La posición del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta desde que surgió el coronavirus en la Argentina es bastante particular.
Obligado a coexistir con dos gobiernos que personifican lo opuesto a su experimento político, Larreta ha compartido presentaciones, conferencias de prensa y anuncios con el presidente y el gobernador de la provincia.
En esas apariciones nunca se lo vio cómodo. Fernández, como buen cínico que es, trató de asumir la postura del “democrático” y del “civilizado”, llamando al Jefe de Gobierno por su nombre de pila y transmitiendo la idea de un trabajo en conjunto frente a un problema común.
Kicillof, en cambio, nunca disimuló su encono. Frente a todos los periodistas y sentado a dos metros de Larreta señaló a la Ciudad como prácticamente la fuente de incubación mundial del virus y el foco propagador que infectaba a la indefensa provincia a su cargo.
Cuando la ciudad superaba en contagiados y muertos al conurbano, pidió cerrar los pasos de conexión y mandó a su ministro Berni a proponer que se instale poco menos que un control fronterizo entre la capital y el gran Buenos Aires.
Luego, cuando la cuestión se invirtió y fue el conurbano el que comenzó a tener más casos diarios, reclamó que se dejara de dar cifras por separado y se aglutinaran todos los datos en un solo número correspondiente a la llamada AMBA.
Larreta fue cediendo a cada uno de estos avances. Dejó que efectivamente las estadísticas fueran comunes, admitió severos controles en varios puntos de paso entre la ciudad y la provincia y casi que hasta pidió permiso para reabrir algunas actividades cuando los números de la ciudad pasaron a estar más controlados.
Hasta que llegó el capítulo de los “runners”. Solo un país con la frivolidad de la Argentina podría haber convertido semejante minucia en un problema. Pero como no podía ser de otra manera, se convirtió en un problema.
Fernández y Kicillof pronto identificaron la cuestión como un filón para pegarle a Larreta. El presidente llegó a decir “querían salir a correr y a mirar vidrieras: bueno ahí tienen el resultado”, como si fuera un taita de barrio que reta a un conjunto de criaturas.
Es más, todo esto ocurría mientras la gente salía a correr (a los insólitos horarios de 20 a 8) y en la ciudad el número de casos diarios se mantenía estable y en la provincia crecía, es decir una verificación empírica que se daba de patadas con los sarcasmos del presidente.
Pero ahora Larreta parece inclinado a dar su consentimiento para que esos avances que se habían producido en las actividades de la Capital, retrocedan.
La imagen puede ser utilizada como una metáfora de lo que está ocurriendo en general en la discusión pública: es evidente que hay muchos sectores que no han advertido aún el porte del enemigo de la libertad que tenemos enfrente; no se han dado cuenta de la magnitud del desafío que el kirchnerismo le presenta a la república.
Si los principales referentes de las fuerzas de la oposición no toman debida nota de los que está ocurriendo, los derechos civiles serán copados por el avance totalitario en el país.
La multiprocesada vicepresidente acaba de presidir una sesión completamente anómala en el Senado en donde se aprobó la creación de una comisión investigadora de la deuda de Vicentin con el Banco Nación en condiciones que violan el reglamento de la Cámara.
Para crear tales comisiones se necesita el voto de los 2/3 del Senado. Cristina Fernández cerró los micrófonos y dio por terminada la votación cuando solo se había conseguido una mayoría simple. Con eso dio por creada la comisión.
Este tipo de atropellos chavistas deberían encender las alarmas más sonoras de aquellos que aún tengan voluntad de defender la libertad. Parecería que ya se han acumulado suficientes elementos de evidencia como para dar por probada la intención kirchnerista de quedarse con todo, a como dé lugar. El kirchnerismo no tiene ninguna intención de llevar esto a un terreno de convivencia.
Larreta es quien está más cerca de convertirse en un faro que ilumine la resistencia al avance de esta horda totalitaria. La historia lo puso en un lugar desde donde puede oponerse a que su jurisdicción sea pasada por encima como alambre caído.
No es mucho, pero es una de las pocas herramientas con fuerza territorial que un partido de oposición ha conservado. Sería interesante que el Jefe de Gobierno lea correctamente las coordenadas de la Historia.
Solo entendiendo bien el calibre de peligro que la libertad argentina tiene enfrente, esa libertad tendrá al menos alguna posibilidad de jugar el partido. De lo contrario, lo perderá antes de jugarlo.
Con actitudes pusilánimes -como las que muchos tuvieron el otro día frente al fallo del juez Lorenzini en el caso Vicentin, en donde se aplaudió su resolución sin advertir lo corto que se quedaba en términos de defender la libertad, toda vez que no se animó a declarar la inconstitucionalidad del decreto de intervención- no vamos a detener el avance fascista. Sin entender la naturaleza intrínsecamente totalitaria de los enemigos de la libertad será muy difícil deshacerse de ellos.