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¡Yo estuve ahí! (por suerte): A los 70 años de Charly García

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Prohibido olvidar
Prohibido olvidar

¿Qué se puede hacer un día de Navidad que no sea reunirse al mediodía, comer parte de lo que sobró en la Noche Buena, y beber hasta el hartazgo?. Algo de eso debe haber pensado Charly García, allá por el año 1988 cuando se propuso tocar “si o si” ese día de Navidad.

 

La versión de Fernando Samalea, baterista por ese entonces de Charly, es que el padre de otro de los integrantes de la banda, era hijo de uno de los “gallegos” que eran dueño del Cine-Teatro Pueyrredón de Flores.

A fuerza de pedidos, de ruegos, convencieron a los dueños para dejar que Charly se presente allí. Los gallegos aceptaron pero con una condición, el recital tenía que “comenzar temprano” para también terminar “antes de la noche”.

El Pueyrredón era uno de esos “templos de barrio” con un amplia platea, con una gran pullman, y no se si no tenía un tercer nivel. Creo que ahora es una casa de comida rápida o de electrodomésticos, pero era gigante, señorial.

Como sea, la convocatoria salió como una noticia pequeña, perdida en algún diario del 24. Era un época en la que no solo no existía internet, no había ni teléfono digital, había algunos pocos “fijos “ – a razón de uno cada ocho departamentos – y uno sabía de los recitales por el suplemento “Si” de Clarín o por los comentarios de la Rock & Pop.

Una amiga de la facultad me lo comentó ese mismo 25, día de Navidad. Hacia calor, esos primeros días de mucho calor de diciembre, y yo me tomé el 134 hasta la Plaza Flores y de allí caminé un par de cuadras al Pueyrredón, para ver si era cierto.

¡ Y era cierto!. Esa “tarde”, creo que empezó a las 18.00, tocaba Charly. Yo no era un “seguidor” de García, pero en esa época – creo – tuvo su mejor producción con una sería de discos “imbatibles” como Yendo de la cama al living (1982); Clics modernos (1983); Piano bar (1984) Parte de la religión (1987). El rock nacional no solo era poesía, sino que se había transformado en una música bailable, festiva.

Y ahí estuvimos a las 18.00, en el Pueyrredón. Charly subió toco sin parar, concentrado, entonado, ¡¡¡ UNA HORA Y MEDIA SEGUIDA !!!. La gente no dejaba de bailar entre las butacas del teatro. El calor era tan sofocante que no daban a basto los ventiladores gigantes de la sala.

Luego vino una hora, ¡SI, UNA HORA !, del tradicional ooohhh ooohh, oohh, ooohh, para pedir un bis.

Los acomodadores decían que Charly se había desmayado, que le había bajado la presión, pero todo estaba intacto sobre el escenario, y la esperanza no se desvanecía.

Después de esa hora en la que la gente “entraba y salía” de la platea, para tomar aire y fuerza afuera, volvió Charly….¿¿ ¡¡”” quieren más !!!?? Van a tener más !!!, gritó Garcia y dio rienda a otra hora y media “larga” de un nuevo recital.

Salimos de ahí como a las 22.00. La Avenida Rivadavia estaba semi vacía (en esa época todos los negocios estaban cerrados en Navidad) y en nuestras caras había una sonrisa enorme de felicidad, y de saber que habíamos estado en un momento único.

 

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