La palabra crisis
proviene del griego krinein,
que literalmente significa quiebre
del corazón. Según la definición del diccionario Pequeño
Larousse ilustrado, es “momento
decisivo y peligroso, en la evolución de las cosas”. Con sólo
echar un vistazo a la pantalla de la TV, se cae en la cuenta de que este término
le viene como anillo al dedo a la situación imperante en la Argentina actual.
Los rayos catódicos vomitan las imágenes de un grupo de alumnos secundarios
que han tomado parte del colegio Normal
N° 9, sito a metros de la esquina de Corrientes y Callao. Un día
antes, habían resuelto la polémica medida de cortar esa crucial intersección
porteña. De inmediato, un enjambre de movileros azuza a los descontentos
automovilistas como esperando un desenlace violento. Los más airados insultan
de arriba abajo, mientras el periodista que lleva el seudónimo de Mauro Viale
los conmina a deponer su actitud porque no son “ningún
Che Guevara”. Cuando optan por atrincherarse en el maltrecho
establecimiento educativo, la orgía mediática los persigue y hostiga desde
la puerta.
De este modo, se intenta obturar la realidad mediante un paneo
maniqueo que sobrevuela la misma. De un lado, los inadaptados
que promueven con sus actos la anarquía.
Del otro, los honestos
trabajadores que ven impedido su derecho a circular libremente. Y
la ciega cantinela de la corporación mediática, con el "dale que
dale" del constante axioma protesta
social
= caos de tránsito. En el medio de esto, absolutamente nada. En el
lugar donde se deberían analizar los motivos de tanta protesta, se oye un
chasquido de grillos. El silencio, como un muro divisorio, embreta a los
cerebros donde naufraga toda lógica y el abismo del desencuentro crece cada día
más.
La televisión como ideología suprema
(…) “La
jornada presentada por la pantalla se asemeja a una novela policial. La relación
con la actualidad se invierte. En el cine, la ficción dominaba al noticiero,
presentación semanal ilustrada de un cercano pasado. El noticiero televisado
se refiere al presente, desborda sobre el futuro cercano, más heredero del
diario que del cine. Y su ficción se transforma a veces en el folletín, la
dependencia; tanto más cuanto que su narración se torna más ilusionista, se
aparta más de la autonomía, que el cine al filme mudo” (El
bombardeo televisivo, de André Malraux, 1975). Y eso que el
escritor, periodista, jefe de la fuerza aérea republicana española, coronel
de la resistencia francesa y ministro de Educación de Charles de Gaulle murió
antes del advenimiento del cable. Porque sin duda que se haría un banquete
frente a tanto misilazo destellar. Reiría a mandíbula batiente a escuchar a
los azorados que, haciendo caso omiso de su sentido crítico, se ufanan de
creer lo que están viendo pues “lo
dieron en la tele”. Lo que bien se cuida de mostrar la
tele, es precisamente el quiebre del corazón, tanto de los
individuos como de buena parte de la sociedad. La hipertrofia de la sucesión
de imágenes es peor que la ficción, porque su vertiginosa sucesión obstruye
el pensar y obtura el sentir. Entonces, sobreviene lo que temía Canetti:“Una
idea penosa: que más allá de un cierto momento preciso del tiempo, la
historia ya no ha sido real. Sin percibirse de ello, la totalidad del género
humano habría abandonado de repente la realidad. Todo lo que habría ocurrido
a partir de entonces ya no sería del todo real, pero nosotros no podríamos
entenderlo. Nuestra tarea y nuestro deber consistirían ahora en descubrir
este punto, y, en tanto que no lo consigamos, tendríamos que perseverar en la
destrucción actual”. Por eso, es necesario un filtro. Una suerte
de dietética
de la información, según el bien decir de Jean Baudrillard: “¿Hay
que encontrar una dietética de la información?. ¿Hay que adelgazar a los
obesos, a los sistemas obesos, y crear unos institutos de desinformación?” (Las
estrategias fatales).
Pues claro, porque reventamos de exceso informativo, y por eso sería
conveniente instaurar universidades o centros donde se impartan herramientas
necesarias de contra información. “Los
medios carecen de respuesta. Pero, ¿es posible que no sean más que la
superficie última que aprovechan las masas para callarse? ¿Es posible que
siga tratándose en tal caso de seducción, pero exactamente al contrario, ya
no del desvío de las masas por los medios, sino del desvío por las masas, en
su estrategia de desaparición en el horizonte de los medios?”, puntualiza
el citado pensador.
Mejor aún, ciertos gobiernos –como la administración
K- utilizan a los medios (especialmente a los televisivos) para que las masas
simplemente se volatilicen en la marejada catódica. Y como se sabe, si que no
se ve no existe, lo que no sale en la tele menos que menos.
Fernando Paolella