El fallido atentado contra la vicepresidenta Cristina Kirchner puso a los medios y periodistas, otra vez, en medio de un fuerte debate público. Sobre esto quiero dejar asentada mi posición: por más brutal que sea el discurso en los medios, no se puede responsabilizar a un periodista determinado por el ataque de Fernando Sabag Montiel. Eso, incluso, podría ponerlos como objetivo de la violencia. Aclarado esto, sí me permito pedirles que reflexionen, porque buena parte de los periodistas son responsables, junto a muchos dirigentes políticos, del envenenamiento del discurso público. Y este proceso feroz se explica solamente porque están jugando a hacer política, a veces por decisión propia y otras porque es un negocio rentable -«la grieta es un negocio», fue la brillante definición que hizo Carlos Rottemberg en 2013-.
Porque ahora que hay tantos medios, la segmentación favorece esa lógica. Se habla para un pequeño segmento radicalizado cuando antes los periodistas buscaban llegar a la mayor cantidad de público. Ahora los discursos son para una hinchada, así aparecieron los micrófonos de pie, y las arengas disfrazadas de editoriales. Parecen predicadores, no periodistas. No preguntan, cuestionan.
Hay una lógica perversa, donde ya no les importa si es verdad lo que dicen. Lo único que hacen es tratar de articular discursos para afectar al “enemigo político”, al que siempre consideran horrible, al que siempre hay que destruir. Nunca un análisis crítico sobre los políticos con los que coinciden por afinidad o intereses económicos.
Esto afecta la calidad de la democracia. La política y el periodismo en Argentina se han futbolizado. El periodismo entró en esta lógica de que el otro no existe, al otro hay que borrarlo, hay que matarlo, hay que pasarlo por arriba. Y es una locura, porque sin el otro no hay partido de fútbol, en términos políticos sin el otro no hay democracia. En este sistema necesitas al otro que piense distinto, el otro que te puede ganar en las próximas elecciones si hacés las cosas mal.
Es vital que lo entiendan los políticos que siguen especulando con la grieta y es clave que lo entiendan los periodistas que utilizan este recurso para consolidar su segmento de audiencia a cómo de lugar y que hacen periodismo para la hinchada.
Yo no los responsabilizo en absoluto de ser el prólogo necesario del ataque fallido, considero que es un disparate hacer esa analogía. Y que es un disparate peligroso además. Porque eso habilitaría que cualquiera los pueda agredir. Pero deben ser conscientes de que algo de lo que dicen profundiza las diferencias y las divisiones irracionales en la sociedad. Tratemos de bajar, no de escalar.
Insisto, aprovechemos lo que pasó, para reflexionar sobre hasta dónde se puede decir cualquier cosa, hasta dónde estoy dispuesto a ir con estos discursos violentos por un puntito de rating. Porque la discusión es esa: siguen hablando para feligreses, para los dos, tres puntitos de rating que tienen en el cable o apuestan a hacer periodismo crítico. Cuando hago zapping, imagino que debe estar el productor diciéndoles al oído: «dale, dale para adelante». Ya dijiste «puta», «yegua», «chorra» y te dicen «más, más, dale que va, dale porque te sube un poquito más». Lo mismo pasa del otro lado. Y lo hacen porque apuntan a un público fidelizado al que no quieren contradecir.
Hace 20 o 25 años, estos discursos no podrían haber existido durante mucho tiempo porque tratabas de que te escuchara la mayor cantidad de gente posible, no solamente los convencidos. Ahora no, ahora trabajas sobre el pequeño sector que se mueve como la hinchada, que no quiere de ninguna manera que digas nada que ponga en duda lo que ya piensa. Ahora bien, eso no es periodismo. Lo pueden dibujar como quieran, pero si no aceptás nunca ni la más mínima duda en lo que decís, si no abrís nunca la posibilidad de que las personas con las que hablás para que te repliquen, no te bancás escuchar un discurso distinto, no te bancás entrevistar a alguien que piense distinto, sino solamente demostrar que el otro es lo peor del mundo, que el otro es horrible no estás haciendo bien tu trabajo.
Y esto se traslada a la vida cotidiana. Si vos te sentás con alguien a discutir ideas y el otro arranca y te dice «vos decís eso porque sos kirchnerista», o «vos decís lo otro porque te paga Clarín» ¿cómo hacés para discutir? Para debatir argumentos con el otro es necesario aceptar su punto de vista, escucharlo. Pero si el otro empieza a insultarte, es muy difícil buscar algún punto de contacto.
En la política, eso genera un gran problema a la hora de pensar el país a futuro. ¿Cómo te sentás a dialogar con una persona a la que insultaste? Pasó esta semana, las dos dirigentes políticas más relevantes del país se dijeron “borracha” y “chorra”. Cristina Kirchner y Patricia Bullrich, revelaron cuál es el nivel del debate en el país. ¿Cómo volvés de esos insultos, cómo te sentás a pensar qué hacemos con el transporte? ¿Qué hacemos con el gasoducto? ¿Qué hacemos con la energía?» Esto no quiere decir que se borren las diferencias ideológicas, que son fundamentales, sino que vos no podés anular al otro, al que necesitás para que el sistema funcione.
Y desde el periodismo, me sorprende más todavía. Que hayan dejado de entender que la verdad de los hechos es el insumo principal. Después cada uno tiene su posición ideológica. Yo la tengo, no la oculto, me parece que eso mejora mi perspectiva. ¿Por qué no vamos a tener ideología? Ahora, esa ideología no puede borrarte la buena praxis que implica el periodismo. El periodismo esencialmente es preguntar, no afirmar. Acá todos afirman, pero además afirman como si fueran predicadores. A mí me preocupa que en este momento estén señalando gente, me parece horrible, me parece que no corresponde. ¿A quién le vas a echar la culpa de este tipo que atentó contra la vicepresidenta? ¿a un periodista? Es mucho más complejo.
Y de eso también hay que hablar, hay que romper la simplificación. Basta de pensar que todo es blanco o negro. Contar la realidad como una historia de «buenos» y «malos» y “los malos” siempre son los otros, todo es mucho más complejo. Hace años que digo que hay que sospechar del periodista o del medio que critica siempre, tanto como el de que no critica nunca. Hasta el mejor gobierno tiene corrupción y comete errores y hasta el peor, acierta en políticas y puede tener buenos funcionarios. Los ejemplos sobran.
¿Hay responsabilidad de los medios? Sin duda. ¿Hay responsabilidad de algunos periodistas? Sin duda. Ahora, también hay responsabilidad de nosotros como consumidores de información: ¿Qué hacemos viendo esos discursos? ¿por qué los consumimos? ¿Qué hacemos pagando para ver eso? ¿Qué nos pasa? Pensemos qué responsabilidad tenemos cada uno de nosotros en el envenenamiento del discurso público en Argentina. ¿Qué hago yo? ¿Aporto al pensamiento crítico o aporto a esta lógica absurda del bien contra el mal, que puede traer consecuencias dramáticas para el país?
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