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EL FIN DE UNA CÁRCEL MODELO

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¿SE DEMOLERÁ FINALMENTE CASEROS?
¿SE DEMOLERÁ FINALMENTE CASEROS?

EL FIN DE UNA CÁRCEL MODELO

    Todas las mañanas cuando Carlos y Beatriz se levantaban, tenían por costumbre otear el día por la ventana de su departamento ubicado en Rondeau al 1500, PB. Luego de verificar si era soleado o en su contrapartida, tan horrendo como para seguir permaneciendo en la cama, Paulo dirigía su mirada a la siniestra mole de la Unidad Carcelaria 1 conocida popularmente como la cárcel de Caseros. Clavándole la vista como si los ojos fueran puñales, exorcizaba a la supuesta “institución modelo” con una estruendosa puteada.

 

    Sin embargo, el 9 de agosto de 2000 tuvo un sabor diferente. Pues a las 15:30 había comenzado el desalojo de la unidad carcelaria como paso previo a su demolición, que tendrá lugar a fines de noviembre al mejor estilo del Albergue Warnes. En ese momento se pensó que lo mejor sería mediante una implosión efectuada por especialistas del Ejército, muy similar a la que dio por tierra en 1990 al citado edificio.


 

La mejor de todas

 

    En abril de 1979 el faraón revivido comodoro Osvaldo Cacciatore, intendente de la ciudad de Bs As, cortaba la cintita inaugural de la Unidad Penitenciaria N°1. Destinada a ser la “cárcel modelo”, un ejemplo digno de envidiar para sus pares en Latinoamérica, tuvo el dudoso privilegio de ser elogiada hasta en algunos libros de la procesista Instrucción Cívica. Pero el ambicioso comodoro tuvo el dudoso gusto de enclavarla en pleno barrio de Parque Patricios, entre las calles Caseros, Rondeau y Pichincha. Así, se hizo trizas la fisonomía y tranquilidad de los habitantes del añejo barrio porteño. Antes éste se enorgullecía de ser la cuna del mítico Globito, el club atlético Huracán, pero a partir de esa funesta fecha el rojo furioso de la vergüenza cubrió su rostro.

    Un preso ilustre de la U 1 fue Sergio Mauricio Schoklender. Ni bien fue detenido en 1981, pasó a ser huésped involuntario de la celda N°1 del piso 18. Allí estuvo hasta 1983, luego fue trasladado al penal de Devoto y retornó a Caseros en 1991.En su libro Infierno y resurrección (Colihue, 1995) relata minuciosamente su particular descenso al Tártaro en una institución que progresivamente pasó de ser modelo a caerse a pedazos.

    Como un Dante contemporáneo pero sin Virgilio, Schoklender guía al lector por los tenebrosos pasillos del enorme edificio en forma de H. El “monstruo”, como bien lo define, aún no tenía los pisos 19 y 20 ese año pero igual estaba en funciones. En el subsuelo se ubicaba la cocina, la panadería y los túneles que servían de comunicación con la U16, la “Caseros vieja”. En la planta baja se encuentra la administración, jefatura del cuerpo de requisa, guardia armada, sala de abogados, depósito para ropa y alimentos, enfermería y sector de admisión. El primer piso está ocupado por el Hospital Penitenciario Central, que contaba en el momento de su inauguración hasta con consultorios de odontología, quirófano, sala de terapia intensiva y laboratorio para estudios de alta complejidad.

    Las celdas ocupaban desde el piso 3 hasta el 17, incluyendo un recinto cerrado atravesado por columnas enormes que hacía las veces de patio. El piso 18, donde Schoklender estuvo alojado, era otro cantar. Pues allí sentó sus reales la Sección de Inteligencia, dependiente del tristemente célebre Batallón de Inteligencia 601 del Ejército, con su depósito de armas, sala de interrogatorios y sala de grabación. El sector B estaba destinado a alojar a los presos políticos que se encontraban a disposición del PEN, así también a aquellos que padecían problemas psiquiátricos. El sector A albergaba a los “sancionados” y “aislados” por un lado, y a los que estaban a disposición del SIP y del Poder Ejecutivo “en tránsito”, por otro.

    Cuando retornó a Caseros en el 1991, Schoklender notó que al otrora temible monstruo le faltaban los dientes. Todas las puertas de las setenta celdas se habían esfumado, así como los vidrios, inodoros, piletas y lamparitas de luz. A pesar de este constante deterioro, continuaba almacenando reclusos que sobrevivían en condiciones infrahumanas.


 

Una demora incomprensible

                                                                                                                              

    Luego del mencionado desalojo, hace seis años, se planteó que la operación tendría lugar en noviembre. Pero esto no se concretó pues la administración presidida por Aníbal Ibarra no había evaluado el impacto ambiental posterior, imponderable que los vecinos de la zona sí tuvieron en cuenta. Uno de los más graves, y digno de tener en cuenta, era que luego de la deflagración una inmensa nube de polvo cubriría al Hospital Garrahan sepultándolo totalmente. Entonces, se decidió al fin demolerla de manera tradicional pero las tareas fueron interrumpidas luego de sobrevenir un accidente fatal que costó la vida de un soldado.

    Luego de esta demora incomprensible, que sin duda la padecieron con creces los sufridos vecinos, se anunció esta semana que finalmente ese inmenso monumento a la maldad y a la desidia caerá sobre sus cimientos. Era hora.

 

Fernando Paolella

 

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