Sin duda, el veredicto del caluroso lunes 9 de enero no sorprendió a nadie. Pues era de cajón que el binomio Fanchiotti y Acosta se harían acreedores de la cadena perpetua, pero lo que sí sorprendió fue el tratamiento de los medios al tema de la masacre de Avellaneda del 26 de junio de 2002. Sobre todo, recordando como cubrió ese acontecimiento la corporación mediática nacional. Desde temprano, en aquella jornada los movileros de los principales canales esperaban que se cumpliera la agorera profecía del duhaldismo que prometía que los accesos a la Capital Federal no estarían obturados bajo ningún concepto. Por eso, como bien se ilustró varias veces en este sitio, el operativo que luego sería cruelmente represivo incluyó además de la Bonaerense a la Federal, la Prefectura y la Gendarmería Nacional.
Previamente a esto, la SIDE bajo la tutela de Carlos Soria y de Oscar Rodríguez había obtenido mucha información por infiltración e intimidación para que la futura operación masacre saliera a pedir de boca. El interinato de Eduardo Duhalde había sido puesto en vereda por los capitostes del PJ, quienes reunidos en cónclave en La Pampa, le pidieron sin ambages que dejara de ser blando con el creciente poder de las asambleas vecinales y las organizaciones de desocupados.
Y así fue, cortando a balazo limpio para luego huir hacia delante convocando a elecciones generales para mayo de 2003. Desde el plomo y la sangre, surgía una democracia controlada dando tumbos con aires fríos provenientes de Santa Cruz.
Cuando los medios lavan
Porque como se recordará, gran parte de los medios se alineó vergonzosamente al discurso oficial tratando de demostrar que la represión fue en cierto modo necesaria, y como insinuó el radical Vanossi, los piqueteros constituían un grupo revolucionario dispuesto a tomar el poder por asalto, como también las asambleas eran soviets travestidos.
Caído ese delirio, lo que queda es continuar de manera independiente la investigación sobre los partícipes necesarios de esas muertes para que el deseo de justicia de familiares, amigos y allegados de esos dos chicos sea de una vez satisfecho.
Porque de lo contrario, todo habrá sido en vano.
Fernando Paolella