Desde hace muchos años, en la Argentina vivimos una mentira constante;
si bien es cierto que algunas falacias perduran en el tiempo, otras se van renovando y
también aparecen nuevas.
Una de las principales mentiras que nos han inculcado
desde varias generaciones atrás es aquella de que nuestro país es una Nación
sometida y oprimida por fuerzas extranacionales, siendo esa la principal causa
de nuestro empobrecimiento y el motivo de la falta de desarrollo.
Nada es más alejado que la realidad ya que, si por
caso obligáramos a empresas multinacionales a abandonar el país, nuestra
economía se vería sensiblemente afectada.
Por otra parte, nada tienen que ver estas supuestas
“fuerzas del mal” con problemas reales que tenemos, como un sistema impositivo
perverso y distorsivo o nuestra propia burocracia administrativa, que se debe
nutrir, precisamente, de ese mismo sistema impositivo para cubrir el gran gasto
de un Estado ineficiente, en lugar de destinar esos fondos a un mejor sistema de
educación, sanitario, desarrollo social o, invertir en infraestructura.
También sería interesante saber qué relación existe,
por ejemplo, entre estos fantasmas externos y las jubilaciones de privilegio,
los suculentos sueldos que ganan nuestros funcionarios —donde podemos incluir a
diputados, senadores, ministros, intendentes, concejales, gobernadores,
incluyendo el séquito de secretarios y asesores que los secundan—, los gastos
de choferes, teléfono y otras cuestiones, que son totalmente inútiles para el
desarrollo de nuestra sociedad pero se solventan con los fondos recaudados por
ese perverso sistema impositivo, sólo por citar un ejemplo.
Otra mentira que data de muchísimos años es aquella de
hacernos creer que “hay quienes quieren que haya cada vez más pobres”, o “existe
un plan para que haya cada vez menos gente educada, para poder someterlos”. Esta
idea absurda fue creada por el socialismo científico de Carl Marx a fines del Siglo XIX,
popularizada por el anarquismo, a principios del Siglo XX y luego adoptada por los
dirigentes del comunismo como propaganda.
Más allá de ser una aseveración totalmente
contradictoria en su concepción filosófica —ya que precisamente fue el comunismo
el que propició la “estandarización” de las personas ya sea ideológica, social y
culturalmente, para poder someter al proletariado—, es totalmente
contraproducente, a menos que se quiera implementar un régimen totalitarista.
Este pensamiento, que todos hemos oído en muchísimas
oportunidades, no es más que una mentira utilizada especialmente por políticos
populistas que gustan de inventar algún enemigo, generalmente extranjero, y
poder encontrar un culpable para luego pronunciar discursos plagados de frases
retóricas pero siempre, absolutamente siempre, desprovistos de hechos concretos... ¿le suena?
Creo, en lo personal, que pensar que existe un plan
para que cada vez haya más pobres o una población sin educación sería
sobreestimar la capacidad intelectual de nuestros gobernantes... también sería
bueno que alguien nos diga, de una vez por todas, quién o quiénes son los que
perpetran dicho plan, o por qué existe una continuidad entre un gobierno y otro,
incluso de distintos signos políticos.
Pero, supongamos que esto fuese cierto...
¡es peor aún! Ya que si sabemos que las fuerzas del mal —que no sabemos quiénes
son— llevan a cabo este plan desde hace décadas y no lo pudimos o supimos
solucionar, es que nuestros dirigentes son incapaces o negligentes... o tal vez
las dos cosas.
Para aquellos ingenuos que creen que es cierto que
alguien "poderoso" quiere que haya cada vez más pobres, es aconsejable que
conozcan el “Fordismo”, sistema fundamental del desarrollo de los EEUU donde,
de manera empírica, se demuestra básicamente que cuantas más personas haya con
un mejor poder adquisitivo, más se benefician todos los sectores, creando así un
círculo virtuoso.
Las mentiras de hoy
Parece ser que en nuestro país, la práctica de la
mentira se ha convertido en un deporte nacional y los gobiernos, a medida que
se van sucediendo, compiten para ver cuál es el que más y “mejor” miente.
Podríamos comenzar, para no retrotraernos demasiado en
la historia y no ser tan extensos, recordando aquella mentira de “el que
apuesta al dólar pierde”, o la lamentable “los argentinos somos derechos y
humanos” o la tristísima “vamos ganando” durante la guerra de las Malvinas, y la
mentira de hacernos creer que éramos ricos cuando íbamos a Miami y nos
identificaban con el “deme dos”.
Luego, ya en democracia, “con la democracia se come,
se educa, se cura” o “la casa está en orden”. No nos podemos olvidar de la
“revolución productiva”, el “salariazo” o los “viajes a la estratosfera” y el “1
a 1”, para pasar luego a la mentira de “voy a ser el maestro, el policía y el
médico de cada uno de ustedes”.
Hasta que llegamos a una buenísima: “el que depositó
dólares, recibirá dólares”, sólo por nombrar algunas de las más “populares”.
Como podemos apreciar, las mentiras se van sumando, y
cuando parecería que nuestra capacidad de asombro llegó al límite, aparecieron
las mentiras “K”.
En este punto de la historia podríamos desarrollar un
extenso glosario, pero para no ser redundantes o repetitivos con artículos ya
publicados, citemos las más tristemente célebres o actuales, como por ejemplo:
la mentira de la repatriación de los fondos de Santa Cruz, la mentira de la
“sensación” de la inseguridad, la mentira de los Derechos Humanos, la mentira de
la sobrevaluación del dólar 3 a 1 —que es igual que el 1 a 1 pero al revés— la
mentira de los índices de desocupación e inflación, sostenida por otra mentira,
la del INDEK, la mentira de los subsidios, la mentira del precio del petróleo,
y las tres últimas...
La mentira de la versión oficial sobre la valija
venezolana, la mentira del título de abogada de la Sra. Fernández de Kirchner y la mentira del anuncio de un ridículo plan, que consiste en la “maravillosa y
revolucionaria” decisión de adelantar el uso horario y aconsejar el uso de
lámparas de bajo consumo para solucionar el problema de la crisis energética,
que en cierta manera dejó de ser otra mentira, ya que finalmente se reconoció
que estamos en crisis y esto se ocultaba.
Lamentablemente, como podemos ver, la mentira en
nuestro país parece ser una cuestión cultural, y la pregunta es: ¿hasta cuándo
nos seguirán mintiendo? O en tal caso ¿hasta cuándo dejaremos los argentinos
que nos sigan mintiendo?
Pablo Dócimo