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POR DETRÁS DE LA EUFORIA

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¿QUÉ FESTEJA EL OFICIALISMO?
¿QUÉ FESTEJA EL OFICIALISMO?

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“El mismo día de tu triunfo,
 
engendra el de tu final”.

        
Edipo Rey
(Sófocles)

 

   “Clarín, único diario que ayer le dio la exclusiva de su título de tapa al triunfo kirchnerista, con la frase 'Cristina aplastó', hoy también se recorta de sus colegas al recontar, provincia por provincia, los votos oficialistas y concluir que fueron casi 7 millones, lo que implica el 40,1% de los sufragios. El “Punto de Vista” de Eduardo Aulicino señala que, al no alcanzar la mitad más uno de los votos, no se puede hablar de plebiscito. El diario señala que, de todos modos, Alberto Fernández “retomó la idea inicial de Kirchner”, según la óptica del sitio Diario sobre diarios del martes 25.  
  
“Los datos oficiales afirman que sólo el 71% de la población participó de las elecciones. Pero de ese total el 9% representa o votos en blanco o nulos. Por lo que sólo el 62% eligió un candidato, lo cual da cuenta de muy poca participación por parte de la ciudadanía que, junto con las cifras de 2003, es una de las más bajas desde 1983”. (Urgente 24 del mismo día). El domingo 23 el 70 % del electorado de todo el país eligió plebiscitar al progresismo de derecha encarnado por la pareja morganática Kirchner, y al empresario exitoso Mauricio Macri. Como hace 10 años en 1995, cuando arrasó el denominado voto cuota, cierta porción de la sociedad decidió ponerse una venda en los ojos y amarrarse la conciencia para manifestar su apoyo en las urnas al arribismo del cortoplacismo. Mientras que el otro 30%, decepcionado hasta los tuétanos de la falta de propuestas emanada de una campaña caníbal, expresó su bronca no concurriendo a los comicios, echando por tierra la parrafada del “plebiscito” acuñada por el jefe de Gabinete Alberto Fernández.
  
Es que se vislumbró como un presidente de la Nación dejó de lado sus actividades inherentes al cargo, para embarrarse apoyando la candidatura de su esposa, oriunda de Santa Cruz mientras pugnaba una candidatura en territorio bonaerense. En esa demencial ordalía, Kirchner buscó meter en el bolsillo a los intendentes duhaldistas del conurbano, embretándolos con promesas dudosas y teniendo a su hermana ministra Alicia sin las maravillas repartiendo electrodomésticos. Con un discurso absolutamente maniqueo, en que siempre se ponderaba los logros de su gestión, y se defenestraba a los antiguos compañeros de ruta del duhaldismo y los exponentes de la década maldita del 90.
    Así el autodenominado Pingüino instauró un espejismo ideológico en el que confluía la gloriosa militancia de los 70, la reivindicación de la lucha por los derechos humanos de esa década, una relación con los sectores financieros internacionales bastante ambigua, un extraño triángulo con Lula Da Silva y Chávez, un alineamiento por lo bajo con la política exterior de George Bush cuando por fuera declama otra cosa opuesta, y la vista gorda ante los desaguisados de los amigos, conversos de última hora o aliados eventuales.



Ni orden ni progreso


   Pero tanta travestismo de pensamiento, un híbrido construido alrededor luego de la asunción en mayo del 2003 y que tomó forma definitiva luego de la ruptura con el PJ tradicional, conforma un neoprogresismo en el que confluyen declamaciones y actitudes pseudo nacionalistas, apelaciones al pasado heroico donde el matrimonio Kirchner emergió y expresiones insensatas de la vieja política (que ellos mismos dicen haber desterrado) como la mencionada repartija de electrodomésticos y otras cuestiones peores. Por ejemplo, en distritos donde allegados a este ideario manejan radios comunitarias, contratan personal idóneo en negro para luego arrojarlos al vacío del desempleo cuando les place sin remordimientos. Como aludía Salvador de Madariaga en su monumental Hernán Cortés, estos progre continúan haciendo la de Malinche, fuertes con los débiles pero débiles con los fuertes, en lugar de meterse con alguien de su tamaño. Total, si esto es cometido por los heraldos de la nueva política, nadie investiga nada, puesto que en el jardín de los pingüinos felices no hay lugar para la crítica, y menos aún para la denuncia.
    Por eso, resulta hasta comprensible la desazón de Elisa Carrió al percibir que su prédica del contrato moral es impermeable al sentir de muchos, que parecen no percibir las lágrimas y el bajón de los desocupados, como de todos aquellos que cotidianamente quedan fuera del sistema.
    Pero se está aún en tiempos de festejo, donde unos comen pizza con champán como antaño, mientras otros ya se pusieron tempranamente la camiseta de Kirchner 2007, mientras pergeñan otra de Cristina 2011.
    Mientras tanto, la rueda sigue girando.  

Fernando Paolella

 

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