Con un empate victorioso, Benjamin Netanyahu logró dos éxitos. El primero contra su rival, Benny Gantz, uno de los tres ex generales del movimiento centrista Azul y Blanco, aunque haya obtenido la misma cantidad de bancas en la Knesset (Parlamento). El otro contra sí mismo frente a las causas judiciales por supuesta corrupción que pesan en su contra. El eslogan “Bibi o no Bibi” resultó efectivo. Una vez más. Las elecciones de Israel fueron, en realidad, un plebiscito sobre la gestión del primer ministro, aupado hasta último momento por su socio y amigo Donald Trump.
El artífice del traslado de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén le hizo a Netanyahu el último favor en la víspera de las elecciones: declaró organización terrorista extranjera a la Guardia Revolucionaria de Irán, creada durante la Revolución Islámica de 1979 por el ayatollah Khomeini para actuar en forma independiente del ejército regular. Estados Unidos nunca había utilizado ese calificativo contra una fuerza militar foránea. Un gesto sin precedente. El de Trump después de haber reconocido la soberanía israelí sobre los Altos del Golán y de haberse retirado del acuerdo nuclear con Irán de 2015.
El Likud de Netanyahu, “una familia, no un partido”, lejos estuvo de alcanzar en las elecciones la mitad más uno de los escaños de la Knesset, 61 sobre un total de 120, pero en su quinto gobierno se apresta a repetir la coalición de seis partidos con conservadores, ultrarreligiosos, nacionalistas y ultraderechistas. Era lo previsto en noviembre después de la renuncia de Avigdor Lieberman al cargo de ministro de Defensa por la aparente debilidad con Hamas, dueño y señor de la Franja de Gaza. Una "sumisión al terror" y "una capitulación ante el terrorismo", martilló Lieberman y dinamitó la coalición.
En diciembre, urgido por tres casos de corrupción, Netanyahu convocó a elecciones anticipadas. La ley establece que sólo la condena, pedida por el fiscal general Avijai Mandleblit por “soborno, fraude y abuso de confianza”, precipitaría su renuncia. Dos grandes partidos dominarán la Knesset por primera vez desde que Yitzhak Rabin obtuvo 44 escaños contra 32 de Isaac Shamir en 1992. Durante la campaña, Netanyahu prometió declarar la soberanía de los asentamientos judíos en Cisjordania. Otra bomba de relojería para el proceso de paz de Medio Oriente, cuyo anuncio aplazó Trump para después de las elecciones.
Netanyahu, primer ministro entre 1996, cuando derrotó en forma sorpresiva a Shimon Peres, y 1999, y desde 2009, está en vías de batir el récord de permanencia en el cargo del fundador del Estado judío y padre espiritual del laborismo, David Ben Gurion. ¿Por qué ganó las elecciones, más allá de la paridad en el resultado? Por la seguridad, por la economía y por haber proclamado un Estado sólo para judíos. Con el empate con Gantz, al frente de misiones militares en Gaza y Líbano, consiguió seguir siendo el rey Bibi, lejos de la solución con Palestina de los dos Estados o de aceptar otra lengua que no sea la hebrea. Un émulo de Trump. O, quizá, su fuente de inspiración.
La mitad de la reelección se la debe a Trump y la inciativa que tuvo de reconocer a Jerusalem como capital de Israel, yendo en contra de la ONU. Ese espaldarazo PERSONAL, le asegura a Netanyahu un romance con EUA que actúa como "pato vica" defensor de Israel, permitiendo que continúe con su expansionismo en Cisjordania. ¡Se auguran tiempos violentos en esa región! Pues debe aprovecharse todo el tiempo que se pueda para avanzar territorialmete, no sea cosa que Trump se vaya y algùn democràta quiera volver todo atràs.