Durante el fin de semana largo se registraron violentos saqueos en comercios y supermercados de Neuquén, Mendoza, Córdoba y Jujuy. Todas esas provincias tienen un ostensible denominador común: no están gobernadas por el kirchnerismo.
El mensaje de esa banda delincuencial (que hace unos 30 años entendió que el gran negocio para su futuro consistía en tomar el ropaje de la política para disfrazar de epopeyas lo que no0 eran otra cosa que delitos) es claro y evidente: “te vamos a destruir todo si ganas vos”.
Ayer los hechos se extendieron a algunos partidos de la provincia de Buenos Aires y a algunas zonas de la Ciudad de Buenos Aires en cuyas areas hubo comercios que debieron cerrar sus cortinas y dejar de trabajar.
Los hechos ocurridos en estas horas pasadas son ejecuciones en la práctica de las advertencias que, con toda soltura, hicieron públicas Aníbal Fernández, Juan Grabois, Eduardo Valdés, Luis D’Elia y otros tantos integrantes del conjunto de delincuentes que hace 20 años se apoderó del país. Algo asi como: “no nos digan que no se lo avisamos”.
Se trata de una sofisticación de la que el peronismo se enorgulleció: el ejercicio impúdico e impune de la violencia callejera.
El propio Perón aleccionaba a su gente sobre cómo se tomaba el control de la calle. En célebres grabaciones que cualquiera que tenga ganas puede buscar en Google o en YouTube, el General se vanagloriaba de cómo le había hecho construir al sindicato maderero 500 garrotes con clavos en las puntas con los que él y 500 hombres más, salieron “a romper cabezas, vidrieras y todo lo que encontraran a su paso por la calle Florida” para dar una lección sobre “cómo se tomaba la calle”.
La idea de “tomar” es de por sí un acto violento. Pues bien, el peronismo se ha doctorado en “tomar” desde la calle, hasta un colegio, una dependencia pública o un supermercado.
Por supuesto que en los hechos que comentamos aquí se agrega el factor robo, el ataque virulento y en banda a la propiedad privada de gente tan pobre como ellos pero que sigue viendo en el trabajo duro la manera honesta de sobrevivir.
Todos recordamos aquel inmigrante de la comunidad china en 2001, indefenso y llorando a moco tendido en la puerta de su negocio viendo cómo, impunemente, hordas de salvajes dirigidos por el peronismo bonaerense le robaban todo.
El peronismo contra las cuerdas está enviando por todos los medios a su alcance notificaciones expresas para que todo el mundo lo tenga en claro: o ganan ellos -para que puedan seguir haciendo lo que quieren (entre otras cosas seguir robándole al pueblo con el verso del Estado benefactor y “ampliador de derechos”)- o llegará el caos, la muerte, el robo, el saqueo y la sangre.
Obviamente, cuando cualquiera intente restaurar el orden, las víctimas de esa movida serán “víctimas de la represión salvaje” y no su propia responsabilidad por haber incitado a que miles de idiotas útiles que se prestan como carne de cañón (porque hace rato que a esa gente el peronismo también les robó la capacidad de pensar) salgan a la calle a romper, quemar y robar todo.
Es en estos momentos en donde uno se convence más aún de que, más allá de las palabras hasta sensibleras que el peronismo pueda haber usado para construir su muñeco populista (desde Perón para acá) nunca fue otra cosa más que una banda criminal que identificó al Estado como el yeite más perfecto del que se derivarían para ellos mismos poder, idolatría, riquezas, impunidad, popularidad, ascenso social propio y garantías de perdurabilidad, aseguradas, en primer lugar, por quienes serían sus propias víctimas: los pobres.
No hay, desde ese punto de vista, una concepción política más macabra que esta: soy un delincuente que aspira a hacerse rico sin trabajar (si por “trabajar” entendemos descubrir alguna necesidad insatisfecha de la sociedad que esta esté dispuesta a pagar). Me disfrazo de político. Prometo que vengo a defender a los pobres y que, quienes se me oponen, son grupos antinacionales que solo quieren el sufrimiento del pueblo y la explotación de la Argentina para beneficio de intereses foráneos… En base a esa demagogia gano el poder. Desde allí empiezo a socavar las bases mismas del pensamiento independiente por la vía de destruir la educación, convirtiéndola, al mismo tiempo, en una vía de adoctrinamiento. Rompo -con mensajes resentidos e incesantes- la idea del mérito y del esfuerzo propio. Compro voluntades regalando artículos materiales y “ampliando derechos” (cuyo costo le endilgo a toda la sociedad, incluidos los idiotas que reciben los artículos o los “derechos” que creen, todos contentos, que el peronismo les regala cosas sin necesidad de que hagan nada cambio, excepto votar al peronismo). Gozo de los privilegios que da el ser un funcionario del Estado (privilegios cuyo costo no pago sino que los hago fondear por el presupuesto público). Quedo al margen de la persecución penal porque la ley, que yo mismo hago, presume mi inocencia y la legitimidad de mis actos por el solo hecho de ser un funcionario del Estado…
¿Quién no estaría dispuesto a romper unas cuantas cabezas, como diría el General, o a saquear comercios de provincias donde no gobierno o a dar salvajes mensajes de advertencia por si alguien se anima a correrme del centro del poder nacional? Ya lo sé: gente honrada.
Pero el peronismo no está poblado de gente honrada. Recuerden que partimos de la base de que es una organización criminal disfrazada de partido político, algo que, por cierto, tiene en común con el comunismo y con casi todos los movimientos fascistas que el hombre conoció desde que pisa este planeta.
Tratamos con delincuentes, señores. Sus oropeles oficiales solo cubren actividades que, de ser llevadas a cabo por cualquier otro ciudadano de un país normal, terminaría con ellos en la cárcel.
Es este aquelarre de extorsión el que también está sobre la mesa en la elección venidera. La obviedad peronista ya envió sus mensajes. La sociedad deberá enviar la respuesta.