En 1925, el poeta uruguayo Fernán Silva Valdés escribía, fiel a su postura romántica, estos versos: “Hombre futuro de América, eres el esperado; serás el equilibrio, Sancho más Don Quijote; serás el tipo de una arquitectura humana; viva columna jónica para apoyar sus plantas el Mañana. (….). Hombre futuro de América: has de ser hermoso, has de ser atlético, has de ser bueno, has de ser sabio; el dolor y la sabiduría de todos los muertos habrá preparado la cancha para tu advenimiento”.
Uno repasa estos versos y luego mira el panorama latinoamericano y piensa, especialmente a partir de la catástrofe que vive Venezuela y buena parte de la américa central, ¿ese hombre será acaso Maduro? ¿O será Ortega? ¡Cuán lejos está nuestra América Latina de la visión futura que tenía el poeta!
La conclusión parece obvia. La democracia no resulta una planta fácil de hacer crecer en nuestro subcontinente. Pero no es su clima ni su tierra. Es evidente que son sus políticos. ¿Cuántos golpes militares con el propósito de consolidar casualmente la democracia que acabaron con gobiernos elegidos electoralmente? Pero también nos podemos preguntar: ¿Cuántos gobiernos que asumieron mediante un proceso electoral se convirtieron luego en populismos autoritarios, socavando el Estado de Derecho y la democracia misma que los llevó al poder?
En el segundo aspecto que decimos, el populismo, armado o no, creía cumplido todo el proceso democrático con una elección. Quien ganaba no era un gobernante que debía ejercer el poder cumpliendo con las reglas de un Estado de Derecho. El gobernante no debía ser representante del pueblo, al cual se le debía rendir cuentas de todo lo obrado, sino que parecía ser el dueño del Estado. Haber tenido la mayoría en una elección le daba título suficiente como para hacer lo que él quisiera, sin tomar en cuenta lo que mandara la ley y el interés general. Había, además, una total confusión entre lo público y lo privado. En Argentina tenemos ejemplos de sobra al respecto. Para qué recordar los “fondos de Santa Cruz”, los bolsos de López o, más atrás, el “quien depositó dólares recibirá dólares”.
El colapso de Venezuela no comienza con Maduro. Comienza con Hugo Chávez, el verborrágico líder que creía adornar con laureles todas sus acciones por llamarlas “bolivarianas”. Para él, el socialismo bolivariano no era nada menos que el fallido socialismo autoritario del siglo XX pero aplicado en el siglo XXI. Es cierto que, por lo general, todo tipo de socialismo centralista, como decía Hayek, es el camino a la servidumbre, pero lo de Chávez fue mucho más que eso. Fue llevar a la destrucción a un país completo y a cada una de sus instituciones, incluso a la empresa que simbolizaba a Venezuela: PDVSA.
En lo político, Chávez fue paulatinamente quitándoles libertades a los venezolanos y acorralando a la oposición, reservándole a ella, o los palos en la calle, o la cárcel. De esa manera, en absoluto se construye la democracia, sino que se la hace imposible, y entonces sólo quedan las palabras vacías de sus discursos, que no encierran ninguna construcción positiva, sino la destrucción de su país por acumulación y concentración excesiva del poder.
Más de cuatro millones de personas huyeron de este descalabro, que impedía encontrar desde alimento hasta el remedio que se estaba necesitando para el tratamiento de una enfermedad. Se interrumpieron las operaciones y las diálisis y la gente moría en las puertas de los hospitales. Todo esto quizás no se vivió tanto con Chávez (aunque el declive económico y social ya había empezado durante su gobierno, lo que motivó el fraude de 2012), pero ineludiblemente es el final del “sueño bolivariano” que él imaginó, verdadera pesadilla autoritaria.
A Maduro, como su heredero, ya que Chávez lo impuso, le tocó enterrar definitivamente el sistema democrático, y persiste en destruir lo poco que queda de Venezuela. Aunque, me corrijo, lo poco no es tan poco, porque a Venezuela le quedan sus reservas petroleras y esa es la razón por la que Rusia y China se han mostrado dispuestas a colaborar con el régimen. El precio será muy alto. La única forma que tendrá el socialismo bolivariano de pagar la ayuda de esos países es entregando el petróleo del futuro. Y como ya PDVSA no existe, su lugar será ocupado por empresas de los países citados, que tienen experiencia al respecto. Pero la cosa es más grave aún. ¿Cómo reparar el tejido interno de un país donde el gobernante durante años no hizo otra cosa que violar la propia constitución bolivariana que le dejara Chávez; donde no hay ley ni orden y el gobernante se les ríe en la cara a los hambrientos, a los enfermos y a los muertos?
Como ya dijimos, más de cuatro millones de personas huyeron porque la patria que ellos tenían se desmoronaba bajo sus pies gracias a la tarea de Chávez y Maduro. La figura del presidente interino que había adoptado Guaidó, reconocida por más de cincuenta países, incluyendo todos lo de la Unión Europea, con el paso del tiempo, y sin poder ejercer el gobierno realmente, se desfigura. En términos concretos, lo único que quedaría negociar, aunque quizás esto pueda avergonzar a algunos, es el exilio de Maduro y con cuántas “valijas” se le permitirá irse a Cuba, para evitar una mayor catástrofe. Esperamos que la obstinación del dictador venezolano no termine dejando como única opción para restaurar la democracia el uso de la fuerza. Quizás el colapso de la dictadura venezolana sea símbolo de un traumático proceso de madurez democrática regional que tanto necesitamos.
A eso vamos si vuelve el kirchnerismo o el peronismo. Gracias Macri por evitar la catástrofe.