Una de las pseudociencias más
populares, creída por muchos como una auténtica sabiduría milenaria, es la
astrología que
significa
ciencia de los astros, que en otros
tiempos se creyó que servía para pronosticar los sucesos y el porvenir de las
personas, por la situación y aspecto de los planetas, cuando nacían; hoy
descalificada por la
astronomía, auténtica ciencia sin dejos de superstición alguna. No
obstante, entre la población nesciente, aún flota en su ambiente la creencia en
la influencia de los astros en el destino humano.
Con la sana intención de aclarar este error, va el siguiente comentario:
Es de notar que, entre superstición y religión hay un solo paso, y en
ciertos aspectos ambas cosas se identifican, aunque muchos no lo reconozcan así,
y aunque algunos se ofendan por hallarse convencidos de que la religión
pertenece a lo sagrado.
Sin embargo, veamos las cosas de un modo objetivo, imparcial. ¿Qué es lo
sagrado? Es aquello, se dice, que por alguna relación con lo divino es
venerable. Y también: que por su destino o uso es digno de veneración y respeto.
Aquí, en la primera definición, resalta claramente una presuposición. Se
presupone la existencia de lo divino sin intención de demostrarlo primero, luego
se lo venera como algo real. La segunda definición, si la desviamos de lo divino
tomada a priori, es aceptable de buenas a primeras.
Veamos ahora la definición de superstición dada por el filósofo inglés
Tomás Hobbes, la más exacta entre otras: "El temor al poder invisible, imaginado
por a mente o basado en relatos públicamente permitidos, es religión, no
permitidos, es superstición" (Leviathan,
Fondo de Cultura Económica, México, 1940, 1,6).
Por su parte, el teólogo medieval Tomás de Aquino, desde su óptica de
creyente, definió el término así: "La superstición es el vicio opuesto por
exceso a la religión y por la cual se presta un culto divino a quien no se
debiera o de modo indebido" ( Suma teológica,
II,2 q. 93,, a. 1).
Notoriamente, la noción de superstición
resulta algo discutible. Sin embargo, si nos abocamos al estudio de las
creencias de modo objetivo, desde el punto de vista antropológico o sociológico,
por ejemplo, notamos la ausencia de la superstición. No tomamos la creencias
como supersticiones. Sin embargo cuando se habla de supersticiones se lo hace
desde una base, desde un sistema de creencias religiosas que es aceptado como
única verdad.
De modo que la definición del pensador Hobbes nos queda como la más
acertada que en esencia equivale a decir: toda
religión es superstición a los ojos de otra religión. En consecuencia,
generalizando, toda religión es superstición y yo añado también que es sinónimo
de mito, porque el concepto de mito se puede aplicar de igual modo que el
término superstición con respecto a la religión.
Tomás de Aquino confirma esto con su definición. ¿Cuál puede ser entonces
el patrón de medida para considerar superstición el "prestar un culto divino a
quien no se debiera"?
Para el santo, la guía es por supuesto su religión, la que le inculcaron de
acuerdo al lugar de su nacimiento, la de Cristo que él profesa; para el budista
será la suya propia y el cristianismo una superstición; lo mismo para el taoísta
chino que solo acepta el
Tao como lo
absoluto, la fuerza primordial de la existencia del universo, o el brahmán,
sacerdote que cree haber salido de la boca del dios
Brahma,
destinado al estudio y la meditación de los libros sagrados de su
religión.
Si echamos un vistazo a un diccionario confeccionado por católicos,
hallaremos allí e término superstición
acompañando la definición de múltiples religiones que para los creyentes
respectivos eran y son verdades "venerables y dignas de respeto" y no
supersticiones.
En resumen, podemos decir que la superstición es la forma de religión que
no compartimos y viceversa: la religión es la creencia supersticiosa que
aceptamos como verdadera entre otras supersticiones rechazadas. Esto dicho
objetivamente, por supuesto, ya que para el creyente es inadmisible que su amada
religión sea tratada como una "mera" superstición mas entre otras.
Veamos la superstición religiosa más de cerca para comprender que se trata
precisamente de eso y no de otra cosa.
Vayamos a las profecías. Si leemos la obra de Nostradamus podremos extraer
de allí ciertas "profecías" que se ajustan a diversos hechos, válidas para
distintas fechas, décadas o siglos a partir de la publicación de su famoso
Almanaque compuesto
por las Centurias publicadas en número
de 7 en 1555, más fragmentos añadidos posteriormente. Allí podemos "ver"
retratadas muchas cosas como guerras, muertes de personajes políticos,
vicisitudes de la vida de la Iglesia y sucesiones de los papas, renuncias de
funcionarios, masacres, epidemias, catástrofes y todo lo que la fantasía quiera.
El lenguaje sibilino da para todo.
Mas si analizamos precisamente la construcción de las frases incoherentes
de estas profecías, caemos en la cuenta de que, o todo fue profetizado o nada
fue predicho, ya que cada pasaje se ajusta a múltiples hechos. Con la misma
frase se puede anticipar tanto una guerra como una epidemia o una inundación.
Tres hechos diferentes ocurridos en distintos lugares del mundo pueden hallar su
correlato en la obra de Nostradamus y no sólo eso, también acontecimientos
acaecidos en distintas épocas. El intérprete puede elegir y quedarse con lo que
más le guste para afirmar que la terrible sequía en Europa (o en la China)
ocurrida en tal mes y año del siglo XVII, o del XVIII o del XIX o del XX, fue
predicha por Nostradamus en el siglo XVI.
Este ejemplo de la obra "nostradamiana", nos ilustra bastante acerca de la
actitud supersticiosa del lector frente a cierto texto, pues exactamente lo
mismo ocurre con el texto hebraico y sus añadidos efectuados por los miembros de
la secta de los nazarenos, hoy evangelistas redactores de la "buena nueva" en
número de decenas de escritos (véase
Evangelios apócrifos y los cuatro aceptados por
la curia).
En el texto bíblico hebraico el exégeta cree hallar lo que se ha dado en
llamar revelación, es
decir, la manifestación de la divinidad.
Allí cree conocer precientíficamente la creación del universo, del Sol, la
Luna y la Tierra, de la luz, de los animales y plantas y del hombre. Cree hallar
explicada la razón de la presencia del hombre sobre el planeta y cierta historia
de desobediencia y promesa de redención del género humano mediante el
sacrificio de un hombre-dios, haciendo
caso omiso de toda ciencia natural que hoy nos habla de cosas a años luz de
distancia del mito.
Todo eso es inhallable en la Biblia que los cristianos denominan Antiguo
Testamento. No encontramos nada de eso si leemos el texto con imparcialidad, o
si fuéramos hindúes, budistas o shintoístas. Tampoco hallamos nada de eso si lo
leemos con ojos de ateo o escéptico en materia de religión.
El Génesis donde se pretende ofrecer una lección de la formación de los
mundos y el nacimiento de la vida y la conciencia, de lo cual se hizo eco la
ciencia de antaño, no se sostiene ni lo más mínimo frente a las revelaciones
auténticas realizadas por la Ciencia Experimental, por lo tanto podemos tildar
sin ambages al Génesis como una pseudociencia que otrora ha sido base del
conocimiento científico de Occidente.
En el tren de hallar lo que no está, apelando al arte de la imaginación que
rellena los espacios vacíos de conocimiento tal como lo hace el que "ve" la
figura del cangrejo en el cielo estrellado en la constelación del mismo nombre,
o la del cazador Orión en otro grupo estelar, de la misma manera es menester
forzar nuestra imaginación para encontrar las profecías sobre la vida, pasión y
muerte de Cristo en el Antiguo Testamento. Este esfuerzo lo podemos realizar y
lo lograremos si nos proponemos hallar alguna similitud con el Cristo en la
historia del Buda, en la de Krisna o en la de Mitra. También podemos extractar
algo de los libros sagrados de los indios como el
Rigveda, Samaveda, el
Yajurveda y el
Atharvaveda. O tal
vez en el Bhagavad Gita
del
Mahabharata,
como escribe el Mahatma Gandhi en su libro titulado
Jesús y el cristianismo (Ed. Cristal,
Buenos Aires, 1992, pags. 14 y 15. Recopilación e introducción por Walter
Gardini), obra sorprendente partiendo de un indio de religión extraña al
cristianismo.
Allí dice Ghandi: "Hubo otro motivo que facilitó el encuentro con Cristo.
El texto base del neohinduísmo fue el
Bhagavad-Gita (La canción del Señor), un breve poema místico-filosófico,
parte de la gran epopeya del Mahabharata,
que hacía hincapié sobre la necesidad de la acción, la igualdad de todos, el
cumplimiento del deber y la disciplina. El protagonista del
Gita era Krisna la reencarnación del
dios Visnú.
"... Es fácil advertir en Krisna muchos rasgos comunes con la encarnación
de Cristo, y más todavía si se compara la enseñanza que Krisna imparte a su
discípulo Arjuna con la doctrina del fundador del cristianismo".
Más adelante dice Gandhi cuando acertó a leer la Biblia: "Leí el libro del
Génesis, pero los otros libros me
adormecían invariablemente. Al menos para poder decir que lo había leído, avancé
valerosamente con gran dificultad, sin el menor interés y sin entender. El libro
de los Números me pareció decididamente insoportable. Pero el
Nuevo Testamento me causó otra
impresión, en particular El sermón de la
montaña, que tocó directamente mi corazón. Lo comparé con el
Gita. Los versículos que dicen:
Mas yo os digo, no resistais al malvado, sino
que a quien te de una bofetada en la mejilla derecha ponle también la otra, y a
quien quiere hacerte causa y tomarte la túnica, déjale también la capa,
me gustaron inmensamente.
"Mi joven mente trató de unificar las enseñanzas del
Gita, de
La luz del Asia y del
Sermón de la montaña". (Obra citada,
pág. 29).
Era natural que el Nuevo Testamento
hiciera impacto en el joven Gandhi, futuro abanderado de la
no
violencia, pero aquí sólo es menester recalcar las similitudes y mi idea
apunta hacia el hecho de que podemos utilizar cualquier texto de "muchas
palabras" para extraer de allí lo que nos interesa para sostenerlo como profecía
o revelación, incluso podemos recurrir a la colección de cuentos de autor o
autores anónimos Las mil y una noches.
Esto es válido para la religión cristiana que nos rodea y que
pretende respaldarse en el Antiguo Testamento hebraico, cuando en realidad no
existe allí señal alguna de la doctrina de Pablo de Tarso que nos habla de los
dos Adanes: El Adán del Edén en quien cayó la
humanidad y el nuevo Adán: Cristo quien rescató a la humanidad del pecado.
Tampoco podemos hallar en las Antiguas Escrituras hebraicas una
clara descripción del Cristo y sus andanzas como hijo de un carpintero, que iba
a proclamarse hijo de Dios, curar enfermos, resucitar muertos, caminar sobre la
aguas, calmar tempestades, multiplicar panes y peces, ser coronado de espinas,
condenado al suplicio de la cruz, muerto y sepultado para resucitar al tercer
día, y presentarse ante sus discípulos antes de ascender a los cielos, previa
promesa de un pronto regreso a la tierra sobre las nubes del cielo con el fin de
juzgar a los hombres. Cosa esta última que hasta el día de hoy no ha ocurrido.
Luego la "revelación" judeocristiana es un mito más entre tantos y a la
postre una postura supersticiosa frente a las Escrituras tomadas como sagradas,
inspiradoras de muchos científicos del pasado.
En cuanto a las otras religiones, todas ellas cumplen un papel precientífico
de supervivencia en el contexto de la
humanidad. Ubicados en este Valle de lágrimas
cual parias del anticosmos (antiorden) donde nacemos sin pedírselo a nadie y
donde dudamos, nos llenamos de interrogantes, no entendemos la realidad que a
veces se nos revela traicionera, donde buscamos una verdad que se nos escabulle,
donde entre risas y llantos también padecemos a veces horrorosamente, echamos
mano de creencias salvadoras que nos liberen de la zozobra. Recurrimos al mundo
de ficción para huir de la siniestra realidad y para ello nos creamos dioses,
que no son otra cosa que nuestras propias proyecciones mentales en un
alter ego que nos ofrezca seguridad, un
ente imaginario que ubicamos en cualquier parte y... ¡en ninguna parte!, con
cualidades espirituales, es decir imponderables, no ubicuas, que no ocupa lugar
pero que está en todos los lugares o que nos acompaña a todas partes lo cual es
cierto. ¡Nos trasladamos a todos los sitios con él!, pues llevamos a cuesta
nuestro cerebro que es donde se forma el dios o los dioses que existen solo
mientras son pensados, en nuestra imaginación. Se esfuman una vez que dejamos de
pensar en ellos y durante el sueño a veces. Mas retornan no bien nuestro estado
consciente da con ellos. Es decir cuando son tocados los resortes cerebrales
donde están grabadas las ideas que se nos forman como ficciones, cual novelas.
Yo puedo inventar una tortuga con cuello emplumado y cabeza de gallo. Luego
puedo representar esta quimera cuando me plazca, durante toda mi vida si me lo
propongo. Lo mismo sucede con los dioses, ángeles y miles de espíritus creados
por la mente. El chino que nace en el seno de la religión budista, una vez en
uso de razón recogerá esa religión y tendrá a su Buda el resto de sus días en la
cabeza. Lo mismo el niño árabe que se entera de la existencia de Mahoma profeta
y del dios Alá. Igualmente el futuro brahmán que "sabe" que hay tres dioses:
Brahma, Visnú y
Siva, los "revivirá" cada vez que piense en ellos como aquel que después
de haber leído a Goethe ha grabado al personaje Fausto en su cerebro, que quizá
nombrará en sus escritos si es literato.
Fausto y miles de personajes literarios jamás existieron en el mundo real
pero se actualizan cuando se lee o se piensa en ellos. Los dioses no son
diferentes y todos, sin excepción, pertenecen al mundo de la fantasía.
La religión es entonces un consuelo para el paria de este
mundo: el
hombre. Los dioses un apoyo. Con ellos se siente más seguro frente a lo
siniestro. Pero es de notar que los dioses tienen también su faz cruel.
Necesitan que sus creyentes hagan sacrificios, no importa cuales, basta que sean
en holocausto a ellos, tanto carne animal como carne humana. Puesto que la carne
de los niños es más tierna, era preferida de los dioses de ahí el sacrificio de
los niños. También la cantidad de las ofrendas era importante, de ahí la
necesidad de sacrificar el mayor número de víctimas para agradar a las
divinidades. Las hecatombes son un ejemplo. Todos podemos conocer lo que ocurría
en México en los tiempos precolombinos: había que extraer el mayor número
posible de corazones palpitantes de los cuerpos vivos, abiertos sus pechos, para
ofrecerlos solemnemente a los dioses (es decir: ¡a la nada!). En estos y otros
casos no se consultaba a la víctima, se le abría el pecho sin su permiso o se la
degollaba contra su voluntad, pues lo que así se ofrece al dios no es la muerte,
no son los sufrimientos, sino la víctima como una propiedad sea un hombre o un
buey. Además, los dioses no son crueles por esto, incluso cuando se les ofrecen
víctimas asadas, no tienen un placer demoníaco en ver quemar a sus víctimas.
Comen con placer las carnes que se les ofrecen, sobre todo carne humana que
prefieren. Así piensan los sacerdotes y su pueblo, porque no viven en la
realidad sino en un mundo de ficción alejado años luz de la Ciencia
Experimental.
Pero según "se halla programado" el Homo
sapiens en su faz mística, no basta con el sacrificio, es necesario
también cumplir con la pena, y esto personalmente, no autoinmolándose sino
padeciendo sufrimientos voluntarios. Así el hombre adquirió costumbres de
mutilarse, macerarse, ayunar, aguantar el frío, guardar la castidad para
elevarse así a la divinidad y procurarse el éxtasis.
La idea de sacrificio con el fin de reconocer la divinidad y para reparar
la ofensa a la misma, domina en todas las religiones. Las mismas religiones
monoteístas lo practicaron en su origen, por ejemplo la religión judía, y en el
cristianismo aunque abolido, se renueva místicamente en cada celebración de la
misa privándole de su materialidad
sangrienta.
Las persecuciones a los infieles, las guerras religiosas, son otras lacras,
porque los hombres no se ponen de acuerdo acerca de los detalles dogmáticos de
su religión ni sobre la naturaleza de sus dioses.
Hoy las religiones han dejado de ser tan crueles como en el pasado, salvo
casos de masacres colectivas que se dan de vez en cuando en algunas sectas, pero
las luchas continúan y el fanatismo fundamentalista representa un peligro y es
un problema de la actualidad.
Hace un tiempo atrás, en Japón se produjo un luctuoso episodio de todos
conocido cuando una secta apocalíptica fanática denominada
Verdad Suprema de Aum, ubicada en la ladera del Monte Fují, cometió un
atentado con gas neurotóxico sarín en
Tokio que mató a varias personas y afectó a cerca de cinco mil.
Según un informe del diario La Nación, de Buenos Aires, del l6-10-94, en
los últimos 17 años se inmolaron 1207 personas de diversas sectas
El 19 de noviembre de 1978 en Jonestown (Guyana) hubo 912 muertos con
veneno, de la secta Templo del Pueblo.
En Mindanao (Filipinas) el 19 de setiembre de 1985 hubo 60 muertos por
envenenamiento de la secta del gran sacerdote Datu Mangayanon. En Wakayama
(Japón), el primero de noviembre de 1986 murieron con fuego 7 personas de la
Iglesia de los Amigos de la Verdad. En Seúl (Corea del Sur) el 29 de Agosto de
1987, murieron 32 personas envenenadas de la secta
diosa Park Soon-Ja. En Tijuana (México)
el 14 de Diciembre de 1990 se envenenaron 12 personas del Templo del Mediodía.
En Waco (Texas) el 19 de Abril de 1993, 81 personas pertenecientes a la secta de
los davidianos, se quemaron. En Ta He (Vietnam) el 11 de Octubre de 1993
murieron por disparos de arma de fuego, 53 "Seguidores de Ca Van Liem". En Morin Heights (Canadá) dos personas pertenecientes a la secta Orden del Templo
Solar, se inmolaron con fuego el 4 de Octubre de 1994 y en Cheiry y Granges
(Suiza) el 5 de Octubre del mismo año hubo por lo menos 38 muertos con fuego y
de bala de la misma secta anterior.
Estas son las facetas negativas de las religiones.
Sin pretender ser profeta, porque no creo en la precognición, puedo
anticipar basado en la historia y la ciencia, que las religiones dejarán de
existir en el futuro cuando el
conocimiento científico clarifique aún más el
mundo y ofrezca mayores seguridades al habitante de este "Valle de
Lágrimas" bautizado planeta Tierra, que
también podría haber sido denominado planeta Agua por su particular humedad, y
que en el futuro podrá ser rebautizado como
Paraíso Terrenal, tornándose real aquel soñado
Edén de los místicos. Esto si prima la
cordura y avanza la ciencia experimental de la mano
de la ética
para transformar genéticamente al hombre en un ser angelical, proyecto ambicioso
pero realizable*.
Ladislao Vadas
* Véase del autor de esta nota: El superhombre genético, Ed. Reflexión, Buenos Aires, 1993