Después de los peces que no necesitan copulación para reproducirse, los vertebrados derivaron en sus transformaciones hacia la necesidad de que una parte de su organismo se introdujera en otro para facilitar la unión de los gametos.
El “mecanismo” de la reproducción, pudo haberse dado en miles de formas distintas, y los gametos no tienen por qué existir y, por ende, tampoco la copulación. La instalación del sexo sobre nuestro planeta, fue un accidente biológico de carácter aleatorio, y tanto el hombre como la mujer, son tan sólo accidentes morfológica-fisiológicos, heredados de nuestros ancestros animales. Desde el punto de vista biológico, no existe ninguna necesidad de este sistema, pero así se ha dado en nuestro planeta, y el sexo domina la mayor parte de la vida adulta del hombre y aun en la infancia, y esto lo ha heredado desde los reptiles. Ese mecanismo de la gametogénesis y de la cópula, lo compartimos con todos los mamíferos, las aves, los reptiles, los insectos y los moluscos. En estas dos últimas clases de animales, como casos de analogía, porque las ramas filéticas de moluscos o insectos son muy divergentes de los vertebrados.
En los vegetales, si bien existe la gametogénesis y la unión de elementos sexuales separados, hay otros mecanismos de multiplicación agámica como la reproducción por rizomas, multiplicación vegetativa o asexual que comparten también con muchos animales, como ciertas esponjas y pólipos que lo hacen por gemación, y entre algunos insectos como los pulgones se presentan casos de partenogénesis, es decir reproducción sin cópula ni unión de gametos, de modo que no es dable suponer alguna ley general del sexo. No obstante, la forma gámica de la reproducción se ha generalizado en el planeta. Lo que entre los vegetales se cumple accidentalmente, esto es la unión de los gametos facilitada por el viento, las aguas, los insectos, etc. en el caso del hombre, que es muy poco prolífero por la escasa cantidad de crías que da durante su existencia, el mecanismo que asegura la perpetuación de la especie, es un fuerte instinto de atracción sexual imposible de ser disimilado totalmente por las reglas de la costumbre moral y el pudor. Así es como los sexos se atraen cual polos magnéticos opuestos en todo tiempo y lugar. El macho, con el torrente sanguíneo lleno de sustancias excitantes que tocan su cerebro, se lanza sobre la hembra, la cópula se hace inevitable, y la prole como resultado queda así asegurada.
Empero no hay mayor engaño que el goce sexual. Rostro, pechos, muslos, glúteos, curvas corpóreas y toda desnudez total o parcial, sirve de llamador para el macho huma- no, quien elabora belleza, armonía, en su cerebro, de aquella apariencia que es la hembra: un montón de tejidos celulares, metidos en un saco epidérmico cuya forma exterior hace que eso que llamamos mujer excitante, estimule por la vista la producción de sustancias químicas por parte de las glándulas que provocan la excitación sexual. El engaño “está a la vista” pero el macho no lo percibe así. El conjunto de órganos, repleto de tuberías menores (venas, arterias y capilares, que empapan todo de sangre, fuelles fofos no menos repletos de sangre (pulmones), motor bomba (corazón) que impulsa chorros del mismo líquido, sacos como el estómago y la vejiga urinaria, tubo mayor (intestinos) con material alimenticio en proceso de digestión y materia fecal, el encubierto esqueleto óseo usado como símbolo de la muerte y el terror, etc. todo esto es una atractiva mujer y todo esto es también el hombre que atrae a las hembras. Aquel que no sabe de estas cosas, sólo se guía por las apariencias que dan las formas y la piel que tapiza todo el conjunto contenido, más los que saben no quedan menos que atrapados por el cebo que es la mujer con sus formas, por el deseo sexual, y se olvidan de todo porque las hormonas embriagan. Si vamos más lejos, ya en el plano grotesco de la vida, quizás cualquier galán se desilusionaría de su amada si mediante una fantástica incursión en el futuro, pudiera conocerla en su aspecto que presentaría a la edad de setenta u ochenta años.
En contraste con el género humano, en el caso de animales como el mono mandril de cara azul y las aves, es el macho quien luce vistoso y atrae a las hembras.
De ahí entonces, vemos la realidad de nuestra sexualidad que se dio así como la vemos y experimentamos, sólo caprichosamente.
Pero el acto sexual, fundamental para la existencia del Homo, ha sido y es paradójica y hipócritamente “mal tratado” por el hombre que se escuda tras la máscara del pudor, y en lugar de ejecutarlo en público y erigir en todas las plazas un monumento a la pareja realizándolo, en homenaje a los progenitores, padres, madres, en su noble misión de la perpetuación del genero humano, por el contrario, trata de ocultarlo como así también lo relaciona con el sexo mal utilizado.
Más esto no impide en absoluto la descendencia, y por ende la supervivencia.
Ladislao Vadas