Y un día a Cristina le tocó perder. Después de tanto avance contra la justicia.
De meterse contra los fiscales. Contra el procurador General. Contra los jueces. Contra la Corte Suprema.
Un día alguien le tuvo que decir “basta”. Y así fue. Su intento por voltear la causa de los cuadernos fracasó rotundamente.
Ello merced a la valentía de los jueces de la Sala I de la Cámara de Casación, que confirmaron que la norma es constitucional. A pesar de los planteos de Julio De Vido y otros corruptos. Y que decretaron que los testimonios de los arrepentidos son válidos, aún cuando no hayan sido filmados.
Es puro sentido común. Porque, ¿desde cuándo se lo graba a uno cuando va a declarar judicialmente?
Solo se imprime el acta correspondiente y uno firma al pie. Y es más que suficiente. Desde que el Derecho es Derecho. En este caso, ocurre igual.
Ahora mismo Cristina y demás acusados deben estar tragando saliva. Porque están más que complicados.
Los testimonios de los 31 arrepentidos de marras son concluyentes e irrefutables. Y pertenecen a actores de la política y el mundo empresario a los que nadie podría tildar de “interesados”.
Uno de ellos es Víctor Manzanares, excontador de Cristina y Néstor. Dueño de todos sus secretos.
El mismo que reveló que Norberto Oyarbide cobró varios millones de dólares para zafar los Kirchner en la causa por enriquecimiento ilícito que se sustanció en 2009.
Pero Manzanares no solo aportó su testimonio, sino también documentación comprometedora. Que incluso lo compromete a él.
Ello explica la preocupación de Cristina y demás implicados en los hechos de corrupción que surgen de los cuadernos de Centeno. Saben que van presos. No queda otra.
Es tanta la catarata de evidencia que ha surgido al respecto que a la Justicia no le quedará más alternativa que la condena. A todos. O a algunos.
Simplemente porque el sol ya no se puede tapar con un dedo. Ni siquiera con el dedo de Cristina.