"La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido". Milan Kundera
Mucho se ha escrito y hablado acerca de la Argentina, como un país preso de acontecimientos paradojales. Sucesos que, frente a su correlato de duda y misterio, suelen ser encuadrados por algunos filósofos de pacotilla o lectores de sobaco como meras casualidades permanentes.
En el caso de los mega atentados de la embajada de Israel del 17 de marzo de 1992, y la AMIA, el 18 de julio de 1994, el poder generador de estas casualidades permanentes redactó un guión de impunidad que continúa eficazmente hasta el día de hoy. Para paliar esta densa cortina de humo, es preciso volver a las fuentes serias que investigaron estos trágicos acontecimientos.
Dos investigaciones independientes generaron un par de libros que, frente a esta ola de estupidez reinante, conviene desempolvar y volver los ojos sobre sus páginas. Se trata de Cortinas de humo, de Jorge Lanata y Joe Goldman (Planeta, 1994) y AMIA, el atentado, de Juan José Salinas (Planeta, 1997). En el presente artículo, se analizará el primero de los nombrados.
Embajada y AMIA según Lanata y Goldman
Lanata y Goldman comienzan narrando la voladura de la embajada de Israel, como desentrañando las piezas de un rompecabezas: "Una bomba destruye, no evapora: las respuestas permanecen en el lugar; los cuerpos se secan, estallan pero no se desvanecen; la matera se dobla, se tensa, se eleva o se entierra en trozos de diversos tamaños, pero nunca tan pequeños como para no ser encontrados. Ese rompecabezas es lento pero posible".
Inmediatamente, señalan un dato inquietante ocurrido sólo un día antes de la voladura de la sede diplomática israelí: "La presión norteamericana por la falta de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza se acercaba, el lunes 16 de marzo de 1992, a su punto máximo. La Administración Federal de Aviación (FAA) declaró que la aeroestación local no tenía las medidas mínimas de seguridad. El interés norteamericano sobre el tema era exclusivamente comercial, aunque por cierto Federal Express se relamía de gusto ante la posibilidad de expulsar a Alfredo Yabrán (el dueño, junto a un importante lobby de la Fuerza Aérea Argentina, de EDCADASSA, la empresa proveedora del servicio de rampas –es decir, de la circulación por la pista, y de toda la carga y descarga de los aviones que llegan y parten del aeropuerto argentino). La presión americana se basó en un dato concreto: Al Kassar, uno de los mayores traficantes de armas y drogas del mundo, y especie de terrorista free lance del mundo árabe, protegido por los servicios de inteligencia españoles, había sido detectado el 12 de marzo en Buenos Aires.
La tapa de los diarios locales de esa fecha refleja una versión más candorosa del asunto: el embajador Terence Todman aseguraba al gobierno que nada tenían que ver las sanciones de seguridad en Ezeiza con sus reclamos por EDCADASSA. Pero el poder de Yabrán era tal que incluso la entente EEUU-Cavallo no podía hacerlo a un lado: con Ibrahim, Amira Yoma, Yabrán, Jorge Antonio y Al Kassar en Buenos Aires, iba a desatarse una guerra sin reglas".
Y el estallido de esta contienda no se haría esperar, haciéndolo bajo la forma de un hongo de humo que partió en dos la tarde porteña.
Inmediatamente luego de la explosión, llovieron las conjeturas y se comenzó a tejer el guión de la farsa: "A las cinco y media de la tarde del 17 de marzo de 1992 se desarrollaban varias escenas paralelas: Bisordi ya había asumido la instrucción de la causa y la policía se empecinaba en su tesis de que el explosivo había entrado al edificio camuflado con los materiales de la obra en construcción. El secretario se opuso a detener sin pruebas a todos los proveedores de la obra, y sólo accedió a demorar a los responsables de las empresas.
A la misma hora, el Consejo de Seguridad se reunía en la oficina de José Luis Manzano, ministro del Interior. Se decidió el cierre de las fronteras y se pidió información pormenorizada sobre entradas y salidas del país. Es necesario aclarar que esa información aún hoy no existe: entre otras razones por que hace años que la frontera argentina no cuenta con un sistema integrado de procesamiento de datos, y es virtualmente imposible un acceso rápido a esas fuentes ( a menos que se cuente con el nombre, número de vuelo y hora de ingreso o salida del país por el sospechoso). La propia Dirección de Migraciones confirmó recientemente, ante el pedido de un particular, la inexistencia de base de datos alguna desde 1989, fecha en que el sistema integrado se desmontó.
El sugestivo elemento de juicio referido a este tema que el entonces ministro Manzano y el secretario de Población Germán Moldes obviaron no era, sin embargo, un dato menor: Monzer Al Kassar se encontraba en Buenos Aires. Tiempo después, serán precisamente Manzano y Moldes –quien luego se convertiría en fiscal especial para "investigar" el atentado contra la AMIA, por sugerencia de Hugo Anzorreguy- los encargados de que Al Kassar, ciudadano argentino, saliera subrepticiamente del país, como denunció ante la justicia el ex director de Migraciones Gustavo Druetta.
El presidente Menem, mientras tanto, acusaba por los medios a los carapintada: "Fueron resabios del nazismo y de los sectores fundamentalistas que salieron derrotados en el país".
- ¿Se refiere a los carapintadas?- le preguntó el periodismo al presidente.
- Sí.
- ¿El coronel Seineldín?- insistieron los periodistas por la noche, durante una conferencia de prensa en la Casa Rosada.
- Yo no hago nombres- dijo Menem."
Esto, sin duda, es una perlita. El entonces ministro del Interior José Luis Manzano había sido avisado de la presencia del sirio más famoso en la reina del Plata. Entonces, luego de producido el atentado, le facilita su raje y se lava las manos para la corona. Y Menem, que sin duda sabía muy bien de las andanzas de su primo lejano Monzer Al Kassar, se fue de boca acusando sin pruebas a los carapintadas. Posteriormente, el impune verbal riojano, siguiendo instrucciones de EEUU e Israel, le echaría el fardo a Irán.
Así, queda el terreno libre para plantar el guión fabuloso del kamikaze fundamentalista de la camioneta, un recurso engañoso ya que este tipo de atentado jamás ocurrió fuera de la órbita del Medio Oriente. Pero se echó mano del mismo como principal recurso para embarrar la cancha de la investigación, aunque para un avezado investigador de la talla de Rogelio García Lupo esto era intragable: "Una nota de Rogelio García Lupo, publicada el sábado 4 de abril en el semanario Tiempo de Madrid señala por primera vez una pista (que García Lupo adjudica al Mossad): el atentado contra la embajada no fue político, existía una posible conexión con Al Kassar, y tenía el sello de una venganza del narcotráfico".
Por supuesto que el gobierno menemista no adhirió ni por asomo a esta pista, pues salpicaba peligrosamente a Menem a causa de sus promesas incumplidas al dictador sirio Assad: "La reticencia norteamericana e israelí a involucrar a Siria en el asunto fue registrada el 7 de mayo de 1993 por Intelligence Digest, una publicación inglesa fundada en 1938 por Kenneth de Courcy, y considerada en el mundo entero como uno de los referentes básicos en inteligencia política y estratégica. La publicación asegura que fue Siria quien estuvo detrás del atentado contra la embajada de Israel en Buenos Aires en 1992: "En un intento de exonerar a Siria del terrorismo en general y del atentado de Buenos Aires en particular, el Departamento de Estado norteamericano señaló como presunto responsable a Irán. Nuestra información es diferente. Según fuentes confiables, la razón por la cual el gobierno argentino ha detenido la investigación del atentado es porque el rastro se dirige hacia Siria, en un momento de complicaciones diplomáticas en el marco internacional, sumado a las propias relaciones del presidente Menem con Siria".
En el caso de la masacre de la calle Pasteur 633, el patetismo del riojano encubridor y deslenguado llega a su clímax: "A las 12:40, el presidente Menem atribuyó el atentado a "profesionales que vienen del exterior", e insistió en su pedido de la pena de muerte".
Días después, nuevamente elegiría como responsable a Irán: "Hay semiplena prueba de la participación de Irán en el atentado".
En la cruzada caza fantasmas fundamentalistas, lo secundaría el juez federal Juan José Galeano, quien de inmediato se mostraría permeable a los deseos del menemismo: "A lo largo de ese día 19, el juez Galeano afirmó enfáticamente a la prensa que los responsables del atentado integraban "un grupo fundamentalista". Por supuesto, no poseía ni la más mínima evidencia para fundamentar tan temeraria afirmación: "A poco de producirse el atentado contra la AMIA y DAIA, el número dos de Hezbollah (Nahim Kassem) le dijo a María Laura Avignolo, del diario Clarín: "Si tenemos el coraje de decir que somos responsables de combatir el proyecto israelí y norteamericano en El Líbano, no tendríamos temor de adjudicarnos una operación en otra parte del mundo. El juez argentino ha basado sus acusaciones en los dichos de un disidente iraní que primero dijo que sabía todo y después que no sabía nada. Nada de lo que declaró estaba basado en la verdad. ¡Que Dios ayude al pueblo argentino si toda la justicia trabaja como ese juez!"
- Estamos dispuestos a condenar el atentado- prosiguió Nahim Kassem- No apoyamos una política de atentados contra civiles o a sus intereses en cualquier parte del mundo. Con respecto a las operaciones suicidas, las hemos usado en nuestra tierra y estamos orgullosos de ellas.
La respuesta de Kassem a la especulación que unía ambos atentados al asesinato de Musawi (se refiere a Abbas Musawi, el presidente de Hezbollah que fue asesinado por los israelíes en febrero de 1992), al bombardeo israelí en Baalbek y al secuestro del dirigente Mustafá Dirani fue:
- No hay ninguna vinculación, lo que hay es desconocimiento. Después del asesinato de Musawi, hubo en el sur del Líbano una serie de operaciones que eliminaron a 15 soldados israelíes. Entre julio y agosto de 1994, después del bombardeo israelí a Baalbek, hubo siete operaciones muy importantes de la resistencia en la zona sur del Líbano, que produjeron 56 muertos y otros tantos heridos en las filas israelíes."
Esto resulta fundamental, ya que corrobora con creces lo afirmado más arriba de la absoluta ausencia de atentados suicidas fuera del Oriente Medio. Y de la absoluta falacia vertida por el menemismo y sus secuaces judiciales y mediáticos, que aludía a los dos atentados como un acto de represalia por parte de alguna organización árabe.
La patraña siguió su curso, para desviar los verdaderos motivos de la matanza, y como en la embajada se plantó la camioneta bomba que nadie vio: "Ninguno de los diez testigos que estaban en el lugar del hecho, en posición de ver la Traffic, la vio (más de la mitad de estos no fueron citados por el juez Galeano: 1) Juan Carlos Alvarez, el barrendero, se acercaba hacia el volquete que estaba ubicado dentro del perímetro de la AMIA, mirando hacia Pasteur y hacia la puerta, y no vio la Traffic; 2) Daniel Joffe, el electricista, trataba de reparar el carburador de su Renault 20 a menos de quince metros de la AMIA, con el auto ubicado según el sentido del tránsito y el capot abierto; como el capot de ese Renault abre al revés, Joffe tenía un buen campo de visión a través del vidrio del parabrisas delantero de su auto, y desde allí hizo señas al patrullero avisándole del desperfecto y también miró dos veces hacia la puerta de la AMIA, para ver si alguno de sus compañeros se acercaba a ayudarlo, y en ningún momento vio el coche-bomba, ni una mancha blanca subiéndose a la vereda; 3) Rosa Barreiro, que llevaba de la mano a su hijo Sebastián y estaba a menos de cinco metros de la puerta cuando escuchó la explosión, y aunque en efecto estaba de espaldas a la puerta de la AMIA, caminando hacia Viamonte, Rosa no escuchó ni el motor de la Traffic ni el chirrido de los neumáticos del coche-bomba al subirse a la vereda y superar un segundo escalón de acceso al edificio, operación que la Traffic debiera haber hecho en velocidad, ya que se trata de un ángulo de 45 grados, y con inevitable sonido chirriante de neumáticos; 4) Gustavo Acuña, que cruzaba desde uno de los negocios de Moragues hacia el kiosco de Marcelo Fernández, y miró hacia Pasteur y alcanzó a ver al padre de Marcelo que se acercaba, pero ninguna Traffic, en el momento en que escuchó la explosión; 5) Alejandro Benítez, dueño del bar Catriel, que cruzaba Pasteur en dirección hacia Tucumán cuando estalló la bomba);
-Varios testigos de los negocios vecinos, que se encontraban sentados o parados en dirección a la vereda en momentos de la explosión dicen no recordar ninguna Traffic. Adriana Mena (empleada de la imprenta), los policías Bordón y Guzmán (uno en el bar Caoba) y el otro fuera del patrullero), etc;
-Gabriel Villalba (empleado de la empresa de equipamientos para dentistas Narbi-Herrero, ubicada en Pasteur 765) estaba cargando un aparato en una pick-up Dodge estacionada en doble fila, y hubiera reparado en la aparición de una Traffic, ya que cuando sucedió la explosión miraba hacia la otra cuadra de Pasteur porque estaba mal estacionado y controlaba la aparición de la camioneta del STO con el cepo (el STO utiliza Traffics); sin embargo no vio ni el vehículo del cepo ni tampoco el supuesto coche-bomba;
-Ni los colectiveros que se acercaban por Tucumán hacia Pasteur ni los automóviles que cruzaban por Pasteur hacia Tucumán y Lavalle fueron pasados por una Traffic blanca ni la vieron delante de su ruta;
-Si se tomara en cuenta el testimonio de los propietarios del estacionamiento Jet Parking (que es muy endeble) habría que pensar que la misma Traffic que, según se declaró, tuvo dificultad para subir el cordón alisado de la vereda en el acceso al estacionamiento, pudo subir sin problemas algunos días más tarde el cordón de la calle Pasteur y el escalón de acceso al edificio (¿se habrá bajado el conductor suicida para acomodar una rampa?)"
Como se podrá apreciar en estos testimonios, la hipótesis importada del coche bomba es una ridiculez incomparable. Nadie la vio, a excepción del juez y Menem y sus secuaces, que por supuesto no estaban ni remotamente cerca del lugar de la explosión.