En uno de mis libros, he escrito que “venía el Mesías” y que la Ciencia y la tecnología eran nuestra única salvación, porque la especie sapiens está enferma y posee un mal incurable que es ¡su propia índole!
Hay que reemplazar a la especie, entonces. Esta cura radical e indolora, consiste en dejar el género Homo, pero reemplazar a la especie “sapiens” por otra que denomino en todos mis libros, especie sublimis.
¿De dónde he extraído esta denominación?
De la propia acepción de las palabras excelso, eminente, de elevación extraordinaria.
¿Por qué deberá tratarse de otra especie y no de la misma actual perfeccionada?
Simplemente para evitar un posterior cruzamiento con el ya primitivo (actual) Homo sapiens con la consecuente retrogradación. Las dos especies entonces no serán interfecundas y podrán convivir juntas por un tiempo hasta que desaparezca totalmente la especie sapiens mediante su esterilización en un magno sacrificio, no a inexistentes dioses, sino en aras de una humanidad hija angelizada.
¿Cómo se podría lograr semejante “milagro”?
Por supuesto que por el momento aún no es posible tamaña hazaña, puesto que, la ingeniería genética existe desde hace sólo unos pocos años. Se trata de una disciplina incipiente.
No obstante, como todo el saber se está acelerando en estos últimos tiempos, pronto los resultados genéticos serán espectaculares y sorprendentes.
Cuando sea posible proyectar en una pantalla gigante como la de un cine, el código genético humano en sus partes para entender lo ultramicroscópico, o cuando sea factible reproducir parte por parte todo el plan de un futuro ser encerrado en un núcleo de una célula; cuando tengamos extensos atlas compuestos de grandes láminas con el código genético dibujado o cuando poseamos réplicas del plan genético que va a dar un árbol, una jirafa o un hombre, todo encerrado en una nanocomputadora, cuando en materia de aumentos ópticos sean superados todos los modernos métodos, entonces será posible cambiar a gusto las piezas claves de dicho código.
Así los genes de la inteligencia, por ejemplo, deberán ser seleccionados y aun mejorados para introducirlos en un cigoto o en un gameto a fin de que comanden desde allí la formación del cerebro en el futuro feto gestado extrauterinamente.
Lo mismo se deberá hacer con los genes mejorados de la longevidad para que el ser viva cien, doscientos, trescientos… mil años, o más en una “perenne juventud” visitando tal vez otros sistemas solares u otras galaxias.
Igualmente perfeccionar los genes que producen el sistema inmunológico de modo de poder ser dominadas absolutamente todas las enfermedades infecciosas e incluso las tumorales.
También “fabricar” los genes responsables de la regeneración de los tejidos, de suerte que una extremidad amputada pueda crecer nuevamente y así también todo órgano defectuoso extirpado y reemplazado.
Asimismo será necesario extirpar del ADN toda información codificada que apunte hacia cualquier enfermedad hereditaria o predisposición a adquirir ciertas dolencias para liberar a este actual estado larvario del Homo, de la pesadilla de innumerables achaques que sobrevienen fatalmente a determinadas edades, desde la niñez hasta la ancianidad.
En el futuro habrá que cerrar todos los hospitales y manicomios del mundo, y la ciencia médica se transformará en biología investigadora tendiente a mejorar aún más al Homo sublimis (el hombre del futuro según mi clasificación) que conservara algunos defectos del actual.
También será imprescindible eliminar sin miramientos todos los genes responsables de la agresividad, del egoísmo, de la envidia, de la belicosidad, del odio a lo extranjero de las tendencias hacia las burlas hirientes, de ese morboso deleite logrado a expensas de la mortificación de los demás, a la procacidad, a la falacia, a los celos y a toda forma de maldad que hoy ya se adivina en los niños de pocos años de vida.
En pocas palabras, es imprescindible depurar el ADN humano de todo lastre morboso físico o moral, que hoy afea al género Homo y que se constituye en factor de infelicidad tanto para el lo propio individuo como para los demás.
El dolor físico y moral, el sufrimiento y otras lacras, están de más en este Anticosmos.
El Homo con su inteligencia, debe suprimirlos para siempre, mientras existe la humanidad en esta nuestra galaxia Vía Láctea. Poseemos en forma innata la idea de perfección, llevémosla entonces a la práctica y construyamos al ser perfecto. El ángel bueno de la mitología es posible. Hay que modelar mejor lo que la torpe, ciega e inconsciente naturaleza ha producido en este puntito perdido del Anticosmos, que es nuestro sistema solar, sede no obstante de mucho dolor en la Tierra.
La sana Ciencia, bien aplicada nos promete un futuro mejor, no la defraudemos entonces, por favor, “tapándola” a veces con toda clase de pseudociencias que engañan a nuestros niños y adolescentes en pleno aprendizaje.
Ladislao Vadas