Es notable el desorden intelectual de la
clase dirigente argentina. Desde que comenzó el pico máximo de la crisis
financiera internacional, el latiguillo oficial sonaba con insistencia y
retumbaba por doquier: "La crisis no afectará a la Argentina porque el modelo
está sólido", vociferaba el coro oficialista.
Anteayer, la Presidenta tuvo que poner paños fríos a la
euforia oficial y admitió que la crisis afectará y mucho a la actividad
económica y al empleo.
El potencial enfriamiento de la economía conspira contra
cualquier intento de demostrar la bondades del modelo y frente a un escenario de
aumento de la paridad cambiaria, las mayores probabilidades se las lleva un
pronóstico de la llamada "estanflación".
¿Quién se atreve a bajar los precios, por más caída de
actividad que haya, ante un escenario de devaluación? Seguramente, la
economía argentina entrará en un fase recesiva, tal vez en el primer trimestre
del año próximo combinado con una suba de precios que parece no tener fin.
El proceso de dolarización de carteras es una devaluación
embrionaria, propiciada por el propio gobierno con el objetivo de licuar el
gasto público y los costos de producción privadas. En otros términos, se trata
de una devaluación compensada con el objeto de recuperar caja con fines
proselitistas. De allí que no resulte sospechoso el silencio cómplice del
sindicalismo, aliado del gobierno, respecto de una eventual ayuda salarial antes
de fin de año. Es curioso, cuando Hugo Moyano debiera salir a defender los
haberes de los trabajadores, el líder de la CGT opta por avalar la devaluación y
el deterioro del poder de compra de los salarios. ¿Qué habrá detrás de semejante
claudicación? El despertar del gobierno frente a la crisis —siempre llega
tarde—, deja al desnudo la ausencia de un plan "B" y lo que es peor aún, coloca
a la economía en su conjunto en una posición de indefensión absoluta. La
impronta del blanqueo de capitales suena como un cuento de hadas, en un país con
la historia financiera de la Argentina y en medio de la crisis de los mercados.
¿Cómo enfrentar los efectos comerciales derivados de la
crisis? ¿Cómo se va a frenar la avalancha de importaciones que llegarán a estas
playas a precios de liquidación, ante el desequilibrio de la paridad cambiaria?
Ya no se puede echar mano al fácil expediente devaluatorio. Devaluación es
sinónimo de más pobreza. La crisis golpea por doquier. Se pensaba en
reemplazar ajustes de tarifas por subsidios, para aumentar el saldo fiscal y
disminuir las necesidades de financiamiento, pero habrá que desecharlos porque
impactarán negativamente en el nivel de actividad. Lo dicho anteriormente para
los salarios, producirá un efecto similar. Se buscaba un canje de deuda para
bajar la exposición financiera, pero el derrumbe de los papeles soberanos deja
sin chances a esa operación. Dicho en términos más simples, con el riesgo
país en 1.300 puntos básicos y el costo del seguro por un eventual default
en el 20 por ciento, la crisis sacó de la cancha a la Argentina.
La caja se verá resentida no sólo por la crisis sino también
por los magros rindes de la próxima cosecha. Sea por la persistente sequía o por
los efectos del conflicto con los productores rurales, los ingresos vía
retenciones caerán de manera formidable. Con la crisis financiera y el campo en
retirada la actividad del interior va camino a la parálisis, lo cual implica
menores ingresos fiscales y un severo problema social.
En las condiciones en que está la economía argentina, frente
a la crisis, cualquier medida que se tome tendrá un costo social enorme. Pero
este costo no sería tal, si el gobierno hubiera obrado con prudencia, previsión
y pericia cuando la bonanza del boom de los commodities le inundó
de dólares las arcas fiscales y hubiese constituido un fondo anticíclico. La
imprudencia, la imprevisión y la impericia fueron la marca, el despilfarro y el
endeudamiento fue la vía elegida para agravar las condiciones actuales.
Miguel Ángel Rouco