contrario por mandato de los superiores, según los vaivenes de la política.
Fue luego herido y dado de baja como inválido por todo el resto de sus días.
¡Bonita biografía! ¿No es cierto?
Otras veces se esgrimen razones de patriotismo, pero a mi modo de ver, todo obedece a una falla del género Homo. ¿Cuál es esta falla? La falta de solidaridad a nivel mundial, de toda la “raza humana”, como se le denomina al proceso hominal. Las fronteras que encierran a los diversos pueblos en naciones, son una verdadera prueba de egoísmo disfrazado de nacionalismo y de soberanía. La institución de las fronteras es propiamente una flagrante aberración, una burla a la solidaridad mundial que debiera reinar de polo a polo.
Cuantas más naciones encerradas entre fronteras existan, mayores serán las probabilidades de conflictos bélicos.
Los errores “que cometió la naturaleza al formar al hombre”, son múltiples, y las xenofobias, racismos, prejuicios religiosos, egoísmos disfrazados de patriotismo, y la belicosidad innata sumada a todo ello, son los más altos de los exponentes de tales yerros, pues los primeros factores señalados son los generadores de conflictos y el último el precipitante de las guerras.
Los horrores como las mutilaciones, invalidez, pérdida de seres queridos, hambre, destrucción, miseria, enfermedad, sojuzgamiento, vejaciones, desprecios y múltiples penurias más como resultados de las luchas armadas –a veces justificadas por un bienestar futuro para determinado pueblo y nada de logros a nivel universa!- se constituyen en tétricas, sombrías muestras de lo que son capaces las manifestaciones de la ciega esencia del universo en forma de seres humanos. Los inofensivos bioelementos sitos en la Tierra que pisamos desaprensivamente, una vez que forman a un ser humano, se tornan peligrosos para el ser humano.
La ceguedad no existe tan sólo en el choque de dos galaxias en el espacio anticósmico, sino también en el choque armado entre los hombres de este punto cósmico en que se hallan protagonizando su escabrosa historia.
El último –y reciente en tiempo cronológico de la historia- conflicto bélico a nivel mundial, es una muestra sumamente escalofriante de lo que es capaz de realizar el hombre, este vándalo y bárbaro del pasado, cual huracán desatado en materia de horror, cuando excitado su inconsciente programado, hace su irrupción la conducta aberrante.
¡Cuidado Homo sapiens! ¡Qué no sea alguna próxima, descabellada aventura belicosa, la última de todas las locuras por hallarnos ya luego todos extinguidos a consecuencia de la misma!
¡Que no ocurra porque, a pesar de todo, este amargo pesimismo que he destilado cual hiel, existen aún buenas perspectivas si se impone la cordura!
También cabe, como corolario, un tema aparentemente distanciado del belicismo, que es la avalancha permanente de las pseudociencias, dentro de cuyos senos, en algunos casos también se crean conflictos ideológicos, unos más ridículos que otros, hasta dejar un tendal de víctimas del fanatismo con matanzas por prejuicios religiosos, patrioterismos, inmolaciones, ect.
Ladislao Vadas