No obstante los continuos ataques a la
Ciencia Experimental, provenientes de los dogmatismos filosóficos, religiosos e,
incluso del ocultismo sobreviviente en nuestros días, la investigación objetiva
continúa imperturbable, porque la humanidad en su conjunto no es un supercerebro
compuesto de unidades cerebrales que dirigen a ese supuesto psiquismo global
hacia alguna meta de perfección, sino que se trata de una verdadera dispersión
ideológica formada por diversos tipos humanos con sus tradiciones y tendencias
propias, agrupadas por sus afinidades. Estos grupos afines prosiguen su camino
propio, encerrados en sus creencias particulares, porque la organización
genética heterogénea, en que consiste el proceso hominal con su historia, así lo
exige, de modo que a un científico experimental, por más que se lo trate de
adoctrinar, pretendiendo imponerle “a golpes” la aceptación de cierto dogma, por
más que se le machaque la idea, continuará creyendo en el valor de la Ciencia
Empírica, en sus proyecciones hacia el futuro, y también de nada valdría
pretender transformar en un investigador libre de influencias dogmáticas a una
personalidad con fuerte predisposición a aceptar o elaborar explicaciones
metafísicas sobre el universo y la vida.
Lo grave es cuando un grupo de crédulos (valga esta vez la
denominación igualmente para ciertos empiristas), ataca a otro grupo de
crédulos, o cuando un grupo se cree atacado por otro que jamás tuvo intención
alguna de hacerlo.
El primer caso es el de los dogmáticos que atacan a la
ciencia y el segundo es el avance exitoso de ésta, que arrasa sin quererlo a los
dogmatismos.
Pero en estos tiempos que estamos viviendo, existe ya una
ventaja para el esclarecimiento del universo y la vida mediante el experimento
basado en la moderna tecnología y es la que permite a este método aplicarse sin
trabas.
Aunque surja un nuevo Galileo, no será procesado y obligado a
retractarse por haber cometido la inconcebible herejía de afirmar que la Tierra
se mueve, ni un nuevo Darwin será ya criticado y atacado con furia y
desesperación desde posiciones creacionistas clericales por haber descubierto la
no fijeza de las especies vivientes, sino que hoy, dada la evidencia de los
descubrimientos científicos de última generación, son los dogmas los que
humildemente, bajando la cerviz, deben amoldarse a la realidad.
Así el dogma judeocristiano, por ejemplo, se ve obligado a
cambiar sus conceptos creacionistas. El mundo ya no pudo haber sido hecho en
seis días y se comienza a hablar de períodos, y el hombre no apareció sobre la
Tierra en una primera pareja, sino que según el nuevo dogma esta pareja fue
“elegida entre los homínidos primitivos medio brutos para ser transformada en
auténticos seres humanos” y los mismos que defienden las creencias en la sabia
naturaleza, acuden a la ciencia médica para que les corrija las anomalías
congénitas, producidas por los yerros de la misma naturaleza.
Es decir, que las creencias se hallan repartidas, cada
grupo con las propias que lo identifican continúa en su fe y una de ellas, la
que cree en los resultados de la Ciencia Empírica también prosigue su labor,
haciendo caso omiso de las demás creencias que, en cambio, la siguen de cerca y
están como al acecho para comprobar dónde se halla el lado flaco del
conocimiento científico.
Pero he aquí que las supuestas barreras esperadas no aparecen
en ningún frente y los límites para la Ciencia siempre retroceden. A medida que
las distintas disciplinas se relacionan, se apoyan y complementan, más claras se
vislumbran las cosas y el conocimiento científico crece a pasos agigantados
distanciándose abismalmente de las pseudociencias de todo cuño, que deben
conformarse con debatirse en sus propios círculos viciosos encerradas en la sola
razón especulativa.
Así lo objetivo, aquello que se plasmado en resultados a la
vista, producto de tanta investigación trasladada a la técnica, que ha
transformado la faz del orbe, satisface a la índole humana y la causa de la
Ciencia es un proceso irreversible; se hallaba oculto potencialmente en la mente
humana y es en la actualidad cuando se manifiesta con su mayor fuerza.
Pero debemos advertir, que el hombre actual no es más
inteligente que el de hace cinco mil años, sino que es el mismo intelecto el
cual se aplica a la diversidad de elementos que hoy se tienen a mano; lo demás,
el progreso, es un agregado que se hace a la síntesis científica.
Si desaparecieran los conocimientos descubiertos, se
esfumaría la ciencia y las mentes quedarían otra vez reducidas a sus
concepciones fantásticas sobre el mundo, necesarias para evadirse de una
realidad desconocida y amenazante como lo era en tiempos remotos sumido el
hombre en la bruma de la nesciencia.
Pero en virtud del éxito del resultado práctico del
conocimiento basado en la experiencia a la que es aplicado al máximo el
mecanismo mental, que hace a la aceptación de la creencia en lo objetivo, y al
conocerse y ser distinguido lo verdaderamente dañino, de lo inofensivo y de lo
beneficioso, ésta creencia se vuelve sólida, desplazante de otras creencias,
porque se deja de temer a la naturaleza al tornarse ésta conocida y en buena
parte dominable. Ya no son necesarias las concepciones de un mudo mágico
precientífico para influir en él con ciertos supuestos poderes y manejarlo
ilusoriamente para apartar los males para la salud, por ejemplo, sino que éstos
son evitados mediante la vacuna, la alimentación balanceada, la cirugía, los
modernos medicamentos o mediante la previsión tecnológica de la economía.
El miedo a lo desconocido ha cedido gracias a la Ciencia.
Este factor difiere de todas las creencias
pseudocientíficas en el sentido de que siempre hay una disposición a aceptar
cambios conceptuales. Las teorías no suelen ser fijas; una vez demostradas sus
falencias deben ser abandonadas, so pena de transformarse en dogmas que ya nada
tienen que ver con las experiencias futuras con nuevas posibilidades abiertas.
Ninguna ortodoxia puede ser válida en este caso, porque el científico posee
conciencia clara que tiene en sus manos un universo que se revela complejo al
grado superlativo y va de sorpresa en sorpresa ante las revelaciones que le
permite realizar cada vez más el moderno instrumental, lo cual le va dando la
pauta de cuan alejados de la realidad se hallaban aquellos que se creían dueños
de la verdad, con sus conceptos pseudocientíficos sobre las cosas y hechos que
hasta hoy se arrastran.
El universo simple, formado de materia y espíritu, se ha
transformado en un maremagnum mayor incoherente, accidental, de colosales
dimensiones que es el universo en términos absolutos, pero ello no quita que la
Ciencia pueda producir un supercerebro artificial, con capacidad multiplicada
para entender lo que nosotros apenas atisbamos.
La creencia en la Ciencia apunta hacia la posibilidad de
crear, a la par de nuevo instrumental científico, una trama inteligente
artificial que deje muy atrás al cerebro humano actual. Luego se podrá entender
mejor el universo, su naturaleza íntima y sus posibilidades aún no aprovechadas.
Ladislao Vadas