“La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”. Niccolò di Bernardo dei Machiavelli
¿Qué posibilidades de éxito puede tener una conversación entre una persona civilizada y tolerante, y un individuo que sólo quiere matarla? Tristemente, una situación así se está viviendo en la Argentina. Resulta gracioso que el Gobierno acuse a Mauricio Macri de golpista, cuando fundó y mantuvo con ingentes recursos el “club del helicóptero” durante cuatro años. Dentro de ocho escasos días, votaremos en primarias y deberemos comenzar a decidir –terminaremos de hacerlo dos meses después- en qué lado de la profunda grieta queremos que vivan nuestros hijos y nietos.
El kirchnerismo volvió recargado del desierto que optó por transitar para evitar pagar la gigantesca factura que generó Cristina Fernández en 2015, y entregar el poder sin que le estallara la bomba en las manos. En éste, su cuarto período presidencial, todos los nefastos rasgos que habíamos conocido aparecen recargados, al extremo que hasta surgen dudas acerca de una manipulación de las cifras de muertes (oficialmente, ya superamos los 112.000) y contagios vinculadas a la pandemia.
Se percibe ahora en el ánimo del oficialismo una fuerte desazón ante unas elecciones que imaginaba ganar con gran facilidad y, frente a una realidad que lo aleja de esas ilusiones, está dilapidando recursos del Estado al repetir recetas probadamente ineficaces para los fines declamados. El mejor ejemplo, pero no el único, es el cepo a la exportación de carne, que ya nos ha hecho perder mercados externos y puestos de trabajo e impedido el ingreso de unas divisas que necesitamos como agua en el Sahara. Lo mismo sucede con la fijación de precios ficticios en los seguros médicos, en los servicios de Internet y comunicaciones y en todas las etapas de la cadena energética (extracción, generación, transporte y distribución), penosa y parcialmente compensados con subsidios y con masiva importación de gas licuado, que se transformarán en crecientes déficits estatales, en un círculo vicioso que ya conocemos y que tanta corrupción generó entre 2003 y 2015.
Todo parece valer para no perder el principal bastión del voto kirchnerista: el Conurbano bonaerense, cada vez más sumergido por la pérdida de puestos de trabajo, la inseguridad y la violencia, el hambre, la informalidad y el cierre de escuelas de chicos que terminan en la calle y sirven como soldaditos del narcotráfico. Pero todos los fenomenales esfuerzos fiscales (planes sociales y subsidios de todo tipo) se licúan de inmediato por obra de la cuarta inflación más alta del mundo, sólo superada por Venezuela, Tanzania y Zimbawe, generada por la demencial emisión.
Por si eso fuera poco, se está escurriendo irremediablemente de los cálculos oficialistas una otrora pujante clase media –el 70% de nuestros compatriotas se percibe integrándola- que, enojada con la economía de Macri, fue seducida por un Alberto Fernández al que imaginó como dueño de la lapicera, capaz de evitar los desmadres de su patrona. Ahora, desilusionada y castigada por todos esos males ha debido dejar la medicina prepaga y el colegio privado de sus hijos, vender el auto y hasta los muebles y enseres domésticos, como ya se ve en muchos lugares del Conurbano.
Lamentablemente, los conflictos internos que golpean a Sebastián Piñera lo han llevado a la locura de inventar un conflicto con nuestro país para apelar al nacionalismo de su pueblo y, así, recuperar el terreno que pierde día a día en la opinión pública trasandina. En cualquier momento, estos dementes que aquí nos gobiernan son capaces de recoger el guante y tratar de imitar esa actitud imbécil convocando a una guerra para resolver una cuestión insostenible, para Chile, en cualquier tribunal del mundo. Por otra parte, conociendo las mermadas capacidades de nuestras fuerzas armadas, producto de la invariable y negativa actitud que han tenido frente a ellas todos los gobiernos desde 1983, temo que se haga realidad una vieja broma que decía que nos iba bien porque estábamos negociando las nuevas fronteras en el Riachuelo y la Avda. Gral. Paz.
En estas elecciones tan próximas, el resultado no se medirá en cantidad de votos a nivel nacional, puesto que se trata de veinticuatro jurisdicciones diferentes y con distintas realidades; sólo en algunas se elegirán parlamentarios nacionales y es allí donde tenemos que concentrar nuestro interés. En esta oportunidad, el fiel de la balanza es relativamente simple: si el kirchnerismo obtiene los senadores que necesita para alcanzar los dos tercios del H° Aguantadero y los diputados que le permitan contar con quórum propio en la Cámara baja, asistiremos al funeral de la República y de la Constitución, la impunidad de la asociación ilícita que nos gobierna se habrá consagrado y Cristina Elizabet Fernández habrá logrado la absolución que a gritos reclama a la Historia.
Para que la derrota definitiva del kirchnerismo se concrete, para seguir soñando con un futuro democrático y republicano para nuestro país, vuelvo a insistir en la imperiosa necesidad de ir a votar el domingo 12 y de fiscalizar eficazmente las elecciones; hay una antigua idea del oficialismo que establece que, si no controlamos bien, tiene la obligación de hacer fraude. No podemos permitir, por miedo al contagio, desinterés o pereza, que el Gobierno se haga con esos legisladores que lo habiliten a llevarnos a ese paraíso socialista de pueblos hambreados y enfermos, conducidos por jerarcas asesinos, ricos como modernos cresos.