En medio del escándalo por la empresa familiar de hoteles sospechada de lavado de dinero –Hotesur- afectó sobremanera a las tierras K donde reside el hijo de la Presidenta, Máximo Kirchner, lejos de las cámaras y el acoso periodístico que le prohíbe transitar libremente por Buenos Aires por razones obvias.
Esto quedó probado cuando el medio santacruceño OPI Santa Cruz relató una curiosa anécdota que demuestra la incomodidad que provoca la realidad con cada vez más escándalos de corrupción que involucran a los Kirchner.
“Lo que vamos a contar es una anécdota, sin ningún tipo de interés periodístico en sí misma y que no se estaría mencionando de no ser que el principal actor de la misma, tomó una actitud donde afloró su sentimiento de culpa o bien miedos de cosas de muy difícil concreción en esta capital de provincia, como algún escrache, insulto o grito desubicado”, comienza contando OPI.
“Días pasados, un amigo y propietario de la empresa News Multimedios SA, concurrió con su esposa a la confitería de la heladería Tito en Corrientes y Zapiola de Río Gallegos. Mientras esperaba allí en una mesa, se percató que el último en ingresar a la sala y colocarse a la espera de ser atendido en el expendedor de la heladería, era Máximo Kirchner.
“Relativamente tranquilo Máximo permanecía allí respetando su lugar en la fila, aunque no se mantenía quieto, sin embargo, nadie le prestaba atención dentro del negocio y mucho menos alguien lo incomodaba. Allí, como parte de la decoración de la heladería, hay un enorme LCD que cuelga de la pared y en ese momento, el periodista Diego Leuco, relataba por enésima vez en el día, las alternativas que van apareciendo alrededor del caso Hotesur, apoyando su relato con imágenes de fondo y grandes zócalos donde remarcaba el nombre de la sociedad y su pertenencia a la familia presidencial.
“En un momento dado, Máximo elevó la mirada y la clavó en el televisor. Permaneció no más de dos segundos mirando la pantalla, hizo una mueca, giró sobre sus talones y enfiló hacia la puerta de salida. Transpuso el umbral, cruzó la vereda y abordó su Honda Civic que tenía estacionada frente al negocio y desapareció de allí.
La actitud de Máximo no es más que una demostración del grado de incomodidad que le produce a la familia presidencial no solo la situación, sino el temor a encontrarse frente a la sociedad en el punto exacto cuando se harte de la corrupción imperante. Sin embargo, y pesar de que nadie lo increpó en ese momento o siquiera lo notara allí, el hijo presidencial decidió marcharse antes de que lo atendieran.
Así las cosas, el temor por afrontar la realidad y recluirse en el Honda Civic atenta contra la posibilidad de cualquier contacto con la gente si Máximo decidiera largarse definitivamente a la arena política.