Primero fue Mauricio Macri, a través de un mensaje grabado que se difundió al mediodía. Allí volvió a reflotar a Cristina Kirchner al acusarla de estar detrás del proyecto opositor para retrotraer los tarifazos.
"Demuestren que existe un peronismo responsable y confiable, que no se deja conducir por las locuras que impulsa Cristina Fernández de Kirchner", dijo el presidente de la Nación dirigiéndose a la oposición.
La expresidenta no demoró demasiado en responder. Lo hizo a través de su cuenta de Twitter: "Tratar de loca a una mujer. Típico de machirulo", afirmó (¿No podía utilizar un término más actual?).
De pronto, la Argentina demostró ser lo que es: un país de cuarta, berreta, que en lugar de discutir la conveniencia o no de subir las tarifas, empezó a debatir sobre lo que dijo Macri y lo que le respondió Cristina.
Lo más curioso es que ninguno de los dos se hizo cargo de nada. Ni Cristina asumió el desastre que dejó, subsidios mediante, ni Macri se explayó lo suficiente para explicar por qué decidió aplicar un tarifazo repentino e impagable, en el marco de una inflación creciente y con aumentos de sueldo que se dan “por goteo”.
La decadencia argentina es producto, no del gobierno de Cristina o de Macri, sino de ambos, y de los anteriores también. Todos han ido colaborando para llegar al estado de situación que se vive hoy, con un déficit fiscal abismal, una deuda impagable y un gasto público elefantiásico. Han sido décadas de despilfarro y mala administración.
Y ahora, cuando todo parece a punto de estallar —como ocurre siempre en este país— el presidente habla de ser “responsables con el futuro de los argentinos”.
Tal vez algún día las discusiones en Argentina dejen de ser sobre si se debe usar el aire acondicionado o el calefactor, o si se debe comprar lechuga cara o barata. Quizás alguna vez seamos un país serio, de veras.