“La violación nuestra de cada día”,
anunciaba la conductora Denise Pessana en cámara
a mediados de 2003. Eran los días anteriores a las elecciones de jefe porteño,
en las que se sacaban chispas el ahora suspendido Aníbal Ibarra y su
contrincante Mauricio Macri, y la corporación mediática nacional no tuvo
mejor idea que inventar el triángulo
de violaciones porteño. Partiendo de un todavía no aclarado hecho
policial, el intento de violación y muerte de la adolescente Lucila Yaconis
cerca de la estación Colegiales (ocurrido en abril de ese año), se montó
una campaña de terror masivo destinada a que los vecinos de ese barrio porteño,
Saavedra, Núñez, Colegiales y Belgrano no pensaran feo y reclamaran mayor
mano dura. Una epidemia de ataques sexuales, “a
la luz del día” según los aterrantes medios, ocurría
cotidianamente y las vecinas salían a la calle con visible espanto en los
ojos mirando con pavor a cualquier extraño que podría ser un depravado
potencial.
En esa bolsa de gatos entraban todos:
los pibes marihuaneros, los rockers y los trashers que se juntaban a tomar una
birra, los "travas" que buscaban ganarse unos mangos, los
cartoneros, y cualquiera que para las espantadas vecinas luciera raro. Y lo más
interesante, era que esos supuestos ataques sexuales eran dudosamente
comprobados fehacientemente, con la consiguiente ausencia de detenidos por los
mismos.
En octubre de dicho año, la situación
había llegado a tal paroxismo que muchos periodistas que cubrían la zona en
cuestión, se expresaban casi como policías:“El
violador de Núñez volvió a atacar, y sometió a una intensa persecución a
una joven de aproximadamente 18 años”, manifestó al borde del
paroxismo un notero de América
TV.
El miedo, ese gran domesticador
“El
miedo no es algo malo, Cayo, pues nos ayuda a tener un electorado más
manejable”, le manifestaba el romano Craso a
un colaborador, en la reciente remake
de Espartaco.
A una semana de los tragicómicos sucesos en Diputados, en los que
se obturó la nominación de Luis Patti como diputado pero se aprobó la de
Eduardo Lorenzo Borocotó,
la diseminación de esta pandemia aterrorizadora es el mejor
remedio contra la movilización popular. Frente al hastío generalizado de los
ciudadanos, es mucho más asequible reflotar el andamiaje del triángulo
de violaciones porteño. Partiendo de los sucesos de Núñez, se
motoriza una desmovilización para evitar que los reclamos lleguen a unas
instituciones que se han blindado por dentro.
En un candente diciembre, a una semana
del 4° aniversario de los trágicos sucesos del 2001, de esta forma se
intenta destrabar el descontento diluyéndolo en la pavura colectiva.
Además, faltaban pocos días para el
primer recordatorio de la masacre de Once. Seguramente, para esos pocos que
miran la realidad detrás de los vallados, qué mejor que seguir metiendo
miedo con tal de que todo esto pase a un segundo plano. Como la ola de robos a
ancianos que tiene espantada a la provincia de Buenos Aires, son excelentes
recursos mediáticos para que la atención popular en estos temas, y en otros
acuciantes como el incontrolable rebrote inflacionario, sea arrasada por el
siempre oportuno y maleable cuco de la inseguridad. Por las dudas.