“¿Sabés? Antes que a Martín lo
metieran en Devoto, yo vivía como en Matrix. No me daba cuenta de lo que
sucedía a mi alrededor. Colegio, noviazgo, casamiento, parece increíble pero
mi existencia se reducía a eso. A un contacto superficial, con lo que acontecía
en el mundo exterior”, comenta con un
jugo de naranja delante Natalia, hermana de Alejandra, novia del detenido por
protestar Martín Pablo Amitrano. Este vendedor de panchos y hamburguesas fue
detenido por una patota de cinco policías luego de la manifestación del
viernes 16 de julio de 2004 frente a la Legislatura porteña. Aquella iracunda
tarde, los medios vomitaron durante horas como un extraño grupo la emprendía
contra una puerta del centenario edificio, ante la sospechosa inacción
policial. Este cronista, que contemplaba el suceso sin entender por qué le
parecía una ópera bufa, concurrió al lugar de los hechos cuando habían
amainado un poco los disturbios. Cuando arribó al sector donde está
enclavado el monumento a Julio Argentino Roca, se impresionó por la cantidad
inusitada de efectivos de la Federal travestidos de piqueteros. Y con sólo un
golpe de vista, cayó en la cuenta que se preparaba de este modo una cacería
mayúscula. En la que Amitrano fue una presa más, junto con otros que
distaban mucho de ser los verdaderos responsables de los desmanes. Mientras
que, como es habitual en el jardín de infantes de los pingüinos felices,
la corporación mediática ignoró de plano la real procedencia de estos, así
como cargó todas las tintas contra los 23 vendedores ambulantes que ahora
cuentan sus días entre rejas.
Son
algo más de las 13:00 horas, y el bar enclavado en la intersección de la
avenida Santa Fe y Carlos Pellegrini recibe la habitual cuota de oficinistas
que dan cuenta de sus ajetreados almuerzos. Natalia los mira indiferente, por
momentos ni un amago de sonrisa asoma en sus labios: “Al
día siguiente, me enteré por mi marido que Martín estaba preso. Que boludo,
le dije, ahora se va a comer todo el fin de semana en una comisaría. Ni por
las tapas me imaginaba lo que luego sucedería”. El cronista sonríe,
mientras se lleva a los labios un cortado. Recuerda que ese mismo sábado, las
primeras páginas de la edición de Clarín
estaban dedicadas a los sucesos de la Legislatura. Con gran
dramatismo, Eduardo Van der Kooy relataba el ataque,
la destrucción, y el posterior incendio
del palacio por la violencia
piquetera, como si realmente hubiera estado allí presenciándolo
todo. Porque, como se constató en medios independientes incluido Tribuna
de Periodistas, sólo se trató de una puerta chamuscada por unos
sujetos muy serviciales.
Puerta que, paradójicamente, estaba custodiada por un individuo
bastante peculiar: Santiago El
Gitano Lancry, uno de los cabezas
de la
12, la barra brava de Boca Juniors. De filiación radical, el
citado ingresó en 1983 al edificio municipal cuando era el famoso Concejo
Deliberante, de la mano del caudillo boquense Carlos Bello, padre de Claudia.
De más está decir que la jueza Silvia Ramond, aquella que le endilgó a
Amitrano los cargos de “privación
ilegítima de la libertad” y “coacción
agravada”, ni se molestó en citarlo para tomarle declaración. Y
es probable que jamás lo haga.
“Antes
de la sesión, las puertas de la Legislatura fueron cerradas para prohibir a
los manifestantes que presenciaron el debate. La manifestación culminó en
violencia. Martín fue arrestado a las 18:58 horas en el subte cuando los
destrozos por parte de los atacantes había
concluido. Había estado en la manifestación tocando el bombo, y
haciendo notas con los canales de televisión para hablar con los
medios. Se quedó hasta tarde en la zona esperando que comenzara el programa
de Mauro Viale, que había armado una emisión con manifestantes en el estudio
y quería hacer una salida en vivo desde la Legislatura.
Cuando lo detuvieron, lo metieron
por la fuerza en un camión entre 5 y una vez dentro alguien le dio una patada
y tiraron sobre ellos un gas lacrimógeno.
Media hora después de la detención
de 23 personas, los hicieron bajar del vehículo en el complejo federal de
Lugano. Pasó la noche incomunicado en una celda de 2 por 2. Al otro día lo
llevaron al juzgado, y Martín declaró durante 3 horas”,
puntualiza un informe elaborado por la aludida Alejandra.
En la Argentina, no hay presos políticos
Durante
la dictadura militar, la publicidad oficial semejaba más a una fábula para
bobos que a una tramoya genial digna de Goebbels. En un comercial, que
exaltaba las bondades de la economía post Martínez de Hoz, un señor
atildado de traje y corbata decía muy ufano que “en
la Argentina, trabajo es lo que sobra”. Durante el truncado período
alfonsinista, el radical oriundo de Chascomús proclamaba que “con
la democracia, se cura, se come, se educa”, para luego sorprender
a propios y extraños con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. El
decenio menemato intentó convencer al electorado nacional que se había
ingresado por fin al mítico Primer
Mundo, para luego despertarse inmersos en la peor crisis económica
de toda la historia nacional. Fernando De la Rúa, junto con su secretario Darío
Lopérfido, estableció que el megacanje era la panacea de todas las jugadas,
pero terminó arrastrado por el estallido de la realidad del 19-20 de
diciembre de 2001. Mientras que la administración K, muy progresista, ensaya
pontificar que no existen presos políticos sino que se tratan de meros
detenidos comunes. “Martín
estaba ejerciendo su legítimo derecho a protestar, porque quería laburar y
no ir a robar. Ni se esperaba esto, a lo sumo pensó que lo tendrían una
noche pero jamás que lo terminaran alojando en el Pabellón 12 del penal de
Devoto. Está pasando por períodos de inestabilidad emocional, fijate que
para este fin de semana suspendió las visitas. Pues ve pasar los días,
cayendo en la cuenta que hace 10 meses que está preso”, afirma
Natalia. El cronista recuerda cuando lo entrevistó, a fines de septiembre del
año pasado. Le pidió que se hiciera todo lo posible al alcance, descontando
que a más tardar saldría para las fiestas de fin de año. A pesar de que se
corrió la bola que Kirchner decretaría un indulto, nada de esto ocurrió
puesto que se sigue sin reconocer la existencia de los denominados presos
por luchar. Como en el Proceso se inventa la categoría de los desaparecidos,
en los tiempos que corren los detenidos por razones por razones políticas
directamente no existen.
A
pesar de la esperanza de su hermana, para Natalia la situación procesal de
Amitrano dista de ser halagüeña. Sobre todo, ante la cercanía del juicio
oral que sin duda les será adverso a quienes el poder político solo ve como
delincuentes comunes:.“
La
Municipalidad perdió el libro en el que el 16 de julio quedó registrada la
entrada y salida de Pablo del edificio... Si, si... aunque usted no lo crea...
Así tenía que declarar el responsable quien dijese que fehacientemente ese
libro nunca iba a poder presentarse como prueba ya que fue extraviado”,
comenta con una sonrisa irónica Natalia.“Otra
casualidad permanente”, asevera para sí el cronista. Como
tantas otras, que siempre jalonan el profuso anecdotario nacional en la
enciclopedia argentina de truchadas. Lástima que Borges yace en una tumba
ginebrina, pues sino habría que encargarle un conveniente recuento de tantas
agachadas y desidia por parte del poder.
“A
la indiferencia interesada de los medios, que constituyen un apéndice de la
corporación política, hay que sumarle la inercia de los políticos que se
dicen nuestros representantes pero en realidad sólo están al servicio de sus
propios intereses mezquinos. A Martín lo vino a ver el ministro de Justicia
Horacio Rosatti, con quien estuvo reunido mate de por medio más de una hora.
Esto lo llenó de esperanza, pero al poco tiempo cayó en la cuenta que no
sucedería nada”, sigue comentado la
citada.
“Además,
el juicio girará en la responsabilidad consabida de los 23 detenidos a los
que se les tirará toda la responsabilidad de los desmanes. Ni por las tapas
osarán convocar a los verdaderos responsables, esos misteriosos encapuchados
que luego se hicieron humo. Así, el paquetito quedará armado con moño y
todo, y lo mismo sucederá con el próximo proceso del Puente Pueyrredón”, le
contesta el cronista.
Natalia
mira por la ventana el ajetreado ritmo porteño. En el aire queda una sensación
de pesadez, como si este filme ya se había emitido una y mil veces. El
cronista mira el informe, donde se lee al final: “Lo
único que imploramos todos los que amamos a Martín es que le devuelvan
justamente su libertad, simple y sencillamente para dar una muestra de
justicia en este país que tanta gente se encarga de hundir priorizando sus
objetivos individuales. Para que exista justicia. Un país donde Martín
quiere seguir creciendo para llegar a formar una familia porque tiene una vida
por delante, y miles de proyectos por construir”.
¿Será
justicia?