El típico cancherismo argentino siempre tuvo una cuestión con la frase “él/ella la empezó”. Algunos guapos de la escuela trataban automáticamente de “maricón” (con perdón del de-constructivismo) al que siquiera osaba señalar a alguien como el iniciador de una reyerta frente a la maestra: el valiente tenía que bancársela y no ser “buchón”.
Toda esa cuestión, a mí -para variar con mis posturas contracorriente- me pareció siempre una enorme hipocresía. Según ese bullying, resulta que el “valiente” es el que no se banca ser acusado a pesar de ser él el real iniciador del conflicto y el “maricón” es el que dice la verdad y acude a un tercero imparcial para que imparta justicia. Es decir, un perfecto mundo al revés: el que acusa de “maricones” a los demás haciéndose el valiente, es el verdadero maricón (porque no se banca ser desenmascarado) y el acusado de maricón es el verdadero valiente por blanquear la cuestión y reclamar una intervención civilizada que resuelva la disputa.
Ese modelo ordenador nacido en la escuela y luego desarrollado en la vida es enormemente infeliz. Siempre lo asemejé en mi cabeza a los casos de los que acuden al “chiste” para ofenderte o atacarte y cuando reaccionas, encima te hacen quedar a vos como que no tenes sentido del humor porque no te bancas un chiste. O sea, la chancha y los veinte: vos podes ofender haciendo chistes y si reacciono el desubicado soy yo. Siempre ganas vos. “Wine, wine situation”, diría Cristina Kirchner.
También me resulta muy similar la situación al caso del tipo que presta un libro y el que lo recibe nunca lo devuelve. Cuando el dueño lo reclama, el “insensible” es el dueño, no el “olvidadizo”. O sea, siempre la “víctima” es la que termina cagada como palo de gallinero haga lo que haga. Es un sello cultural.
En otros lugares la delación o el señalamiento del delincuente, del infractor o del que no hace las cosas como se deben hacer lejos de ser considerada una “mariconeada” es vista como el cumplimiento de un deber cívico.
Viviendo en Estados Unidos, hace un tiempo, había dejado el auto estacionado en un lugar permitido muy cerca de una reunión de trabajo que tenía. Al regresar al auto y en las maniobras para salir del espacio en donde estaba estacionado, apenas toqué el paragolpes trasero del auto que estaba estacionado delante del mío. En ese momento, un muchacho de unos 20 años que pasaba caminando por la vereda me miró y me dijo “check for damages” (“fijate si le hiciste algo”).
Por supuesto me bajé, miré y no había pasado nada. Pero el valor de la historia no es ese, sino la idea de mostrar una cultura construida sobre la base de que, lo que aquí llamaríamos una “buchoneada”, no solo no es considerado del mismo modo sino que, al contrario, es tenido como un deber cívico que todo ciudadano tiene.
La primera actividad política importante del presidente Reagan mientras integraba la asociación de actores en California, fue señalar colegas que infringieran la ley de seguridad de los Estados Unidos que, en aquellos años de la guerra fría, incluía la búsqueda e identificación de agentes que pudieran estar coadyuvando a la infiltración comunista.
Lejos de señalar a Reagan como un “buchón” la sociedad no sólo lo aceptó sino que 15 años después lo hizo presidente. Si algún comunista le hubiera echado en cara su conducta, apuesto a que Reagan le hubiera respondido “vos la empezaste”.
La frase “ustedes la empezaron” hubiera servido para aclarar muchos tantos en la historia argentina también. Sin ir más lejos muchos de los hechos de los ’70 no se hubieran podido tergiversar si la cultura mayoritaria de la Argentina, en lugar de ser la del “buchonismo”, hubiera sido la del “vos la empezaste”.
Está más que claro que cuando la Argentina era un país relativamente pacífico, tranquilo, incluso hasta con niveles de pobreza bajísimos (menos del 5%) y con un robusto núcleo central integrado por una populosa clase media, un conjunto de iluminados -porque sí y casi de la nada- empezó a matar gente por la calle, a despertar a los argentinos con bombazos a diestra y siniestra, a secuestrar, a robar y a acribillar a inocentes a balazos.
Cuando el gobierno democrático del peronismo ordenó a los militares “aniquilar” la amenaza, quienes habían empezado todo salieron a gritar “señorita, señorita, el militar me pegó”. O sea el que la iba de malo (aunque actuaba en la clandestinidad, a cara cubierta y atacaba ladinamente infiltrándose en la sociedad honesta) de repente se convirtió en un pollito mojado que no estaba dispuesto a bancarse las consecuencias de lo que su conducta inicial había provocado. El que la iba de malo pasó a ser el “inocentón” (jóvenes idealistas) y el que se suponía debía defender a los inocentes pasó a ser el malo.
Ahora estamos asistiendo a un capítulo modernizado de la misma historia con Javier Milei y los que atacan a Javier Milei.
Resulta que los que atacan a Javier Milei pueden darse el lujo de decir cualquier cosa, pero si Javier Milei reacciona es el que no se banca la crítica, el que se ofende, el que no tiene sensibilidad, el que no tiene sentido del humor. “Wine, wine situation” (Cristina Kirchner sic) otra vez: vos podes decirme cualquier cosa pero la pelusa del durazno (como le dijo el presidente a Lali Espósito) no te la bancas.
Y no solo eso sino que una troupe de pseudo intelectuales salen a reclamar “por la cultura” cuando en el país hay 47% de pobres y tres de cada cuatro chicos que no comen las tres comidas. “El arte es del pueblo”, dicen algunos. Parece que no fueran los mismos que le decían a Macri “el cemento no se come”.
Algunos periodistas recientemente incluso han utilizado en sorna el ejemplo de “señorita, señorita, me pegó” para ridiculizar al Presidente reaccionando frente a Espósito, insinuando que Milei no tendría que haber señalado a la cantante y debería haberse bancado lo que ella decía.
¿Y a título de qué?, pregunto yo. O sea la Sra Espósito siempre lleva las de ganar: ella puede, no solo decir cualquier cosa, sino seguir embolsando dinero público y Milei no puede contárselo a la sociedad porque si lo hace estaría siendo un “buchón”. ¡Qué genial! ¡Yo también quiero ser como Lali Espósito!
Pero, cuando hay dinero público de por medio, yo no digo ¡Grande Lali! Yo digo “¡que vivan los buchones!”. Que vivan los buchones que le cuentan al pueblo lo que esta gente hace y el verso que inventaron para tener lo mejor de los dos mundos: por un lado, “yo soy un artista popular con sensibilidad” y, por el otro, “de todos modos me la llevo toda”.
No hermanito. Se terminó el curro ese. Si para derribarlo hay que terminar también con el imperio de la cultura del buchón, pues terminemos con ella también. Así, de paso, nos ahorraremos unos buenos casos de bullying en el colegio.