“Una mujer recuerda: Hace un año ingresé
en el hospital con problemas cardíacos y a la mañana siguiente, mientras me
encontraba en coma comenzó a dolerme mucho el pecho. Pulsé el timbre que tenía
al lado de la cama para llamar a las enfermeras. Vinieron y comenzaron a hacerme
cosas. Me sentí muy incómoda acostada sobre la espalda y me di vuelta, pero en
ese momento dejé de respirar y el corazón se detuvo. Oí gritar a las enfermeras
mientras sentía que salía de mi cuerpo y me deslizaba entre el colchón y la
barandilla que había al lado de la cama –me pareció estar pasando a través de la
barandilla- hasta posarme en el suelo. A continuación empecé a elevarme con
lentitud. Mientras subía observé que otras enfermeras entraban precipitadamente
en la habitación; conté unas doce. El médico estaba haciendo una ronda por el
hospital y le llamaron. También le vi entrar y pensé: ´¿Qué estará haciendo
aquí?` Floté hasta el techo pasando al lado de la lámpara que colgaba de él, y
me detuve mirando hacía abajo. Me sentía como si fuera un pedazo de papel que
alguien ha arrojado hacia arriba.
“Desde allí pude observar mi cuerpo tendido sobre la cama y a todos los que
lo rodeaban tratando de reanimarme. Oí a una enfermera que exclamó: ´¡Dios
mío, ha muerto!`, mientras otra inclinada me hacía respiración boca a boca. La
observaba desde atrás. Tenía el cabello corto. A continuación pude observar
como entraron con una máquina para darme descargas en el pecho. Fue algo
horrible pues pude ver como saltó mi cuerpo y oír los crujidos de mis huesos.
“Mientras los veía allí abajo golpeando el pecho y doblando brazos y
piernas de mi cuerpo yacente, pesé: ´Por qué están haciendo todo eso si ya
estaba muerta?`”
(Raymond A. Moody, Jr. En su libro Vida después de la vida,
México, EDAF, 1982, pág. 55.)
Así describe un caso el doctor en filosofía, médico, psiquiatra y estudioso
de los fenómenos de supervivencia a la muerte corporal, Raymond A. Moody (h) en
su libro citado.
Otro caso lo relata así: “Recuerdo que me llevaron a la mesa de operaciones
y que me hallé varias horas en estado crítico. Durante ese tiempo estuve
entrando y saliendo de mi cuerpo físico y pude verlo directamente desde arriba.
Mientras lo hacía seguía estando en mi cuerpo; no era un cuerpo físico, sino
algo que podría describirse como modelo energético. Si tengo que ponerlo en
palabras, diría que era transparente, un ser espiritual en oposición a un ser
material”. (Obra citada, pág. 65).
Los detalles más conspicuos que rodean los supuestos pasos de la vida a la
muerte (y después más vida) descritos por el Dr. Moody en su libro son los
siguientes:
a) El sujeto oye que su médico lo declara muerto.
b) Comienza a escuchar un ruido desagradable, como un zumbido mientras
siente que se mueve rápidamente por un túnel largo y oscuro.
c) De pronto se encuentra fuera de su cuerpo físico y puede verlo desde
fuera como un espectador.
d) Otros vienen a recibirlo y saludarlo. Son espíritu de parientes y amigos
que ya han fallecido.
c) Aparece ante él un “ser luminoso” que le pide que evalúe su vida y le
muestra una visión panorámica de toda su existencia.
f) Experimenta luego un sentimiento de intensa alegría, de amor y paz.
Afirma Moody que existe semejanza en este sentido entre los diversos
casos y elige entre los informes los más parecidos entre sí para relatarlos en
su libro.
Sobre el túnel, por ejemplo, da el siguiente informe de otro
“resucitado” que reza así: “Tuve una reacción alérgica a una anestesia local y
dejé de respirar. Lo primero que ocurrió fue que pasaba a gran velocidad por un
vacío oscuro y negro. Puede compararse a un túnel. Era como si fuera montado en
la montaña rusa de un parque de atracciones y pasara por ese túnel a gran
velocidad”. (Obra citada, pág. 65).
Con respecto al “ser luminoso” relata lo siguiente: “Sabía que estaba
muriendo y que nada podía hacerse, ya que nadie podía oírme… Estaba fuera de mi
cuerpo, no me cabía la menor duda, pues podía verlo en la mesa de
operaciones. ¡Mi alma estaba afuera! Todo ello hizo que al principio me sintiera
muy mal, pero entonces vino esa luz brillante. Parecía un poco
apagada al principio, hasta que se convirtió en ese enorme haz. Era una tremenda
cantidad de luz; no un gran foco brillante sino mucho más. Me daba calor y me
invadió una cálida sensación.
“Era un blanco brillante y amarillento…, predominaba el blanco.
Tremendamente brillante, tanto que no puedo describirlo. Parecía cubrirlo todo y
al mismo tiempo me impedía ver cuanto me rodeaba: la mesa de operaciones, lo
doctores y enfermeras Podía verlo todo porque no me cegaba.
“Al principio, cuando la luz llegó, no estaba muy seguro de lo que
ocurría, pero luego (esa luz) me preguntó –bueno fue algo parecido a una
pregunta- si estaba listo para morir Era como hablar con una persona, aunque no
había allí ninguna. La luz hablaba conmigo sonoramente.
“Pienso ahora que la luz que me hablaba comprendía que no estaba preparado
para morir que se trataba más de probarme que de otra cosa. Desde el momento en
que la luz me habló, me sentí muy bien; seguro y amado. No es posible imaginar
ni describir el amor que llegaba hasta mí. Era agradable estar con otra persona.
Y tenía también el sentido del humor”. (Obra citada, págs. 75 y 76).
Hasta aquí el Dr. Moody, quien sabemos que finalmente se retractó de sus
afirmaciones, pero la creencia aún subsiste, muchos lectores de su libro no se
enteraron de su retractación y continúan creyendo; su farsa es sostenida por los
autores pseudocientíficos y se continúa embaucando a la gente.
Existen muchos más casos relatados en el libro del susodicho, pero con lo
citado es suficiente. ¿Existe vida más allá de la muerte? O más bien, ¿existe
el alma que abandona el cuerpo –a veces momentáneamente como en los casos
descritos- para contemplarlo desde “arriba” sin necesidad de ojos?
Desde ya que, según mi concepción del mundo (como filósofo basado en la
ciencia experimental) explicada claramente en mi obra capital: La esencia del
universo, no existe ni siquiera espíritu alguno, por lo tanto, menos aún
puede existir alguna forma de vida una vez acaecida la muerte.
En principio los pacientes cuyos informes relata Moody jamás han estado
muertos. ¡Ni uno solo de ellos!
Han sido casos de muerte aparente.
Estuvieron cerca, eso sí, pero ninguno de ellos transpuso el umbral. En
casos de accidente grave o de ataque cardíaco, el corazón puede permanecer en
estado de fibrilación (producción de numerosísimas sacudidas por minuto del
músculo cardíaco) de modo que la afluencia de sangre al cerebro es suficiente
para impedir la destrucción del tejido de ese órgano.
En realidad la muerte se produce por daño cerebral y esas personas
“resucitadas” del libro de Moody y otros, no lo tuvieron, por tanto no
“volvieron de la muerte”.
En cuanto a los acontecimientos que con mayor frecuencia han sido
descriptos por los interlocutores de los charlatanes, corroboran este aserto y
se explican muy bien:
1) El sujeto oye cuando el personal médico lo declara muerto. Un
muerto, no tiene ya oídos para oír.
2) Tiene sensaciones, como la impresión de estar atravesando un largo
túnel oscuro. Esto es fantasía de la mente “aún viva”, aún activa que toma
conciencia de que su vida se está yendo, pero no traspuso aún el umbral hacia la
muerte.
3) En cuanto a la aparición de un “ser de luz”, este no es otro que
Jesucristo, personaje mítico de la religión cristiana, del cual se le ha hablado
al paciente desde su niñez, pues el Dr. Moody ha trabajado enclavado en una
sociedad cristiana y son cristianas las personas que le facilitaron sus relatos.
Es más, él también se declara cristiano en la introducción a su libro, pues dice
ser miembro de la iglesia metodista. De modo que lo más probable es que, aun
inconscientemente, haya tratado de demostrar en su libro que la religión
cristiana es la verdadera entre otras múltiples y la supervivencia del alma una
realidad palpable. Además, hay un detalle que corrobora lo expresado por mí:
cuando Moody escribe el informe de otra persona que “había muerto”, ésta dice:
“Trataba de de llegar a esa luz, pues sentía que era Cristo… Inmediatamente
conecté la luz con Cristo quien dijo cierta vez: ‘Yo soy la luz del mundo’ ”.
Habría que situar al respecto, a nuestro investigador y otros, en otro
ámbito religioso alejado de los EE.UU. y del occidente cristiano en pleno, en la
India, la China o el Japón, por ejemplo, entre otros pueblos “irredentos”, para
conocer si allí los “muertos resucitados” también se topan con la susodicha
“luz”.
Como acotación al margen, podemos sugerir que lo que induce al paciente
a creer ver una luz brillante intensa confundida con un “ser de luz”, también
puede ser el foco del quirófano que emplean los médicos para sus operaciones,
pues la mayor parte de los informantes se hallaban sobre la mesa de
operaciones. “La luz me daba calor y me invadió una cálida sensación”, señala un
paciente en su relato durante una intervención quirúrgica según nuestro doctor
Moody, esto es que el foco del quirófano le daba calor.
Pero el disparate mayúsculo se revela cuando el “resucitado” dice que: “la
luz hablaba sonoramente”, y en otro caso “ella interrogaba, la
luz respondía”.
¿Cómo se las arreglaban estos dos “espíritus” para hacer vibrar las
moléculas del aire? (puesto que el sonido es vibración del aire) ¡Es un
misterio! ¿Tenían acaso cuerdas vocales de naturaleza espiritual por donde
pasaba el aire desde unos pulmones espirituales para hacer vibrar dichas
cuerdas? ¿Poseían ambos, oídos espirituales con sus correspondientes órganos
como pabellones auriculares, yunque, martillo, estribo, caracol, membrana
timpánica, etc., para captar las vibraciones de la materia, o… quizás se
comunicaban mediante ondas hertzianas haciendo de receptores de radio?
Como ven amigos lectores, todo es falsedad, engaño de pésima calidad, pues
se olvidan tanto relator, como compilador, que se hallan hablando de un mundo
espiritual, invisible, imponderable, con actores que se comportan
paradójicamente como seres materiales. Distinto hubiese sido si las
comunicaciones se realizaran telepáticamente, de un ser a otro, sin voces
sonoras, pero aun así la cosa no dejaría de constituir una ridícula e irreal
pantomima.
Todo lo demás, como el sentimiento de acogida por parte de los espíritus de
sus familiares y amigos, no es sino algo parecido al trance onírico. Las
personas debilitadas por un prolongado ayuno o alguna enfermedad grave, por
ejemplo, se tornan proclives a las fantasías y pueden ser víctimas de
alucinaciones. Lo mismo entonces para un cerebro con escasa irrigación sanguínea
durante el trance de muerte aparente.
En algunos casos se trata real y simplemente de un sueño recordado, como el
caso de la paciente “muerta” que flotando en forma de espíritu cerca del techo
“oye y ve” todo lo que hacen con su cuerpo yacente en la cama y lo que ocurre a
su alrededor, relatado con todo lujo de detalles al principio de esta nota como
si poseyera todos sus sentidos.
Dentro de estas fantasías y sueños entra si duda la sensación de
levitación, el flotar en el aire y observar sin ojos (detalle que lo invalida
todo, pues ¿cómo un ser viviente podría ver sin globo ocular, pupila, retina,
etc., su propio cuerpo yacente, muerto? Estos fenómenos y el sueño poseen la
misma base cerebral.
Podemos mencionar aquí el caso de Manuel Swedenborg, teósofo sueco
(1688-1772), fundador de la denominada Iglesia de Nueva Jerusalén. Swedemborg se
doctoró en filosofía, y en 1743 aseveró que se hallaba en contacto con el mundo
espiritual del más allá donde ángeles buenos y demonios obran sobre nosotros.
Tuvo sus prosélitos en especial en los Estados Unidos e Inglaterra.
Según sus experiencias, cuenta que “pasó por un estado de insensibilidad de
los sentidos corporales, casi por el estado de muerte, mientras que la vida de
pensamiento interior seguía entera, por lo que percibió y retuvo en la memoria
las cosas que ocurrieron y lo que ocurre a los que han resucitado Principalmente
se percibe –dice- como un tirón de la mente, un arrastre que saca el espíritu
fuera del cuerpo”.
En su encuentro con los ángeles durante la experiencia dice que ellos “le
preguntaron si su pensamiento era el de aquellos que mueren y que se preguntan
sobre la vida eterna”.
También explicó que los espíritus conversan entre sí mediante un lenguaje
universal que solo puede conocer el hombre una vez muerto. También que el
hombre, tras la muerte, desea saber lo que es el cielo y el infierno, y
comprobar que los espíritus poseen sensaciones, pensamientos y percepciones y
cerciorarse de que un muerto puede encontrarse con otros espíritus, los que
conoció en vida.
El caso Swedenborg evidentemente se puede explicar de tres modos: uno,
que fue víctima de sus propias ensoñaciones tomadas por realidades. Dos, que
haya padecido algún proceso patológico mental con alucinaciones. Tres, que
haya creado todo mediante su fantasía para engañar –sin duda con buenas
intenciones- a lo que hasta el día de hoy se sostiene en los Estados Unidos.
Lo cierto es, y vuelvo a repetir, que nadie jamás pudo volver de la muerte,
de la auténtica muerte con destrucción de tejido cerebral por falta de
irrigación sanguínea. Los que piensan en ello son los que dan por sentado la
existencia del alma inmortal como otra sustancia aparte de la materia, que se
encuentra aferrada al cuerpo, como clavada en él, a la que “cuesta salir”,
desligarse, arrancarse del organismo en agonía, pero que lo logra finalmente en
la muerte, según se cree. (Esto puede tener su similitud en el proceso del
parto). Esta es la idea central defendida que se trata de demostrar a toda
costa, tomando las ensoñaciones, los delirios y falsas visiones elaboradas por
el cerebro debilitado de un moribundo –que luego se recupera- como pruebas de la
existencia del alma inmortal.
Lo que resulta difícil de arrancar no es entonces el alma que no existe,
sino extirpar de la mente del creyente la creencia en lo espiritual que ha sido
inculcada en la niñez, estampada como una impronta en los primeros años de uso
de razón.
Por otra parte, también los parapsicólogos han dedicado su atención al
fenómeno de la creencia en el alma inmortal Y es natural que así sea, ya que,
como lo he expresado en otro artículo, la parapsicología tiene en cierto modo
sus raíces en el espiritismo, o al menos nació como una inquietud para explicar
los fenómenos de que hablaban los espiritistas. Sus sostenedores dicen haber
hallado que los fenómenos mediúmnicos eran manifestaciones del psiquismo humano
de los vivos y no del “más allá”.
Podemos utilizar ahora, como elemento de discusión, el libro de Alain Sotto
y Varinia Oberto, titulado Más allá de la muerte, (Madrid, Edaf, 1984),
para analizar detalles del “más allá” a la luz de la parapsicología.
Allí por ejemplo se dice: “La realidad de una supervivencia quedaría
demostrada, según algunos, por las visiones de la exteriorización de algo vital,
fuera del organismo, en el momento de la muerte. Una especie de nebulosa sale
del cuerpo por la cabeza –los sensitivos hablan de ‘espirales de energía’-,
luego se condensa y tomando forma corporal flota horizontalmente a unos
cincuenta centímetros por encima del cadáver. Ese halo se describe con
frecuencia como el doble astral aún unido al moribundo por el cordón fluídico”.
(Obra citada, pág. 65).
Esto en base a supuestas observaciones objetivas. Luego se menciona al
parapsicólogo Hornell Hart, quien dice haber estudiado cuidadosamente ciento
cuatro casos de apariciones en el momento de la muerte o pocas horas después.
Las descripciones en su totalidad se refieren a las características de la
realidad como ropas habituales, objetos personales, etc. (A propósito de esto,
pregunto: ¿los espíritus deben aparecer vestidos para no ofender el pudor de los
circunstantes? ¿No es esto pueril? ¿No se nos está indicando –en contraposición
con la antropología que nos dice que el pudor es algo adquirido y no una
condición de la naturaleza humana- que se está trasladando al terreno de
ultratumba tan sólo una costumbre, un prejuicio religioso, algo folklórico?) (Un
ejemplo lo tenemos en los indios amazónicos que he tenido oportunidad de
visitar, quienes andan solo con un taparrabos).
Más adelante los autores hablan de “la exteriorización de la conciencia”, y
se plantean la cuestión: “si la conciencia posee la facultad de ser
independiente del cuerpo ¿por qué no imaginar que pueda operar una separación
definitiva en el momento de la muerte, abandonando la envoltura material a su
descomposición?”.
Luego dicen que: “El desdoblamiento puede producirse después de la
absorción de una droga o tras una anestesia. Así es como muchas de las
manifestaciones fueron referidas por personas sometidas a intervenciones
quirúrgicas. Los accidentes graves, todos los estados límites y próximos a la
muerte son a veces responsables de una salida ocasional del alma del cuerpo. El
ayuno, el sueño, la meditación, el relajamiento y los estados hipnóticos también
son citados como factores que predisponen al desdoblamiento”. (Obra citada, pág.
79).
Aquí se halla bien clara la cuestión, pues vemos con transparencia que son
las elaboraciones cerebrales en estados especiales las que son tomadas como
“fugas del espíritu morador que deja el cuerpo inanimado”.
Esto ya lo interpretaban así los primitivos citados en los libros de
antropología de la primera mitad del siglo pasado. Mucho del mundo de los
espíritus y la supervivencia del alma es explicado por los sueños programados
como posibles en el ADN, es decir en los genes. Allí, en el mundo onírico se
hallan los espíritus que “vagan” fuera de lo material.
Así, en su notable estudio, el etnólogo Edward Tylor vio el origen del
animismo y las religiones en los fenómenos de los sueños. Los sueños son para él
una forma de alucinación, una experiencia ilusoria. Esto explica la
universalidad de las creencias en almas de los muertos que vagan por la tierra
asustando a los crédulos, ensueños que son utilizados por los pseudocientíficos
para obtener ganancias a costa de los incautos vendiendo libritos sobre el tema.
Ladislao Vadas