“Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga”. Víctor Hugo.
Hace 1 mes, escribí un artículo llamado “ser o no ser aborto”, en el cual analizaba el nacimiento con vida de un feto luego de un aborto practicado a una niña de 13 años, quien cursaba la semana 20 de embarazo. Esto sucedió en Concordia, Entre Ríos.
En esa oportunidad, el abogado de la familia Pedro De la Madrid, dijo con respecto a la demora en la práctica que “se perdieron dos semanas por la oposición burocrática en el hospital a acceder a practicar un aborto que está establecido en el protocolo”.
En aquel artículo me preguntaba “¿Cómo es posible que se obligue a un médico a dejar morir a un bebé en una chata, porque “salió mal” el aborto?” y recordaba la propuesta de “aborto postnatal” que actualmente se debate en Canadá y su semejanza a la barbarie de deshacerse de niños no deseados (por “defectuosos”) por parte de los Espartanos.
Ahora nos encontramos con este caso en Jujuy, en donde una niña de 12 años de edad, probadamente violada, llegó al hospital con 24 semanas de embarazo, y junto con sus padres solicitan se le practique un aborto.
Durante una semana, más allá de la pulseada entre los pro-aborto y los pro-vida; los médicos no se decidían a realizar el procedimiento requerido, unos por ser objetores de conciencia y otros preocupados por el estado avanzado del embarazo, condición que hace del aborto una práctica riesgosa, pero sobre todo, un hecho traumático, casi (o no tan casi) sanguinario.
Para llevar adelante un aborto a las 25 semanas, debe utilizarse el método quirúrgico o instrumental; o sea, hay que “descuartizar” al bebé (aún con vida o previamente ultimado) y sacar “parte por parte” por vía vaginal. Más allá de lo aberrante del acto, es una práctica que entraña en sí misma un grave peligro para la madre.
Los facultativos, con el consentimiento de los padres, decidieron realizar una cesárea, por resultar “el procedimiento que mejor resguarda la salud integral de la niña". De este modo, cumplían con la Interrupción Legal del Embarazo y quedaban atentos al posible nacimiento con vida de la bebé (una niña como la abortada en Concordia, mujeres que paradójicamente no son protegidas por el colectivo feminista).
En aquel entonces, el Director del Hospital Masvernat de Concordia, el Dr. Miguel Ragone, se preguntaba qué se debería hacer con un feto de 24 semanas, que tiene posibilidades de supervivencia: “nosotros como médicos deberíamos tener la conducta de asistirlo” afirmaba.
Volviendo al caso Jujeño, técnica y gramaticalmente, los médicos cumplieron con la letra de la ley (aunque en Jujuy el protocolo de la provincia autoriza el aborto sólo hasta la semana 22) y llevaron adelante la Interrupción Legal del Embarazo, satisfaciendo lo solicitado por los padres y con su acuerdo.
Lo trágico del tema, es la reacción de las hordas feministas ante este suceso.
La periodista Mariana Carbajal, del colectivo Ni Una Menos, aseguró que "obligar a una niña a seguir con un embarazo producto de una violación es tortura". Al respecto, se quejó de la elección de la cesárea, ya que esta no figura entre los métodos reconocidos por la O.M.S. para realizar un aborto.
En el mismo sentido, Victoria Tesorero, socióloga por el Derecho al Aborto, aseguró que “constituye un caso de tortura a una niña, es parte de lo que vivimos en nuestra sociedad, una cultura patriarcal que en este caso no respeto ningún derecho de la niña”.
Por su parte, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto aseveró que “¡obligar a gestar y parir es tortura!”, en tanto que la Fundación Huésped afirmó que fue "maternidad forzada" y enjuició a los “profesionales de la salud” que no detectaron el embarazo cuando la niña asistió en primera instancia al centro de salud y que luego, obstaculizaron y demoraron intencionalmente la práctica contemplada dentro del Protocolo. Conceptos estos que van de la mano con lo publicado por Aire Digital: “¿no yace el verdadero delito en la omisión de un deber por parte de los médicos que negaron el derecho de la menor, al ampararse en la objeción de conciencia?”.
Finalmente, para la Dra. Elena Meyer, integrante del Equipo de Consejerías en Salud Sexual Integral del Ministerio de Salud y de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, tanto el ministro como parte del área de ginecología del hospital, retrasaron el proceso para forzar el nacimiento de la beba. "Derivarla a la capital fue la primera dilación, ya que el aborto se podría haber resuelto en San Pedro. El martes tuvieron una reunión, el miércoles otra y ahí generaron la ventana para presentar el habeas corpus".
Es increíble que todas estas feministas estén más preocupadas porque no fue asesinada la bebé, que por el fin del embarazo de la madre. Les importa un carajo la madre. Decía Ortega y Gasset “odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia”, estas impresentables odian a la recién nacida, quizás siguiendo el postulado de la referente feminista Margaret Sanger: “Una mujer que no tenga control sobre su cuerpo, no puede ser una mujer libre”, la bebé vendría a ser la esclavista de la madre, sólo un parásito que no le permite ser libre.
Pensemos un poquito, algo que estas energúmenas son incapaces de hacer.
Realizar un aborto instrumental transvaginal, despedazando a la bebé; es igual a tomar a la bebé luego de la cesárea y “cortarla en pedacitos”. Es exactamente lo mismo, sólo que lo primero es en la clandestinidad del útero de la madre y lo segundo a la vista de todos.
¿Cuál era el deseo de la niña y sus padres? ¿Terminar con el embarazo?, ¿o quitarle la vida a la bebé? ¿Por qué se ensañan con la criatura?
Lo cierto es que la niña no padece más el embarazo y que la bebé podrá tener una vida propia. Las feministas son las únicas que se sienten “estafadas y desilusionadas”. Ojalá algún día dejen de estar enceguecidas y piensen por sí mismas, ojalá algún día promuevan medidas de prevención, como la prisión efectiva de violadores o su registro, en lugar de reclamar la solución espartana de desechar los bebés no deseados.