“Se acabaron los valientes y no han dejado semillas. ¿Dónde están los que salieron a libertar las naciones o afrontaron en el sur las lanzas de los malones? ¿Dónde están los que a la guerra marchaban en batallones? ¿Dónde están los que morían en otras revoluciones?”. Jorge Luis Borges
Estamos acostumbrados a las mentiras de este personaje cínico y canalla que elegimos como Presidente, pero su mensaje del jueves superó sus propios records de hipocresía. Aparentemente emocionado, agradeció a los campeones de la democracia e incumplidores Vladimir Putin y Xi Jinping y a su “amigo” Andrés López Obrador su inexistente apoyo, llamó a la unidad de los argentinos para enfrentar esta catástrofe y, simultáneamente, lanzó ataques a la Ciudad de Buenos Aires, a las provincias e intendencias y, cuando no, a la Corte Suprema.
No asumió responsabilidad alguna por la catástrofe sanitaria, social y económica que ha provocado su inútil y corrupta gestión, no pidió disculpas por el fracaso de la costosísima cuareterna que impuso y no dio las razones por las que carecemos de las vacunas más reconocidas; y no lo hizo porque hubiera implicado confesar los delitos de lesa humanidad que ha cometido para convertirnos en el tercer país con mayor número de muertos por millón de habitantes, y por los cuales será juzgado. Aunque no haya sido él mismo quien impidió la llegada de esas vacunas para favorecer el capitalismo de amigos y coimear o forzado a China y Rusia como únicos proveedores, ni haya robado personalmente las pocas que llegaron u organizado los vacunatorios VIP, sin duda es el “responsable mediato” de todo; esa calidad es la que mantiene en la cárcel a cientos de militares, porque “hubieran debido saber” lo que pasaba bajo su mando, condenados a prisión perpetua.
El martes, cuando se reunieron las comisiones de Justicia y Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, perdí las esperanzas en una recuperación de la República (por algo es su nombre) Argentina. Discutían nada menos que la reforma al régimen de la Procuración General para adaptar la forma de designación y remoción de su titular y el acotamiento de su mandato, hoy vitalicio, a las necesidades del kirchnerismo en orden a obtener la impunidad de Cristina Fernández y la persecución a los disidentes. Es cierto que el tema resulta demasiado técnico para muchos pero, mientras unos pocos protestábamos en la calle, el resto de la sociedad miraba fútbol o se preparaba para VideoMatch, en una clara muestra del tobogán de degradación por el que nos deslizamos hace décadas hacia el abismo. Sólo nos rescató de la total ignominia la encendida participación de la Diputada Silvia Lospennato, que desnudó la total alienación de la agenda kirchnerista respecto a los urgentes problemas de la sociedad: salud, pobreza y miseria, desocupación, inflación, inseguridad, corrupción, etc..
En la medida en que la discusión sobre ese siniestro proyecto de ley, resistido por todo el arco empresarial y con destino de aborto en la Justicia, coincidió con la declaración de una nueva y suicida guerra contra el campo, me puse a pensar en la razón de la aceleración ordenada por la PresidenteVice, obvia autora intelectual de ambas iniciativas. Me parece que hay una sola y unívoca respuesta: el miedo; por eso necesita nuevamente fabricar enemigos y victimizarse. A esta altura del año y con las simultáneas crisis que estamos viviendo, ya se ha convencido que no podrá obtener los legisladores que le faltan para alcanzar los dos tercios del Senado y disponer de quórum propio en Diputados. Y la cuenta por todo lo que está rompiendo para llegar con alguna fuerza a octubre (o noviembre) –emisión, tarifas, vacunas- aterrizará en el escritorio de su patético mandatario al día siguiente de las elecciones, y habrá de pagarla con fuertes riesgos judiciales y votos perdidos con vistas a 2023.
Más allá del rastrero y vil papel que están interpretando casi todos los líderes de la oposición, incapaces de unificar sus posiciones para no exhibir públicamente sus patéticos desencuentros, también me pregunto por qué son una nulidad a la hora de ofrecer propuestas y planes a la sociedad que la conviertan en una verdadera alternativa de poder. Eso deriva en otro gravísimo problema: el populismo que nos autoinfligimos ha convencido a muchos que el Estado debe hacerse cargo de todo lo que consideran un derecho (luz, agua, gas, fútbol, etc.), no importa quién deba pagarlos. Este disparate, que lleva al inmenso déficit fiscal y que sólo puede atenderse con más emisión e impuestos, es incentivado desde el poder con absurdas regulaciones e intervenciones, y ha hecho desaparecer las inversiones; basta mirar qué sucede con el petróleo y el gas, la minería y el litio, la pesca, etc., o cuántas empresas internacionales se han despedido de la Argentina.
Esa insólita tara que padecemos nos pone frente a una opción de hierro: optaremos entre quienes propongan seguir emborrachándonos en esta fiesta impagable y quienes, convencidos de la locura que eso conlleva, se verán obligados a mentir para llegar al poder; Carlos Menem reconoció una vez que, si hubiera dicho qué iba a hacer como Presidente, no lo hubieran votado. ¿Es este dilema el que impide que Juntos por el Cambio haga público un plan concreto –si es que lo tiene- y a los partidos liberales, que ya los han presentado, mostrarse más agresivos en sus propuestas?
Un escenario en el que la oposición deberá mostrarse mucho más activa y, sobre todo, unificada es en las redes sociales, que son el nuevo campo de batalla en que se dirimen los relatos. Aún estamos a tiempo, pero muchos figurones deberían renunciar a sus apetencias personales para pensar sólo en el país y no poner en riesgo mayor un ya improbable futuro; sobran ejemplos en nuestro glorioso pasado.