El homenaje por los 25 años del retorno a
la democracia resultó ser un triste espejo de la dirigencia política argentina,
llámese oficialista u opositora, que gobierna el país desde los oscuros años de
la última dictadura militar.
El radicalismo —junto a Elisa Carrió, Ricardo López Murphy y
Julio Cobos— en el Luna Park y Néstor Kirchner en Florencio Varela,
dejaron constancia de que la dirigencia política argentina ni siquiera puede
dejar de lado sus miserias para reunirse, bajo un mismo techo, en el festejo
por nada menos que un cuarto de siglo de democracia. Pese a estar en la Cumbre
Iberoamericana, tampoco hizo nada para cambiar esta situación la presidenta,
Cristina Fernández.
Los radicales decidieron "juntarse" en el Luna Park, e
invitaron a ex radicales como Carrió, López Murphy y Cobos, mas con el afán de
revivir viejas épocas en las que todos estaban en un mismo partido que por
construir una coherencia política nacional detrás de la democracia. Por eso, a
nadie se le ocurrió invitar a los Kirchner o a Mauricio Macri, como referentes
de fuerzas que piensan distinto.
Incluso, dirigentes como Carrió se preocuparon por aclarar
que estaban allí por "el corazón" y por Alfonsín, ni siquiera por la democracia.
Mientras otros destacaban que nadie quiso invitar a Cobos, por ser el vice,
aunque disidente, de los Kirchner.
El peronismo, por su lado, prefirió organizar un acto en
Florencio Varela con Kirchner, que no sumó nada ni a la democracia ni a la
situación política actual. Pareciera que todavía para un sector del PJ, el 30 de
octubre de 1983 es sólo un día negro, por haber perdido las elecciones con
Alfonsín. Así lo recordó Kirchner sen su discurso ¿La democracia, ¿bien,
gracias? Seguramente, algún argentino, entresueños, imaginó un acto solemne, con
la participación de todos los presidentes desde el '83 a esta parte como Raúl
Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.
¿O acaso Menem y De la Rúa no fueron elegidos democráticamente? Allí estarían
todos con el único objetivo de vanagloriar la democracia, rechazar cualquier
gobierno de facto y comprometerse a construir un país mejor.
Sin embargo, primó sobre los políticos vernáculos el objetivo
de mostrarse distintos, dueños de la verdad y en lo posible temibles, casi
aferrándose como única norma a las sugerencias de Nicolás Maquiavelo en "El
Príncipe", cinco siglos atrás.
Basta mirar hacia ambos lados, Chile o Uruguay, y observar la
convivencia democrática de su dirigencia, que llevan a esos países a contar,
incluso, con políticas de Estado. Nadie habla de que no defiendan
apasionadamente sus propuestas, que se diferencien e incluso que utilicen
recursos críticos hacia el otro. Pero bajo un manto de respeto y de la
premisa de que todos pertenecen y quieren lo mejor para una misma nación.
¿Son los políticos emergentes sociales? Sí. Pero también es
responsabilidad de la sociedad, no sólo cada cuatro años y a través del voto,
fortalecer el sistema democrático exigiendo a la dirigencia que no sólo mire su
ombligo sino que aúne esfuerzos para sentar los pilares de un modelo de nación
que no sea destruido cada vez que asume un nuevo presidente.
Parece que es demasiado pedir.
Walter Schmidt