Para la Argentina el año 2020 está prácticamente terminado y perdido. Habrá que ir pensando en la cena navideña y en el año nuevo 2021.
Lo único importante que queda por definir son los acuerdos por las obligaciones con los bonistas y con los organismos de créditos internacionales.
Desde el punto de vista geopolítico no son cuestiones menores. La economía del mundo se está desacelerando y probablemente se cierre parcialmente.
Cuando no hay negocios en el mercado financiero los acreedores se vuelven más exigentes y menos sensibles.
Si en el gobierno creen que la pandemia le permitirá excusarse para no pagar, pagar menos y defaultear, le tengo malas noticias: los acreedores serán inflexibles.
Es imprescindible, entonces, llegar a un acuerdo con una quita menor que nos permita negociar plazos más largos y no apartarnos del mundo capitalista.
Aquella vieja propuesta de “vivir con lo nuestro” (del desaparecido Aldo Ferrer) es sencillamente inaplicable.
Nuestro mercado interno es muy pequeño y se encuentra en terapia intensiva. Entrar en cesación de pagos hará que nuestros productos pierdan compradores internacionales (porque se nos van a cerrar muchas plazas) y además perderemos financiamiento internacional.
Ello traerá aparejado la dificultad para importar materia prima para la fabricación de medicamentos, adquisición de insumos hospitalarios sustanciales, y tecnología de diversa índole que nos colocará en una situación realmente crítica.
Por ello, sería atinado acordar en las mejores condiciones, alejados de posturas ideológicas y proponiendo una rápida apertura de la economía a fin de recibir inversiones extranjeras que podrían convertirse en el trampolín del despegue de la economía y la creación de miles de puestos de trabajo.
Me permito una advertencia: caer en la tentación del default para luego negociar con las potencias socialistas (China, Rusia, etc.) significará hundirnos en una pobreza extrema para siempre.
Explico. Un juicio que encabecen los bonistas en jurisdicción extranjera con el válido precedente de los holdouts, obtendría un fallo favorable para el cobro compulsivo en triple instancia y en menos de 4 años.
En tal escenario, y dispuestos a cobrar, los bonistas negocian por fuera de cualquier ideología.
Y sea quien fuese, el que nos asista operará como ariete para permitirles cobrar a los acreedores con granos, hacienda, reservas naturales (petróleo, minerales, etc.) o cualquier otro recurso que encuentren a mano.
Para las potencias mundiales negocios son negocios, y en ese tema son descorazonados. Ya hemos visto como vaciaron Venezuela de sus reservas petroleras.
La oposición y una parte de los gobernadores sienten que el Presidente no resuelve por sí y que recibe sugerencias convincentes provenientes de la Vicepresidencia.
La ocupación de puestos claves en ministerios por parte de aliados que no responden al primer mandatario dejaría en claro la veracidad de aquel apotegma.
Ahora bien, en el 2021 hay elecciones legislativas. Y vale aquí recordar lo que le ocurrió a Winston Leonard Spencer Churchill. Considerado uno de los héroes que logró detener el avance del totalitarismo nazi, un triunfador indiscutible de la segunda guerra mundial y reconocido internacionalmente se presentó a elecciones a poco de finalizada la conflagración mundial y fue derrotado ampliamente en 1945. La sociedad inglesa ya no quería sangre, sudor y lágrimas y sentía que su tiempo se había acabado.
No debe ser difícil imaginar que su campaña política se sostuvo en ser el salvador del Reino Unido y el que los liberó de la dominación de una dictadura.
A los ingleses eso no les importaba, era un tema del pasado.
Alberto Fernández y su equipo podrían creer que aferrándose a las vidas que se salvaron gracias a la cuarentena podría triunfar en las elecciones de medio término.
Eso sería no comprender el ADN del argentino.
Con una cantidad baja de infectados y fallecidos la ciudadanía tomará el triunfo sobre el COVID 19 como propio por haberse quedado confinado.
A la sociedad no le importarán los muertos que hubo, ni los que hubiese habido si no se tomaban las restricciones a la que se vieron sometidos. Todo eso será contrafáctico.
Le prestarán atención sin duda alguna a la situación económica.
Un combo de pobreza cercano al 70%, con recesión profunda e inflación desmadrada, las licitaciones con sobreprecios, inseguridad y la resistencia a un sector de su alianza de gobierno hará que los votos se le escurran como agua entre las manos.
Pero curiosamente para torcer esa profecía, que no parece de difícil concreción, el Presidente tiene una oportunidad histórica de poner al país de pie e impulsar un crecimiento y desarrollo sostenido.
Si el mundo empieza a cerrarse ir contra corriente sería realmente revolucionario.
Se convertiría en exitoso si elige el camino del libre mercado.
Con millones de empleados públicos, planes, asistencia social, jubilados, pensionados, empresariado prebendario rico con empresas pobres y un modelo laboral y sindical arcaico, es imposible salir de una situación de crisis extrema.
Si la pandemia, como parece, no nos afecta mucho más de lo que hoy se ha expandido sería sencillo atraer a los empresarios e inversores del planeta que querrán escapar de lo que han sufrido y dirigirse a una Nación prácticamente libre de virus y con una potencialidad enorme para ofrecer como ya ocurrió con aquella época dorada de 1880. “Argentina para el Mundo”.
Alberto Fernández debería usar la rienda corta para disciplinar su frente interno, impulsar transformaciones profundas, reformar leyes laborales, sindicales y tributarias, liberando las fuerzas del mercado para el intercambio de bienes y servicios internacionales, sosteniéndose en una moneda fuerte y confiable (dólar) o atarse a un patrón mundial como lo fue el oro.
Todos los millones emitidos en pesos para la asistencia se pueden recuperar a través de dos mecanismos: a) una devaluación que neutralice el exceso de parte del circulante; b) emitir bonos de una empresa estatal (por ejemplo Aerolíneas Argentinas) para que sean adquiridos por argentinos y con la sanción de una ley que transfiera la gestión de la misma a una o más aerolíneas extranjeras (Qantas, Air New Zealand, etc.) durante 30 años, lo cual abriría miles de rutas internacionales, el Estado achicaría gastos, absorbería el exceso de pesos y el bono serviría como resguardo de valor que cotizaría rápidamente a la suba y serviría para adquirir acciones de la empresa).
Para todo esto contaría con un gran apoyo de la oposición y terminaría con una grieta dañina azuzada permanentemente e iría por la historia y el bronce.
Se necesita algo que el Presidente de la Nación no dudo que posee y conoce: la voluntad política.
Y también es imprescindible contar con una condición humana de la que Alberto Fernández no carece: decisión.
La incógnita es si tendrá el coraje de ponerla sobre la mesa de su despacho presidencial.