Cual epidemia, las formas que representan a los seres sagrados comienzan a aparecer como imágenes en un lugar para propagarse por otras partes, naturalmente pobladas de cristianos si es que de vírgenes, Cristos o santos católicos se trata. No así en la India, China, Japón, el mundo islámico y otros ámbitos del orbe no cristianos.
El profesor de parapsicología de la Universidad John F. Kennedy de Orinda, California, D. Scott Rogo, en su libro El enigma de los milagros (Barcelona, Martínez Roca, 1988), relata un caso que conmovió a Italia en el año 1953, entre otros más, de “Vírgenes que lloraban por todo el país”.
En Siracusa vivía un matrimonio siciliano que poseía en su casa una estatua de la Virgen María hecha de yeso cubierto con laca, de unos cuarenta centímetros de altura. La estatua estaba clavada en la pared, sobre la cama. Un día la mujer Antonieta Janusso que era histérica, comenzó a gritar al ver que en los ojos de la estatua se formaban lágrimas que resbalaban para caer en el lecho.
A partir de ahí, muchas otras personas dicen haber visto llorar a la Virgen. Varias de ellas trataron de secarle las lágrimas, pero éstas continuaron formándose.
Al poco tiempo, se conglomeró una verdadera multitud y los periódicos publicaron el “milagroso” acontecimiento.
El periódico de Sicilia, por ejemplo, como se hace siempre en estos casos para incrementar las ventas, publicó lo siguiente: “Toda Siracusa ha visto llorar a la Virgen. La ciudad entera vibra bajo el impacto desde este desconcertante acontecimiento... Una cosa queda más allá de toda disputa: las lágrimas manan de los ojos de la Madonna... y el milagro... ha sido confirmado por miles y miles de personas...” (Obra citada, pág. 116 y sigs.).
¡Claro! Pueden ser hasta millones las personas que observen un líquido que cae de una estatua, pero esto no significa que lo que están contemplando sea un milagro.
¿Explicación? No la puedo dar con certeza porque no he estado allí, dónde a todas luces estuvo ausente una investigación inteligente por parte de alguna persona ajena al ambiente supersticioso del lugar.
Una explicación tentativa la puedo ofrecer del siguiente modo: La estatua era de yeso que es un material poroso, recubierta de laca que es impermeable. La observación del rincón interno del ojo de la misma se hizo con una lupa. ¿Es suficiente para comprobar si había poros en la capa de pintura? Si el terminado de la pieza no era perfecto, es probable que las cuencas de los ojos no estuvieran bien barnizadas. Pudo darse el caso de que la estatua haya sido impregnada con agua durante algún lavado. Una vez colocada nuevamente en su lugar, comenzó a rezumar agua del yeso empapado por los huecos de los ojos donde la cobertura del barniz era imperfecta.
Otra posibilidad es la condensación de la humedad del aire en la superficie de cristal negro como se dijo que también estaba recubierta, como ocurre con la superficie de una botella extraída de una heladera o en las paredes impermeables de una habitación en tiempo húmedo. También pudo haber una filtración de humedad en la pared donde estaba colgada la estatua que absorbió agua hasta empaparse y rezumó por los ojos.
Incluso los fabricantes de la estatua estuvieron envueltos en la polémica, pero allí, en Siracusa se erigió una capilla donde aún se venera la imagen. La Iglesia reconoció el milagro.
Estoy seguro de que un fabricante de estatuas, empleando ciertas técnicas especiales, puede producir miles de vírgenes que lloran del modo más natural del mundo.
También en la Argentina se produjo un caso similar, registrado por un canal de televisión capitalino.
Ocurrió en la localidad de Solano (Gran Buenos Aires) donde en una humilde casita, lloró una estatuita que representaba a la Virgen de María Rosa Mística de Monte Chiaro, Italia. Pero la Virgen de Solano lloró lágrimas de sangre y el lugar se convirtió en un centro de peregrinación.
¿Sangre? Por supuesto que, si las pinturas que utilizan los fabricantes de estatuitas son al agua, es natural que por la humedad (la casita era de construcción precaria, fue en invierno cuando ocurrió el “milagro” entre el l2 y el 25 de julio de 1988, y la ciudad de Buenos Aires y sus aledaños corresponden a una zona húmeda), se diluya y comience a escurrirse, y si el pigmento es rojo, es natural que parezca sangre. (Véase al respecto: Héctor Ruiz Núñez: La cara oculta de la Iglesia, Buenos Aires, Ed. La Urraca, 1990, cap. IV).
Lo mismo ha ocurrido con cuadros de distintos motivos colgados en las paredes que, de pronto comenzaron a “sangrar”.
Un cuadro que medía 110 x 75 cm. y mostraba a la Virgen con el niño Jesús en brazos, colgado sobre una cama de la familia Cordiano, de Maropati, Italia, comenzó a rezumar sangre el 3 de enero de 1971 (invierno europeo). Aunque en este caso pudo haber habido fraude, pues se dice que el líquido analizado era verdaderamente sangre que surgía de los ojos de la Virgen y de su corazón, manos y pies de los dos santos arrodillados al lado de la Virgen.
Es evidente que alguien hizo que esto ocurriera, si no fue por causa de la humedad.
Los milagros en general, han sido rebatidos por la ciencia, y una prueba palmaria de que no pueden existir, es que en ningún laboratorio físico, químico o biológico del mundo, jamás de los jamases científico alguno ha sido sorprendido por uno de ellos.
La pista para certificar su inexistencia la tenemos en el hecho de que los supuestos prodigios siempre “ocurren” entre gente ignara, nunca ante un experimentador serio. Ni astrónomos, ni geógrafos, ni físicos, ni químicos, ni biólogos... nunca nos hablan de hechos o existencias milagrosas. Estas cosas solo las hallamos en la mitología, en las pseudociencias y en el ámbito de la charlatanería, que pululan por todo el orbe desde el pasado más remoto hasta el presente.
Es un pingüe negocio el sorprender a la gente que desconoce el método científico experimental para desmitificar antiguas creencias. El abuso es evidente. Así es como padres y abuelos con conocimientos, nos vemos en la obligación de corregir a nuestros niños que nos vienen con cuentos fabulosos aparentemente certificados por ciertos “hombres de ciencia” (más bien charlatanes). Y no sólo esto, también hay adultos con mentalidad de niños capaces de aceptar, de buenas a primeras, cualquier fruto de la charlatanería o disparate. No son culpables, desde luego, sino víctimas de los abusadores de la ignorancia de los demás y... los medios, por desgracia, colaboran en difundir supuestos “hechos extraordinarios inexplicables para la ciencia”, con el fin de impactar en el público y obtener buenas ventas de revistas, diarios y libritos sensacionalista.
Ladislao Vadas