Y acá estamos, desacatados, sin entender un ápice de qué trata ni por qué es tan grave como lo pintan desde algunos puntos cardinales. El argentino promedio se levanta y sale a la calle rogando volver ileso, y sin tener que dejarle algunos productos al cajero del supermercado porque no se llega a pagarlos. Esa es la prueba de fuego del ciudadano común al iniciarse el último trimestre del año.
Ni siquiera le interesa demasiado si el juez Griesa determinó desacato o si se ha pagado a los famosos fondos buitre a quienes, la mismísima Presidente, les ha otorgado una entidad magnánima en los últimos meses. A la gente le interesan sus fondos, esos que se esfuman mucho antes que el calendario señale que fin de mes ha llegado. Pero nadie le habla de ello, y si acaso escucha interés por su seguridad lo hace de algún personaje que poco puede hacer para garantizársela.
Frente a ello, el hartazgo es una constante y la resignación un virus que se esparce. “Nadie ha de hacer por mí lo que yo no haga”, es el lema del argentino contemporáneo. Y no se trata de un incentivo a la voluntad sino de la desesperanza que se arraiga cada día un poco más.
Así, pensar un conflicto social no asusta, da pánico porque en el “salvese quién pueda” que se ha planteado, la gente se ha armado. No es este el mismo escenario de finales de 2001 ni remotamente. No hay un jefe de Estado que no logra encausar el rumbo, hay intención en minar el camino de la transición y más.
Fernando De la Rua podía ser aburrido, Cristina Kirchner en cambio es un chiste pero no por las risas que genera sino porque no puede ser ya tomada por seria. O quizás la necesidad de tomarse a la ligera sus discursos, actos y omisiones sea para el grueso de los argentinos, un mecanismo de defensa.
Lo cierto es que el caos de comienzo de siglo fue a pesar de la conducta presidencial. El caos actual es, sin embargo, causalidad, es decir: se ha llegado a él gracias a la actitud presidencial. Y el pueblo quiere algo más valioso que sus ahorros devaluados en un corralito bancario, el pueblo ahora quiere que su vida valga algo. Algo más que un celular, un par de zapatillas, una mochila o simplemente azar.
Desacatados o no, la dirigencia está a años luz de sus, supuestamente, representados. No hay intereses en común, no hay punto de inflexión donde choquen las ambiciones de unos con las demandas perentorias de los otros. Por un lado priman las especulaciones electorales, y en otra perspectiva está lo básico que reclama la ciudadanía. Porque no es este un país donde la gente exija respuestas y políticas de Estado concretas.
La Argentina es una mediocracia sumida en la ignorancia donde apenas se mendiga un patrullero en alguna esquina, prisión para un motochorro que se arrebató una cartera, y que el asado del domingo no termine convertido en quimera. Tal vez la exigencia mencionada “estigmatiza” a la dirigencia porque el hastío habilita hasta esa otra vida de los políticos sumidos en el lujo y el confort, en tanto al pueblo no le falte lo indispensable. Y lo indispensable es cada vez menos.
Alguna vez se demandó educación, civilización, progreso. Hoy apenas si se reclama más policía y menos inflación. Con eso basta para tener el visto bueno de la población.
Es más, hasta la corrupción puede aceptarse sin demasiado alboroto si se deja vivir sin convertir la vida en una casualidad día tras día.
Cualquier dirigente puede hacerse del voto de la gente con ofrecerle tan poco…, pero ni siquiera eso saben hacer sin quedar expuestas sus miserias. A esta altura, la conducta de la jefe de Estado parece indicar que hay algo personal entre ella y la sociedad. Es como si estuviese empeñada en hacer daño, como si librara una batalla campal consigo misma y terminara siempre vencida.
Cristina pelea contra Cristina. Ni Daniel Scioli, ni Sergio Massa, ni Mauricio Macri ni Estados Unidos o Alemania le hacen sombra a ese enemigo interno que la lleva a pararse frente al abismo. Si acaso alrededor cuidan que no de un paso al frente, no es por piedad ni comunión de ideas, sino por temor a ser arrastrados al vacío junto con ella.
La salvación no es de nadie: ni del kirchnerismo ni de cualquier otro “ismo” que aflore prometiendo la panacea. Al país le han socavado sus raíces, queda un tronco estéril con ramas que van siendo podadas a la marchanta. Crecer en esas condiciones es utopía, hay que cavar de nuevo los cimientos y fertilizar el suelo. Hay que volver a sembrar y esperar. El árbol no da frutos hasta no madurar.
En este contexto, el 2015 puede presentarse benévolo para quienes, en definitiva, siempre se han visto favorecidos. Si perdieron 100 ó 200 en este ahora, ganarán 300 cuando otro timonel conduzca el barco hacia otro puerto. Quienes fueron cacheteados en estos once años de kirchnerismo, a remarla. Nada de brújulas ni tripulación, sólo un par de remos. Así ha sido en los últimos tiempos. Así será en lo sucesivo.
No se trata de pesimismo ni de “agoreros del mal” o voceros de “la cadena de desánimo” que denuncia la corte presidencial. Se trata de proyectar un escenario donde todo está haciéndose mal. Ah, ¡hay que rescatar la asignación universal porque de lo contrario se nos acusará de insensibilidad social! Pero la AUH es un paliativo, y en todo caso, un índice que marca cuán mal se está. No es un triunfo de una década ganada ni una genialidad.
De este modo, el desacato llega más como sello de goma que como sentencia condenatoria. Estamos autocondenamos de antemano. No aporta ni quita nada a lo que hay. Quizás la mayor vergüenza radique en el hecho de que sea afuera donde se nos etiqueta cuando adentro debió haberse declarado el desacato hace rato. Y es que fue la Presidente quién faltó el respeto a los ciudadanos… Y es verdad también que los ciudadanos dejamos que lo haga sin inmutarnos.
Desacato es, según la Academia Real Española, la falta de respeto hacia la autoridad. Y la autoridad no es la señora Cristina Fernández de Kirchner, es la sociedad. Utilizando el término que a ella le agrada, cabe decir que es la gente quién, en el marco de una democracia representativa, “empoderó” a la mandataria. Casi del mismo modo como los Kirchner empoderaron a la Justicia de Estados Unidos para que sea quién dirima el conflicto con los holdouts.
Cristina se puso en el papel de Narciso, es complejo en ese estado aceptar que, con todos sus defectos, es al juez Griesa y a la sociedad a quién debe respetar. Porque no es Argentina quién desacata. Es simplemente Cristina. Y a diferencia de Argentina, Cristina es netamente coyuntural.