Como si fuese una novela profética, “La Rebelión de los Mansos” se anticipa a la trágica fiesta electrónica de Costa Salguero. Transcribo unos pocos párrafos:
“…-¡Que maravillosa noticia! Te lo merecés, te has esforzado tanto... y sobre todo sabés interpretar qué es lo que quiere la gente- le dijo mientras le acomodaba el cuello de la camisa -la gente te quiere porque la entretenés y no tienen que pensar en nada, solo deben divertirse-. Carla pensaba sinceramente que la vida debía ser vivida y darse los gustos sin estar racionalizando todo. Descreía de la capacidad de la mayoría de las personas para meditar cualquier cosa con demasiada profundidad, apoyaba la idea de darle algo de circo al pueblo y alejarlos de las decisiones fundamentales, incluso de las que involucrasen sus propias vidas.
-Creo que tenés razón con respecto a lo que procura la mayoría de las personas en estos días- respondió Sebastián - pero, no creo que eso deba ser necesariamente así ¿Acaso sólo es posible divertirse y pasarla bien si no pensamos?-…
…Sebastián se quedó meditando, el pensar para él era tan importante como el respirar, dejar de respirar y dejar de pensar equivalían a lo mismo, equivalían a morir; una era una muerte física, la otra una muerte como persona. No entendía como las personas eran capaces de elegir no pensar y suicidarse como individuos para pasar a comportarse como animales e incluso algunos aún más abajo, mutilaban su cerebro con drogas o alcohol y se transformaba en simples plantas.
Pero el hombre; es el único ser vivo que tiene en sus manos la elección de vivir, sólo su decisión le permite existir o no dejar de hacerlo. No es como una planta que inconsciente y automáticamente cumple con su destino de vivir; tampoco se limita a responder a un instinto que le indica cual opción es más favorable para seguir con vida. Va más allá, si no quiere ser una planta, si no quiere ser un animal, si quiere ser un ser humano está obligado a pensar.
Si piensa y actúa de acuerdo a lo que piensa es un ser humano; si no piensa y responde a sus instintos, sin medir su accionar, es un animal; y si sólo deambula por la vida, inerme, empujado por el viento de las circunstancias, entonces es una simple e intrascendente planta…”
Decía Ayn Rand: “se puede evadir la realidad, pero no se pueden evadir las consecuencias de evadir esa realidad”. Se puede elegir no prestarle atención a los riesgos del consumo de drogas, pero no se puede evadir sus consecuencias. El problema es que se quiere evadir la responsabilidad personal de haber consumido drogas, culpando a los controles, a la gendarmería, a los organizadores del evento, culpando al “otro”.
Lo lamentable es que este principio se repite en otros aspectos de la vida. La culpa no es de mi hijo sino del docente, la culpa no es de mi hijo sino de esta sociedad consumista, no es mi culpa no tener trabajo sino que el estado debe dármelo, no es mi culpa no tener casa sino del estado que debe dármela…
Así se instaló en nuestra sociedad la farsa de que se puede tener libertad sin responsabilidad y que toda necesidad genera un derecho que debe ser satisfecho por la sociedad o por el estado.
Por eso, lo único que nos permite realizarnos como seres humanos es la razón, si ahogamos nuestra mente en alcohol y drogas nos suicidamos como personas; si vendemos nuestra independencia para no asumir responsabilidades, estaremos entregándonos voluntariamente a una nueva forma de esclavitud. Vos elegís.