Los tipos persisten. De un lado y del otro. Unos insisten en asegurar que hubo un intento planificado de la “derecha” de asesinar a Cristina Kirchner. Otros aseguran que se trató de “auto atentado”.
Como publicó este periodista pocas horas después de ocurrido aquel acontecimiento, no fue ni una cosa ni la otra. Se trató del repudiable acto de un tipo desequilibrado mentalmente, llamado Fernando Sabag Montiel. A quien se suma ahora su pareja Brenda Uriarte. Nada más.
¿Realmente alguien cree que personas tan poco profesionales podrían ser reclutadas para armar una operación de semejante envergadura?
Jamás alguien contrataría a una pareja de pocas luces y altas dosis de inestabilidad psíquica, ni para armar un atentado “trucho”, ni para avanzar en un crimen de alta gravitación. Es absurdo por donde se lo mire.
Los “conspiranoicos” de una y otra vereda han visto demasiadas películas de Netflix. Incluso a la hora de asegurar que la pistola que utilizó Sabag Montiel para dispararle a Cristina difiere de la que apareció luego en la vereda. Solo hay que agrandar un poco la imagen para darse cuenta de que es la misma Bersa.
¿Qué decir acerca de los que llegaron a decir que se trató de una pistola de agua? Sin palabras. Directamente es irrisorio, y lo grave es que lo llegaron a decir colegas de grandes medios.
Párrafo aparte merece el culebrón del celular de Sabag Montiel, que despertó las mismas suspicacias, de un lado y del otro. Para unos, es la prueba de que fue reclutado para armar una “ficción”, y por ello debieron borrar los datos que lo vinculan con los personeros del kirchnerismo.
Para otros, es la evidencia de lo contrario: el aparato telefónico probaría que la oposición le dio instrucciones para asesinar a la vicepresidenta.
Y en ese contexto, lo obvio queda de lado: ¿Quien contrata a una persona para una operación de tal magnitud y no prevé la eliminación de datos antes de que se produzca el hecho? Es una cuestión de mero sentido común, en un país donde no existe ese concepto.
Ni hablar del hecho de que el kirchnerismo jamás hubiera permitido que el expediente lo manejaran una jueza como María Eugenia Capuchetti y un fiscal como Carlos Rívolo. Se trata de dos reputados funcionarios judiciales, impermeables a las presiones.
Hay mucho más que podría decirse, pero ni siquiera vale la pena. Los que creen en conspiraciones son fanáticos irreductibles, imposibles de convencer. Aún cuando se les presente prueba concluyente ante sus narices.
Alguna vez le atribuyeron a Albert Einstein una frase que bien cabe para este tipo de cuestiones: “La inteligencia es limitada, pero la idiotez no tiene límites”.
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