Las posturas esenciales sobre el aborto son tres, no dos, como a veces se pretende instalar. Si comprendemos esto, es posible que podamos encarar el debate sobre la cuestión de manera mucho más racional, serena y pacífica.
Estas tres posturas se derivan de dos grandes preguntas: 1) ¿Desde qué momento se puede decir que existe una persona humana con pleno derecho a la vida? 2) ¿Es el aborto un hecho negativo que debe evitarse?
La primera pregunta es quizás la más difícil. Involucra cuestiones emocionales, psicológicas, filosóficas y religiosas de muy complejo abordaje y discusión. La gran incógnita aquí es: ¿qué es lo que nos hace personas y nos dota de dignidad y derechos? ¿Es nuestra carga genética? ¿O es nuestra capacidad de volición y conciencia?
Sin dudas que nuestra carga genética es lo que hace que seamos seres humanos u homo sapiens, y no otra especie. Pero ¿es lo mismo ser humano que ser persona? Si existiera otra especie con igual grado de capacidad volitiva y conciencia que nosotros, ¿deberíamos reconocerlos como personas y respetar sus derechos y su dignidad, igual que como pretendemos hacerlo con los seres humanos? Si esto es así, ¿desde qué momento, en el proceso de desarrollo biológico del ser humano, se puede afirmar que existe la posibilidad de que el ser en cuestión haya desarrollado algún grado o nivel de conciencia?
Si se responde que desde el momento de la formación del cigoto o de la concepción existe una persona, equiparando “persona” con “ser humano”, entonces ya no queda nada más por discutir. El aborto debería prohibirse y castigarse de la misma forma que cualquier homicidio. No hay margen siquiera para justificaciones en caso de riesgo de salud o violación de la madre. Pues los derechos de cada persona son inviolables. Más aún, esta postura lleva a condenar moralmente a quienes pretenden despenalizar el aborto como instigadores de homicidios masivos, lo cual puede sembrar intolerancia y violencia.
Ahora bien, otra es la historia si respondemos a la pregunta anterior que lo que define a la persona es su capacidad volitiva y consciente, y no su carga genética. De hecho, cabría la posibilidad de que con diseños genéticos diversos se llegue a un mismo resultado en lo referido a la naturaleza consciente del ser, o que con diseños genéticos muy similares el resultado sea totalmente distinto. La diferencia entre el genoma humano y el del chimpancé, por ejemplo, es de tan sólo, aproximadamente, un 1% o 2%.
En cualquier caso, al responder que no se puede aseverar la existencia de una persona desde el momento de la concepción por su sola carga genética, igualmente quedaría pendiente otra pregunta: ¿Es el aborto un hecho negativo que debe evitarse?
Si respondemos a la pregunta anterior que no, se puede deducir que la cuestión del aborto queda reservada exclusivamente a la esfera de libertad de la madre. El aborto debería permitirse de manera completamente irrestricta, sin ningún tipo de limitación. Debería poder hacerse en cualquier grado de desarrollo del embarazo por el sólo hecho de encontrarse un ser dentro de otro. Cualquier tipo de oposición o restricción al aborto sería un ataque directo a la libertad más básica de disposición sobre su propio cuerpo por parte de la madre. Desde esta postura, los antiabortistas pasan a ser calificados fácilmente como opresores autoritarios, que invaden la esfera más íntima de la persona que desea abortar. Esta tesitura también abre las puertas a la justificación de la violencia.
Existe, sin embargo, una tercera postura, muy amplia y diversa, que responde que no se puede aseverar que exista un ente volitivo y consciente (o sea, una persona) desde la concepción, pero que también afirma que el aborto es un hecho negativo que debe evitarse por todos los medios posibles, cuanto menos por una cuestión de prudencia. Es una posición intermedia entre las otras dos, más moderada, tolerante y práctica.
En general, se suele alegar, desde esta postura, que recién a los tres meses del embarazo comienza a funcionar el sistema nervioso central o a formarse la corteza cerebral del feto. Se identifica ese momento, entonces, como un instante prudente para prohibir la interrupción del embarazo, por las dudas de que a partir de ahí existiera algún ínfimo, latente o incipiente acto de pensamiento, conciencia o libertad interior que pueda ser imperceptible para nosotros.
De todas formas, desde esta tercera postura no se afirma que el aborto deba permitirse de manera completamente irrestricta durante los primeros tres meses, ya que se trata de un hecho negativo que hay que intentar evitar. Pues, aunque no sea el ser en cuestión una “persona” en el pleno sentido de la palabra, es sin dudas un ser vivo y una creación de la naturaleza que, como tal, merece cierta protección y valoración. No tendría lógica brindar cierta protección a los animales y ninguna a los humanos por nacer. Esta es una contradicción flagrante de algunos extremistas híper-ecologistas e híper-abortistas.
Empero, no se puede tratar a la mujer que aborta ni al médico que la asiste como “asesinos”. No es esa palabra la que mejor describe la intención y la situación, quizás de desesperación, que llevan a una mujer a interrumpir su embarazo. Tampoco tiene sentido caer en una criminalización ficticia (en los hechos las penas por aborto nunca se aplican), pues sólo sirve para llevar las interrupciones de embarazos al ámbito de la clandestinidad, alejándolas de la institucionalidad y de la posibilidad de ser desalentadas eficazmente.
Esta tercera postura intermedia implica, en definitiva, abandonar y superar ambos dogmatismos anteriores y abrir las puertas a un debate serio, tolerante y profundo. ¿De qué manera podemos reducir realmente el número de abortos? ¿Qué estrategias han dado resultado en otros países? ¿Es eficaz la criminalización? ¿Tendría sentido pensar en algún tipo de multa razonable como elemento simbólico o disuasorio? ¿Podría establecerse un procedimiento de contención y asistencia de la persona que desea abortar, al que puedan enviar representantes las instituciones interesadas, como ONG, asociaciones civiles o iglesias? ¿Cómo podemos llegar a un acuerdo que reconozca cierta libertad a la madre, pero dentro de un marco jurídico e institucional que le brinde incentivos, recursos y herramientas para estar en condiciones de tomar la decisión de no abortar, sea criando a su hijo o dándolo en adopción? ¿Qué es lo que se puede hacer antes de llegar al aborto para educar y concientizar sobre una conducta sexual responsable?
Si todos nos ubicáramos en esta tercera postura, libre de dogmatismos, sin agresiones ni intolerancia, seguramente comenzaría un debate sumamente serio, sensato y profundo, cuyo resultado sería positivo en cualquier caso. Pues, dicho debate nos acercaría a los medios prácticos por los cuales podría desalentarse y prevenirse eficazmente el hecho triste del aborto.