Próspero Lambertini, luego papa Benedicto
XIV, definió el milagro como un “hecho producido por el orden sobrenatural en el
mundo físico”.
Si analizamos, comprobamos que en esta definición existe,
evidentemente, una petición de principio, pues se habla de cierto orden
sobrenatural que se halla presupuesto en la explicación.
¿Qué puede ser un milagro? ¿La anulación de las leyes
físicas? No, se apresuran a responder los religiosos, más bien se trata de la
suspensión de dichas leyes o tal vez de contradicciones de lo natural.
Esto según el teólogo medieval Tomás de Aquino que tanta
polvareda levantó en el ámbito cristiano europeo con sus obras tituladas Suma
teológica, y Suma contra los gentiles, quién expresa: “Todo cuanto
por obra divina se realiza en las cosas, fuera del orden natural, suele llamarse
milagro” (Suma contra los gentiles, libro III, cap. 1).
Pero luego añade: “… ya que nos admiramos cuando viendo un
efecto ignoramos su causa, y como algunos conocen la causa y otros la ignoran,
por eso sucede que cuando varios ven al mismo tiempo los mismos efectos, algunos
se admiran y otros no. Por ejemplo un astrónomo no se admira al ver un eclipse
de sol, porque conoce su causa; en cambio quien ignore tal ciencia se admirará
del fenómeno por desconocer su causa. Luego sencillamente digno de admiración es
aquello que tiene una causa simplemente oculta. Y esto es lo que se llama
milagro” (Obra citada ibídem).
Luego, para la filosofía tomista, el milagro en el verdadero
sentido de la palabra no existe. Es sólo una alteración del orden de las cosas o
“aquellos actos que Dios realiza fuera del orden propio de las cosas”.
Pero como todo finalmente emana de Dios, prácticamente el
milagro no existe y lo que así se denomina es sólo el desconocimiento o la
admiración ante un hecho fuera de lo común, y Tomás lo reduce todo a la órbita
de su dios y dice que: “sólo Dios puede hacer milagros” (Ob. cit. ibídem).
De acuerdo con este razonamiento, podríamos decir que el
sobrenaturalismo no existe o a la inversa. En definitiva, o todo es natural, aun
la alteración del orden de las cosas, o todo es sobrenatural ya que el mundo
está en manos de un ser sobrenatural y es movido por sus hilos.
Son infinitas las narraciones sobre los milagros de todos los
tiempos. En la antigüedad eran más frecuentes y esto es natural y lógico ya que,
su abundancia se halla en proporción directa al grado de incultura de los
pobladores del Globo y en esto está también de acuerdo Tomás de Aquino en su
ejemplo del eclipse de sol.
Por razones de espacio resulta imposible tratar aquí en
abundancia sobre todo tipo de milagros que ha imaginado o que ha creído
presenciar el hombre en sus interpretaciones de los hechos naturales vistos con
distintos ojos, según el grado de cultura, predisposición a la superstición,
misticismo, anteposición de un credo religioso, circunstancias emocionales,
influencias de las llamadas psicosis colectivas, etcétera.
La empresa sería interminable y sólo se justificaría un
exhaustivo análisis de los casos más resonantes si éste se hiciera en un libro
dedicado exclusivamente al tema de los milagros. Empero podemos seguir aquí,
para ser comentado, el libro del profesor de parapsicología de la Universidad
John F. Kennedy de Orinda, California, D. Scott Rogo, en su traducción al
castellano titulado El enigma de los milagros (Ed. Martínez Roca, 1988).
Existe, por ejemplo, la creencia en el milagro de la
bilocación, según la cual una persona puede hallarse en dos lugares distintos a
la vez. De acuerdo con la doctrina de la Iglesia Católica, es por la gracia de
Dios que un cuerpo humano se duplica realmente para actuar el “segundo yo” a
kilómetros de distancia del primero. Allá, lejos, en otra población e incluso
en otro continente, el segundo yo puede comer, beber y realizar cualquier otra
acción en plena libertad mientras que el “primer yo” ¡se halla encerrado en una
celda!
Se dice, y sólo se dice, que San Martín de Porres, de rasgos
negroides, nacido en 1579 y que vivió hasta su muerte acaecida en 1639, en el
monasterio del Santo Rosario de Lima, Perú, poseía tal facultad. “Entre los
testimonios se citan varios casos de apariciones en China y Japón donde un
ministro fraile mulato fue visto enseñando el catecismo a grupos de niños y
repartiendo estampas religiosas y caramelos. La descripción del ‘hermano negro’
cuadraba perfectamente a San Martín de Porres, quien, a
menudo había expresado su deseo de viajar a Oriente como misionero”.
En otra oportunidad, cierto viajero español que había estado
prisionero de los turcos en Argel, en una visita a Lima creyó reconocer en el
mulato del monasterio del Santo Rosario una “misteriosa aparición que había
venido a menudo a su celda, y que varias veces le había provisto de dinero y
comida”. (Véase: obra citada, pág. 64).
También se habla de la venerable Madre María de Jesús de
Agreda (María Coronel), abadesa del convento franciscano de la Inmaculada
Concepción de Agreda, donde residió hasta su muerte acaecida e 1665. Fue
procesada por la Inquisición a causa de verse favorecida por “ciertas
revelaciones de orden sobrenatural” aunque salió libre de toda culpa. Había
nacido en 1602.
Esta mujer, que innegablemente padecía de alucinaciones, en
ciertas oportunidades, mientras rezaba en su celda del convento, de pronto se
veía transportada a México, donde se encontraba instruyendo a los nativos en la
fe católica. Durante una de esas bilocaciones, aconsejó el bautismo a los
nativos y los envió a otra localidad de México para ser bautizados por un grupo
de misioneros franciscanos allí residentes.
Diez años después, un sacerdote de las misiones mexicanas
regresó a España y relató que los indios le habían contado que una misteriosa
mujer se les había aparecido para enseñarles el catecismo y mandarlos a
bautizar. Cuando el sacerdote tuvo oportunidad de conocer a sor María se dio
cuenta que se trataba de la misma mujer. A su vez ella confirmó haber estado en
México describiendo muchos lugares de aquel país.
Sin embargo, esta religiosa dudaba de la autenticidad de sus
bilocaciones y se preguntaba si no se trataba en realidad de alucinaciones.
También cobró fama en virtud de sus bilocaciones, cierto
monje capuchino residente en Foggia, Italia, de quien se dice que fue visto
repetidas veces en toda la península, en Austria, en el Uruguay y también en los
EE. UU., sin haber salido de su ciudad. Se trata de Francesco Forgione, luego
conocido como el padre P ío, nacido en Italia e 1887.
Cuando se le preguntó en cierta oportunidad si había sido
él, el capuchino que visitó la residencia del obispo de Salto, Uruguay, el padre
Pío asintió, auque no había salido de Italia.
Muchas personas residentes en Foggia y sus alrededores
han atestiguado que las bilocaciones del padre Pío fueron reales
Hasta se dice que cuando el renombrado cardenal húngaro Mindszenty, cuyo proceso
tuvo resonancia mundial, fue encarcelado, el padre Pío solía aparecérsele para
ofrecerle pan de hostia, vino, agua y celebrar misa con él y esto ¡sin moverse
de Foggia!
Todos estos disparates se explican a la perfección. Basta con
utilizar la deducción lógica.
Las cosas que hay que apuntar como fundamentales para aclarar
estos mitos son: una de ellas, simple y frecuente, la confusión de las personas,
el tomar una por otra; las otras, la presencia de personas dobles o de un
parecido extraordinario entre sí, la fantasía, la fabulación, el deseo vehemente
de estar en otro país expresado como si ya se hubiese realizado y la alucinación
que sufren algunos individuos que creen haber estado en otro lugar jamás
visitado en la realidad (como en el caso de María Coronel); sin descartar casos
en que algunas personas realmente hayan viajado de incógnito, como polizones,
para actuar en otros países mientras se los creía permanecientes en sus lugares
de origen; y finalmente la mentira, el afán de hacer creer a los demás acerca de
la “verdad” del milagro con propósitos diversos, sanos o frívolos. Uno de ello
puede consistir en ahondar la fe de sus semejantes, otro en adquirir fama o
confirmar ciertas supuestas dotes sobrenaturales atribuidas supersticiosamente
por los que lo rodean, con el sólo objeto del placer de sentirse importante. Los
clérigos, no por ser tales, escapan a estas ambiciones.
Ladislao Vadas
Yo, he estado teniendo bilocaciones y he pensado lo mismo q penso Maria Coronel, pero me ha pasado lo mismo q ha ella, q me han visto y me han dicho q estube en ese lugar.