Marcelo Gallardo debe ser la figura pública más respetada del país. Hasta los hinchas de Boca lo respetan y hasta le temen (deportivamente hablando). Muchos desearían que dejara River de una vez.
Marcelo es un tipo normal, aplicado a su trabajo, profesional de lo suyo, estudioso, es severo pero respetuoso y con ideas de juego y de vida correctas. Construyó un grupo humano inexpugnable. Hay estrellas entre ellos pero todos se avienen a seguir los lineamientos que bajan desde la dirección del grupo que sostienen Gallardo y su cuerpo técnico.
Se retiró campeón con Nacional de Montevideo, tomó la dirección técnica de inmediato y sacó al equipo campeón del fútbol uruguayo con quienes hasta hacía poco eran sus compañeros. Tuvo la inteligencia para asumir un rol nuevo y los modales para ejercerlo.
Cumplido ese objetivo, desapareció. Se fue a Europa a estudiar. A aprender y a recorrer los sistemas de entrenamiento de los mejores equipos del mundo. Cuando regresó estaba a punto de cerrar un acuerdo para ser el entrenador de Newells Old Boys.
Pero su amigo, Enzo Francescoli, había asumido como manager de River luego del triunfo electoral de Rodolfo D’Onofrio. Enzo lo llamó y lo convenció para llegar a un equipo que venía de ser otra vez campeón con el técnico más exitoso de su historia, Ramón Díaz.
Marcelo llegó en silencio y rodeado de un montón de interrogantes. Era el año 2015. De inmediato generó un equipo sensación. Por su brillo, por su forma de jugar. De inmediato concitó los elogios de muchos. Pero él mantuvo un perfil muy bajo. Jamás fue altisonante, sarcástico o con ínfulas de ser superior. Siguió trabajando profesionalmente.
Estuvo puntero todo el año y, al mismo tiempo, llegó a la final de la Copa Sudamericana. Lamentablemente la instancia final de esa copa se superpuso con el partido clave que, por el campeonato, debía jugar justamente con quien lo perseguía: Racing. Puso suplentes y perdió ese partido y, con ese partido, el campeonato local en la última fecha.
Ganó la copa y desde allí construyó un imperio internacional que culminó con dos Copas Libertadores (una de ellas ganada en Madrid frente a su clásico rival) y llegó a la final de otra que perdió con Flamengo en Lima luego de estar ganando el partido 88 minutos y de haber planteado un encuentro perfecto, en donde el equipo brasileño quedó atrapado y sin chances.
Esa derrota inmerecida y triste no lo amilanó. Siguió. River vendió muchas de las estrellas que él fue formando. Pero conforme a la aplicación de ideas correctas fue formando otros equipos y sacando jugadores juveniles, haciendo compras quirúrgicas y volviendo a poner al club frente a instancias decisivas de la Copa y del torneo local.
Cuando declara, Gallardo desparrama sentido común, como desplegaba buen fútbol cuando jugaba. Es alguien que se ha preocupado por formarse más allá de sus inicios en Merlo. Es un tipo reservado del que jamás se ha escuchado un rumor de nada, una queja de alguien. Solo trabaja y organiza. Busca lo mejor y lo aplica. Gestiona voluntades y administra egos.
Es pausado y, más allá de desempeñarse en una actividad aluvional, cargada de emotividades, plagada de niveles educativos bajos, con mil intereses cruzados y hasta a veces sazonada por ribetes delincuenciales, él es un caballero que parece tomar distancia de todo eso y concentrarse solo en su trabajo.
Es un profesional de lo suyo. Y un profesional aplicado. Es amable. Podría tener mil pájaros en la cabeza, pero no tiene ninguno. Otros que no le llegan ni a los talones (a pesar de estar en posiciones mucho más altas que él) se creen arquitectos egipcios.
Gallardo es consciente de su finitud en River. Y se prepara para eso. Ha tirado, también, mil guías para que los hinchas y socios de River se vayan preparando para una continuidad institucional normal cuando él se vaya. No está atado a ningún sillón y aunque gana fortunas, no está adherido in eternum a su puesto y aspira a progresar. Sabe que está lejos de sus propios límites.
¿Por qué la Argentina no fabrica un Gallardo para gobernar? ¿O mejor dicho, por qué no pudo fabricarlo?
Gallardo tiene una característica contra la que la Argentina ha desarrollado una alergia inexplicable. Se trata de la clase. Nadie sabe por qué el país se ha degradado sólo. En lugar de buscar, preferir y recompensar la excelencia, buscó, prefirió y recompensó lo berreta, lo grasa, aquello a lo que le falta calidad, aquello que no es sinónimo de lo mejor sino, muchas veces, de lo peor.
Por eso la Argentina no desarrolló un Gallardo para gobernar. La Argentina está en guerra contra la jerarquía. Premia la deshonra, el vuelo bajo, a los pillos; prefiere la baja calidad a la excelencia y la fuerza bruta a la educación. Opta por lo equivocado y “popular” antes que por lo correcto para el pueblo.
Por eso no hay un Gallardo en el gobierno. Por eso la Argentina tiene una caquistocracia y ha perdido los fundamentos de la ley, la educación y ese deseo estomacal por preferir lo mejor. El resultado es el que vemos al salir a la calle todos los días. Un país en conflicto con la clase, solo puede aspirar a vivir chapoteando en el barro.