Recomiendo escuchar la breve entrevista que le hizo el periodista Marcelo Longobardi al destacado filósofo y pensador argentino Santiago Kovadloff el pasado viernes 30, un día después del entierro del fiscal Alberto Nisman, por Radio Mitre. Santiago Kovadloff había sido el encargado de decir unas palabras en el entierro del fiscal en el Cementerio de La Tablada, al que asistieron sus familiares y sus amigos más cercanos. Fue una ceremonia íntima, que tuvo lugar unos cuantos días después de su fallecimiento, el 18 de enero, debido a las pericias forenses.
El periodista solo le preguntó a Kovadloff: “¿cómo se siente?” y Kovadloff, que es consultado con frecuencia por la prensa y escribe regularmente en los diarios ya que es un referente muy importante en estos tiempos, hizo catarsis. Catarsis personal, por lo que le había tocado vivir en el entierro donde tuvo que poner palabras donde no había palabras para explicar una tragedia personal, familiar e institucional, y catarsis sociológica por lo que estaba viviendo su país. Estaba sin duda muy afectado emocionalmente por haber tenido que hablar ante las hijas de Nisman, una de 15 y otra de ocho años, sabiendo que sus palabras en nada podrían contribuir a explicar lo ocurrido y difícilmente pudieran confortar a las huérfanas. Y dijo algo así como que, a sus 72 años, estaba especialmente afligido no solo por Nisman sino por su país. Habló de que lo que le abrumaba no era “lo ocurrido en un día sino la eternidad de un día como este, la eternidad de un día como el que vive Argentina”, habló de un país con “instituciones muy frágiles”, de una “sensación de indefensión” no por temor al daño físico sino a la “incapacidad de aprender de la experiencia”. Y culminó diciendo que su país, la Argentina, “no tiene rumbo”.
Allí se quebró y por un rato fue incapaz de seguir. En la radio, se escuchaba un silencio desgarrador. Luego, ayudado por el periodista, continuó hablando de la tragedia del país, de ver que en su país había otra gente que no sentía nada de tragedia, que era invulnerable al crimen, que solo pensaba que todo lo sucedido no era más que una “conspiración destituyente” para echar a un gobierno constitucional, que nada le importaba Nisman. Y que ambas visiones eran lo que impedía que hubiera “un solo dolor”.
Indudablemente Kovadloff se refería al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que había atacado a Nisman cuando presentó su denuncia diciendo que saldría a pegarle “con los tapones de punta”, que luego de muerto lo presentó como un suicidio y poco después cambió su hipótesis por la de asesinato para hacer que la víctima de lo ocurrido no fuera Nisman sino el gobierno. Un gobierno que desde la cuenta de Twitter oficial de la Casa Rosada no vacilaba en dar información sobre la salida del país del periodista que difundió la noticia de la muerte del fiscal, o que no vacilaba en contradecir en tiempo real –es decir, a pocos minutos de que la fiscal del caso hacía declaraciones en conferencia de prensa– a las autoridades que conducían la investigación sobre la fecha de regreso del fiscal proporcionada por la compañía aérea en la que Nisman compró dos pasajes el 31 de diciembre para volver al país el 12 de enero.
Y seguro que también se refería a las dos cartas que publicó la presidenta en su cuenta oficial de Facebook, realizando apreciaciones de tinte policíaco, de carácter sicológico, y de especulación política mezclando a la prensa y a los atentados en París. Y luego una cadena de televisión, en la que volvía la presidenta a elaborar hipótesis que más parecían confundir la investigación que ayudar a calmar los ánimos. Y todo ello sin que en ninguna de esas tres intervenciones hubiera palabras de pésame o condolencias para con los familiares de Nisman.
Si desde la cúspide del poder se actúa con tamaña frialdad ante la tragedia, se puede uno imaginar lo que harían luego los acólitos más fieles de la presidenta, distribuyendo basura sobre el propio Nisman. Desde las altas esferas, no había dolor. Había que aprovechar la tragedia, ya fuera suicidio o asesinato, con fines políticos para defender al gobierno, que ya había quedado muy mal parado desde que firmó un acuerdo con Irán, de donde venían los principales sospechosos, para investigar el tremendo crimen de la AMIA.
“La Argentina no tiene rumbo” dice Santiago Kovadloff. Y no es la impresión subjetiva de una persona por lo ocurrido en un día. Es lo que de afuera parece, mirando los acontecimientos con perspectiva. Algo que da mucha pena por lo que Argentina podría y debería ser.
* Nota editorial publicada este lunes por El Observador