A estas alturas, el daño institucional es
una sutileza. El daño económico aparece circunscripto sobre una minoría
desamparada de aportantes al sistema previsional. El daño moral se convirtió en
una utopía. Lo que ha producido la estatización de los ahorros previsionales
es un daño mayor de consecuencias incalculables para la sociedad y para las
próximas generaciones.
Se trata del daño cultural contra toda la nación. Lo que ha
producido la administración Kirchner en poco tiempo con la estatización de los
ahorros de millones de trabajadores y sus secuelas sobre el mercado financiero,
es una devastación de la cultura del ahorro. En otros términos, con esta
confiscación de la propiedad privada, se consuma la destrucción del ahorro en el
país. Se instala la cultura de la imprevisión como norma, la cultura de la
inestabilidad permanente y del sálvese quien pueda. La confiscación de los
ahorros y su consecuente destrucción vía gasto público ineficiente, corrupción y
clientelismo, condena a las futuras generaciones, a vivir en un país sin
previsión, sin proyecciones y, en definitiva, sin destino.
Pero el accionar oficial miope ha desatado una ola de
liquidación de activos domésticos que ha llevado el precio de esos bienes a
valores irrisorios.
En otras palabras, y sin el rigorismo formal de la
cesación de pagos, el precio de los bonos argentinos se encuentra en niveles
similares a los de un default. Y esto lo ha logrado la administración
Kirchner con esfuerzo y con esmero. Ha sido una tarea titánica y un registro
nunca alcanzado. Ningún gobierno en tan poco tiempo ha logrado destruir y
generar tanto daño como la actual administración. En menos de diez años, el
oficialismo ha llevado al país a dos quiebras. Sin embargo, si alguien pensó que
no se puede caer más en la debacle argentina, se equivoca. En medio de una
crisis financiera internacional global y con la perspectiva de una recesión en
todo el planeta, la administración Kirchner se encamina a un nuevo precipicio.
El agobio que sufre la estructura económica y que se
refleja ya en suspensiones, cierres y despidos es la antesala de una nueva usina
de conflictos.
La señal es inconfundiblemente anti-invesión. El que
ahorra, pierdeEn este contexto, ¿cómo se van a generar más puestos de trabajo?
¿cómo se saca de la pobreza a millones de habitantes? ¿cuál es el futuro para
millones de jóvenes? El sistema de capitalización no sólo buscó aumentar los
ahorros de millones de personas, en previsión de su vejez, sino que permitió que
el propio Estado financiara su endeudamiento, dinamizó el consumo al financiar
los fideicomisos de tarjetas y permitió a las empresas obtener financiamiento
mediante la adquisición de acciones y obligaciones negociables. En definitiva,
el sistema de capitalización fue el agente financiero más importante del mercado
de capitales argentino y fue el soporte financiero del crecimiento económico del
que tanto se ufana la administración Kirchner.
Con todos los mercados internacionales cerrados, la
destrucción del sistema de capitalización significa lisa y llanamente, condenar
a la sociedad argentina a vivir sin crédito y sin financiamiento durante años y
condenar a los futuros jubilados a engrosar una clase pasiva de características
de subsistencia cuando por definición el sector pasivo debiera ser de alto
consumo como ocurre en los países más desarrollados.
"El ahorro es la base de la fortuna". La frase se replica en
la memoria de millones de argentinos que alguna vez supieron alcanzar alguna
realización sobre el soporte del ahorro. Está claro que el proyecto actual busca
que millones de argentinos estén condenados a la miseria, para sentar las bases
del clientelismo, el germen del Proyecto Villa Miseria que encarna y pretende
cristalizar el oficialismo. Aun cuando la ley se apruebe con supuestas
intangibilidades —de hecho la ley del sistema de capitalización consagra la
intangibilidad e inembargabilidad de los fondos—, terminará siendo sólo una
normativa de contenido ilegítimo porque se habrán afectado los derechos de
propiedad protegidos por la Constitución Nacional. Si la ley es ilegítima, es,
necesariamente, ilegal e injusta. "La ley injusta no obliga en conciencia a su
cumplimiento. La ley injusta no es propiamente ley. La ley sólo es justa, en
razón de su fin, cuando se ordena al bien común; en razón de su autor, cuando no
sobrepasa las atribuciones del legislador; en razón de su forma, cuando
establece cargas proporcionales entre los súbditos. La ley es injusta si su fin
es contrario al bien común; si hay exceso de potestad por parte del legislador,
o si la distribución de las cargas que impone la norma es desigual. Sin estas
condiciones, la ley es violencia tiránica y debe ser resistida". Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologiae; I,-2, q.96
Miguel Angel Rouco