Modelos hay muchos. Certeza, ninguna. Lo dejó entrever el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, cuando avisó que el final del estado de emergencia, previsto para finales de mayo, no implicará volver a la normalidad, sino mantener “un nuevo estilo de vida”. En tanto no haya una vacuna contra el coronavirus más eficaz que la distancia social, la amenaza de una segunda ola de infecciones persistirá durante meses. En ese lapso, las personas deberán usar máscaras, mantenerse a dos metros entre sí, cambiarse la ropa cuando regresen a casa, trabajar en forma remota y evitar el transporte público en las horas pico.
La pandemia arrasa especialmente en una franja. La de los adultos mayores. Japón, el país más longevo del planeta, tiene una expectativa de vida de 84 años. ¿Cómo pudo domarla a pesar de su cercanía con China? El modelo japonés dista del aplicado en otros países por una razón cultural: la costumbre de hacerse una reverencia en lugar de estrecharse las manos, el uso habitual de máscaras en caso de enfermedad y la higiene personal. Excesiva, en apariencia, pero efectiva. En Japón no hubo necesidad de desplegar testeos masivos como en otro vecino, Corea del Sur, de rasgos culturales parecidos, o en la lejana Islandia. Con éxito en ambos casos.
El estado de emergencia, de excepción, de alarma, de calamidad o de catástrofe, como supo denominarlo cada país, responde a modelos disímiles de medidas restrictivas o permisivas adoptadas sobre la marcha. La disyuntiva entre la salud y la economía se vio perforada en algunos casos por las diferencias internas, los bretes electorales y las pugnas internacionales. En particular, la de Estados Unidos y China. “Si quieren tener más bolsas con cadáveres, entonces háganlo, pero si no quieren más muertos, hay que evitar politizar este virus”, estalló el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Gebreyesus.
La politización del virus, atribuida a Donald Trump en su apuro por ser reelegido en noviembre, pretendió ser una respuesta de Gebreyesus al secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, convencido de que la cepa del coronavirus se originó en un laboratorio de Wuhan, China. Hipótesis rebatida no sólo por la OMS, sino también por la comunidad de inteligencia de Estados Unidos. Con el “virus de Wuhan”, versión Pompeo, o “el virus cruel de una tierra distante”, versión Trump, la campaña republicana insiste en instalar la figura de un enemigo externo frente a otro que no discrimina entre partidos, ideologías, fronteras ni intereses.
De todas las respuestas, una de las más curiosas resultó ser la de Suecia. En medio de la propagación de la pandemia, el gobierno apeló a la responsabilidad de la ciudadanía y mantuvo abiertos los colegios, los gimnasios, los bares y los restaurantes. . El primer ministro, Stefan Löfven, admitió el fracaso en la atención de los geriátricos, como ocurrió en España, Italia y otros países, pero la economía se vio resentida en menor medida que el promedio europeo. La clave: más de la mitad de los hogares está habitada por una sola persona y buena parte de los suecos trabaja en forma remota, lo cual facilita la distancia social.
A diferencia de Suecia, las cuarentenas tempranas impusieron la distancia social en Grecia y Vietnam. La ausencia de viajeros por conflictos internos impidió la propagación en Siria, Libia, Irak y Venezuela. Otros países, como Senegal y Ruanda, sellaron las fronteras de inmediato. Las mezquitas de Medio Oriente permanecen cerradas en el mes sagrado del Ramadán. Curiosamente, en Irán hubo más casos que en Irak, así como en la República Dominicana respecto de Haití, documenta The New York Times. Son países limítrofes de desarrollo dispar.
Los mejores dotados terminaron siendo los más perjudicados. Hay “metrópolis globales devastadas, como Nueva York, París y Londres, mientras que otras llenas de gente, como Bangkok, Bagdad, Nueva Delhi y Lagos, se han salvado hasta ahora”. El enigma transita la demografía, las condiciones de vida previas, el clima y la genética. Sin certeza frente a la abundancia de modelos en un mundo de fronteras cerradas en el cual cada país aplica su fórmula a la luz de los aciertos y de los errores ajenos con una directriz en duda. La de la OMS.
¿Y vos pretendes cambiar las culturas de un día para el otro, Elías? Ni los japoneses cambiaron sus estilos culturales luego de la segunda guerra mundial y la bomba atómica y toda la debacle junta. Menos creería que el coronavirus nos lleve a modificarlas.