Hace muchos años, durante la época dorada de la
Fórmula 1, cuando los argentinos nos levantábamos temprano los domingos para ver
al “Lole” Reutemann, en una revista muy popular de entonces, especializada en
automovilismo, publicaron una nota titulada: “Dime cómo doblas y te diré quién
eres”.
En dicha nota, muy buena por cierto, se mostraban
distintas fotos de los pilotos doblando curvas y señalaban cuáles eran sus diferencias,
quiénes lo hacían mejor y quiénes no tanto y, en definitiva, quiénes sacaban
ventaja de esa cualidad sobre el resto.
La nota, para mi, como aficionado al automovilismo,
fue un disparador, tal es así que todavía hoy la tengo presente y recuerdo que en ese
momento, instantáneamente asocié al título de la nota la frase “Dime cómo
manejas y te diré quién eres”. Desde ese día tuve el inevitable hábito de
observar, cada vez que viajo de acompañante en un auto, cómo se desenvuelve el
conductor y cómo, curiosamente, se relaciona su personalidad con su forma de
conducir.
Por carácter transitivo, este procedimiento cuasi
empírico, lo podríamos aplicar a las distintas maneras de conducir en otros
países estableciendo, lógicamente, un común denominador o un promedio general de
los conductores, producto sin dudas de una suma de factores, principalmente
culturales. Así, podríamos deducir, según su forma de manejar, si el conductor
es inglés, italiano, alemán o argentino...¡y no falla!
No es ninguna novedad que en cada fin de semana largo,
las vacaciones de invierno y, especialmente durante la vacaciones estivales, los
accidentes en rutas aumentan drásticamente, pero también en cualquier época del
año en las grandes ciudades de nuestro país —especialmente en la ciudad de
Buenos Aires y el conurbano bonaerense— los accidentes de tránsito y las muertes
están a la orden del día. Tal es así que Argentina lidera el ranking de muertes
sobre ruedas, superando la friolera suma de mil vidas perdidas por año, más de
lo que produciría una guerra.
En las últimas estadísticas sobresalen dos puntos
llamativos, el primero es que, desde que se estableció el control de alcoholemia,
el índice de conductores con alcohol en sangre se redujo en solo un año en un
30%. El segundo, dice que el 85% de los protagonistas de los accidentes más
violentos son personas cuyas edades oscilan entre los 18 y 25 años.
De aquí se desprende que los fines de semana, en la
ciudad de Buenos Aires, absolutamente todos los accidentes serios, son
protagonizados por jóvenes, durante la madrugada, y con un gran índice de
alcohol o sustancias tóxicas en sangre... esto no es casualidad. La vehemencia
de la juventud, potenciada por el alcohol o drogas, causa estragos. Por
consiguiente, cuanto más sube el consumo de estas sustancias en jóvenes, más
crecen los accidentes.
Si analizamos todos estos datos, podemos ver que, sin
dudas, nuestra forma de conducir responde, ni más ni menos a nuestra forma de
ser, a nuestra idiosincrasia. Sencillamente, manejamos como nos desempeñamos en
la vida, no nos respetamos. No respetamos las normas, no respetamos los límites,
no respetamos al prójimo, y lo peor, no respetamos la vida.
Siempre se dijo que las principales causas de los
accidentes son: los factores climáticos, el estado de los caminos, fallas
mecánicas y, por supuesto, las fallas humanas, y esto no es así; siempre,
absolutamente siempre, la falla es humana.
Si el clima es adverso, tenemos que tomar las
precauciones de conducir según las circunstancias. Un auto no responde, ya sea
al doblar o al frenar, de la misma manera con el pavimento mojado o húmedo. Si
la ruta no está en condiciones, en primer lugar es responsabilidad de alguna
persona, que falla en el cuidado o repavimentación, y en segundo término, el
conductor debe tomar las precauciones y no desarrollar una velocidad tal como si
el asfalto estuviese perfecto. Por último, si hay una falla mecánica, es, en
definitiva, responsabilidad de alguien, que no hizo el mantenimiento adecuado o
la revisión correspondiente al vehículo.
Como podemos ver, indudablemente, la falla es siempre
humana, y por si queda alguna duda, no es lo mismo sortear un inconveniente a
100 km/h que a 160 km/h, y de producirse el accidente, las posibilidades de
sobrevivir a alta velocidad disminuyen drásticamente; si bien un impacto a 100 o
120 km/h es serio, con el cinturón de seguridad, el riesgo es muchísimo menor.
Los accidentes de tránsito, tanto en rutas como en
ciudades, no responden a otra cosa que a nuestra forma de ser; los argentinos
manejamos como somos; por algo, en países como Alemania, donde hay rutas con
carriles sin límites de velocidad, los accidentes casi no existen.
Por eso, cada vez que ocurre una desgracia en las
rutas, viene a mi memoria la frase “Dime cómo manejas y te diré quién eres”.
Pablo Dócimo