Entre la denominadas supersticiones físicas que
contradicen a los descubrimientos científicos, tenemos una serie "infinita" de
ellas para ser comentadas, cosa imposible en este artículo, por su extensión.
Valgan como paradigma solo algunas curiosidades de este mundo mental recluido en
el ámbito de la bóveda craneal de cada habitante supersticioso de este puntito
perdido en el espacio sideral que es nuestro querido, o para algunos malquerido,
Globo Terráqueo.
Es de señalar que hasta el antiguo, universal y simple bostezo, puede
constituirse en motivo de superstición, base de algunas pseudociencias. Todo ha
partido de la antigua creencia en que el "aliento de la vida" ¡puede escaparse
de la boca! Existen pruebas rupestres que así lo atestiguan. Ese ha sido el
motivo por el cual se tapaba la boca en el momento de bostezar, costumbre que
aún hoy se sigue practicando pero ya con otro sentido, el de la buena educación.
Durante la Edad Media, era común la creencia en que el demonio podía
penetrar por la boca para posesionarse de una persona. De ahí que fuese
necesario trazar una cruz sobre la boca al bostezar, y no sólo eso, también el
estornudo podía facilitar la entrada del demonio en el cuerpo por la nariz. Esto
era porque en otros tiempos, en la Edad Media temprana, según el folclore y las
creencias populares, "el aire estaba tan lleno de demonios que una aguja que se
lanzara desde el cielo a la Tierra necesariamente tocaría a alguno. Los diablos
infestaban el aire como moscas". (Véase al respecto: Jeffrey Burton Russell:
El príncipe de las tinieblas, Editorial Adrés Bello, Santiago, Chile 1994,
pág. 15l).
Se creía que Lucifer y sus seguidores se encontraban por todos los lugares
en plena actividad, que causaba enfermedades tanto físicas como mentales;
robaban niños, arrojaban flechas a las personas, las agredían con mazos o subían
a sus espaldas. También se los imaginaba acechando en los cementerios, edificios
en ruinas y en ciertas mansiones. Los fantasmas eran explicados por la teología
medieval (tenida entonces casi como una ciencia que explicaba el mundo, la vida
y el hombre), como demonios que adoptaban la forma de los muertos.
La superstición de esa época también aceptaba que el Demonio se dedicaba a
una cacería galopando durante las horas de la noche, en medio de una ronda de
perros demoníacos que aullaban. Creían que Satanás y sus prosélitos montaban
caballos fantasmagóricos y deambulaban por los bosques soplando cuernos y, para
el infortunado que contemplara esa cacería demoníaca equivalía a una muerte;
por eso con sólo escuchar el estrépito infernal durante la noche, todo poblador
debía caer cara abajo para no presenciar el diabólico espectáculo. (Según obra
citada más arriba, págs. 151 y 152).
Para estas gentes dice Russell, "Cualquier objeto grande y misterioso de
piedra, se suponía que había sido lanzado, construido o excavado por el Maligno.
Existen canales, diques, puentes, desfiladeros y torres del Diablo. Lucifer
arroja meteoritos, apila bancos de arena en los puertos para que los barcos
encallen. Construye muelles, casas, carreteras e incluso ¡torres de iglesias!
Sus obras de ingeniería favoritas son los puentes. La ausencia de la Ciencia
Experimental con alta tecnología se hizo sentir punzantemente en la "vieja" Edad
Media. ¡Cuántas víctimas de la ignorancia hubo entonces!
El siguiente relato es típico: "Jack y el Diablo edificaban un puente cerca
de Kentmouth. Todo lo que construían de noche se derrumbaba en el día.
Finalmente Satán completa el puente en el entendido de que obtendrá el alma de
la primera criatura viviente que lo cruce" (Obra citada, pág. 152).
Esto y todos los colmos son posibles en un mundo carente de conocimientos
científicos.
También en otros tiempos se creía firmemente en que, la mujer podía tener
comercio carnal con el demonio o con diversos animales y quedar concebida, de
ahí que podían nacer hijos del diablo con notorias deformaciones físicas o con
características bestiales.
Esta superstición incluso llegó a alcanzar a la ciencia del derecho
convirtiéndola en parte en una pseudociencia, cuya señal podemos ver en la
definición de la "persona visible" que se daba en otras épocas. Según las
antiguas Partidas, podemos leer cosas como esta: "No deben ser considerados por
hijos, los que nacen de la mujer y carecen de figura de hombres, así como si
tuviesen cabeza o miembros de bestia... Más si la criatura que nace posee figura
de hombre aunque existan miembros menguados esto no le impide heredar los bienes
de su padre o de su madre" (Citado por Luis Márquez Garabano, en Derecho usual y
práctica forense, Librería del Colegio, Buenos Aires, 1949, págs. 17 y 18). Aquí
podemos apreciar nítidamente, cómo se amalgaman a veces la ciencias con las
supersticiones para dar nacimiento a una pseudociencia. Esta norma fue debida a
la creencia en que la mujer podía concebir hijos con el mismísimo demonio. De
modo que, ¡pobres contrahechos! ¡Pensemos en lo que les esperaba en la opinión
de los demás! ¡Y que conceptos acerca de las infelices madres!
Además, puesto que al diablo se lo representaba aparte de negro, también de
color rojo como la sangre y el fuego, las mujeres y los hombres pelirrojos eran
considerados más sujetos a su influencia que el resto de los mortales.
El cabello, como vemos, también fue motivo de superstición, pues una vez
cortado, el primitivo tomaba todas las precauciones para no dejarlo expuesto de
modo que cayera en mano de individuos perversos que podían realizar acciones de
hechicería con él para dañarle u ocasionarle la muerte. En cambio otros, para
evitar este peligro, optaban por no cortarlo. Así es como a los reyes francos,
por ejemplo, no se les permitía cortarse el pelo.
Para algunos pueblos, el pelo es el lugar donde habita su dios, de modo que
al cortárselo el sacerdote pierde el rango como tal. En ciertos lugares los
cejijuntos son considerados hechiceros, brujos o personas predispuestas al
vampirismo. También se los relaciona con los hombres lobo.
¡Todo es posible en el mundo ficticio creado por la mente.! Hoy, gracias a
la Ciencia Experimental, podemos barrer con todas estas supersticiones y muchas
pseudociencias que se fundamentan en ellas.
Ladislao Vadas