La sensación de inseguridad en el hombre,
nacida en una mentalidad superior en materia de cultura, librada a los eventos
implacables, puede ser comparable a la desesperación del náufrago que carece
de esperanza de salvarse en alta mar. El espanto ante la muerte inminente, hace
que invada el ansia por asirse
a algo en realidad inexistente. Pero por más que bracee, manotee, grite
y busque apoyo, la blanda sustancia que es el agua, le va a estar indicando a
cada instante que se halla perdido sin posibilidad de asirse a nada.
La sensación de inseguridad por sí sola
debe ser aniquilante para una psique consciente que carece de medios de evasión
de la realidad que le atribula. Es como la desesperación del canceroso que no
tiene cura o del inocente que va a ser irremisiblemente ajusticiado por error.
La muerte de los padres, de un hermano, de
un hijo... son dolores tan grandes que una mente rodeada de inseguridad no puede
soportar, más cuando carece de una explicación racional sobre esos desenlaces.
La mayor lucidez para discernir en su magnitud los hechos (magnificados por
razones de supervivencia), sumada a la ignorancia acerca de las causas, presenta
el cariz de un choque conflictivo, de un absurdo que no puede persistir como tal
ante los ojos de la razón. Se hace, por lo tanto, imprescindible otra cosa,
cierta salida, alguna evasión.
El oscuro cerebro de un animal (comparado
con el hombre), sufre también la pérdida de su compañero, pero... pronto
olvida, y la sensación de inseguridad que pudo haber experimentado en ese
momento es fugaz comparada con un animal en proceso avanzado de “hominización”
(transformación del animal en hombre, según la confirmada teoría de la
evolución de las especies), con capacidad de retener hechos luctuosos que
pueden retornar mentalmente en todo momento con su carga de desasosiego.
La inseguridad sumada a la ignorancia
acerca de las causas de los sinsabores, sólo puede generar un escape violento a
la cruel realidad, una evasión drástica consistente en la autodestrucción que
cortaría la propagación del ser inteligente y consciente de los peligros que
acechan desde las sombras.
Mundo físico circundante y psiquismo lúcido,
son ambas cosas incompatibles, porque cuando ese mundo físico incide
punzantemente sobre la psique provocándole sufrimiento, cuya causa, en este
caso, es la sinrazón, es como arrebatar a un bebé a una madre para hacerlo
trizas contra el suelo en su presencia, sin explicación alguna. (Recordemos
entre los occidentales impregnados de cristianismo, los pasajes bíblicos de la degollación de los
inocentes, como preludio de “la venida del ‘Salvador’ del mundo
entero, de Polo a Polo”).
El desconcierto y la sinrazón rayanos en
la locura completa, harían, presas de esa víctima azorada.
Es que, el mundo físico ajeno a la psique,
¡es una verdadera locura!, donde si bien los hechos se infieren unos de otros y
se establecen ciclos transitorios, si se toma en cuenta el conjunto del accionar
universal se llega a la conclusión de: ¡la sinrazón de todo!
Ciertas cosas que sobreviven, como el bioma
terrestre asentado en su biosfera, si lo atisbamos desde los lejanos evos cósmicos
en lo relativo al tiempo y desde la inmensidad
en lo relativo a la extensión con proyección hacia el futuro, concluiremos en
que se trata de un episodio, además de fortuito, también perecedero, que no
dejará rastros tras de sí una vez que el proceso universal haya envuelto a
nuestra querida por unos (y malquerida por otros) Tierra con todos sus seres
vivientes, para transformar todo eso en otra cosa, en otros procesos tan sin
sentido como la vida misma para el Cosmos (que yo denomino a mi manera:
Anticosmos, sinónimo de antiorden).
Si de este panorama de sinrazón, el
psiquismo no puede extraer nada lógico, coherente, que le brinde una seguridad
existencial, entonces no puede haber una compatibilidad. La muerte prematura de
un hijo es un hecho inexplicable para una madre que posee un tremendo amor por
él por razones de supervivencia. El ver enfermar gravemente a un semejante y
comprobar luego cómo indefectiblemente su organismo marcha hacia el deceso, es
otro hecho físico desconcertante para una mente virgen en materia de
conocimientos.
Luego, la consecuente inseguridad
existencial tiene que aparecer como destructiva, de manera que ningún psiquismo
elevado, fruto de una transformación evolutiva como la acaecida en el planeta
Tierra puede soportarla.
Aún hoy día, la sensación de inseguridad
genera estados patológicos denominados neurosis. Con mayor intensidad en los
tiempos primitivos incluso habrá generado el enervamiento de la voluntad de
vivir.
De hecho todas aquellas ramas de homínidos
del pasado que apuntaban hacia una mayor lucidez mental, librados sin más a las
incidencias del mundo físico exterior a la mente, se han extinguido.
Aquí retorna sobre el tapete el mecanismo
genético con sus mutaciones constantes, la mayoría al tuntún.
Algunos de los mutantes entre los
individuos que componían el proceso de hominización en el pasado, adquirieron
la facultad necesaria para evadirse de la realidad desnuda, sin necesidad de
llegar al suicidio; así nació la fantasía como una elaboración mental. Estos
individuos, por lógica razón, quedaron solos, porque el resto ya estaba
extinguido y al poder transmitir esa nueva función psíquica a la descendencia,
por hallarse incorporada a la dote genética heredable, proliferaron provistas
de un nuevo factor de supervivencia en que se convirtió la facultad de
fantasear.
Allí comenzó la elaboración de un mundo
nuevo, un mundo mágico donde era posible lo físicamente exterior imposible: el
mal se podría transformar en bien por obra de ciertos poderes ocultos; la
muerte en una transición hacia otra vida; la enfermedad fatal dejar de ser
temible por incidencia de entes imaginarios capaces de torcer el futuro y
proteger al individuo sano de sufrir igual trance.
Esta transición del animal de psique
oscura, hacia la luz de la conciencia provista de fantasía, fue un paso que
visto únicamente como rama filogenética hominizante positiva, habrá ocurrido
sin solución de continuidad, pero que apreciada en su verdadero marco filogenético
“arbóreo”, es decir con indefinidas ramificaciones, constituyó un
despliegue de formas síquicas destinadas en su casi totalidad al fracaso, a la
extinción. Pero ese casi, es el que
fantaseando... fantaseando, continuó adelante hasta nuestros días.
Es necesario romper los esquemas biológicos
tradicionales y representar a la filogenia no sólo en cuanto toca a
morfologías,
sino que también es necesario considerar al psiquismo. Así sería dable
construir un árbol filogenético psíquico que mostraría las transformaciones
truncas junto a la rama exitosa que logró aunar inteligencia, conciencia, y
fantasía, entre otras funciones psíquicas de supervivencia.
Mediante la facultad de fantasear, cada
individuo podía elaborarse su propio mundo desconectado de la realidad. Más
tarde, por tradición, se podían
acumular visiones fantásticas del mundo transmitidas oralmente a la
descendencia, cuando los homínidos
ya hubieron adquirido la facultad de poder comunicase más claramente de esta
manera.
Así como el beodo o el adicto a los
estupefacientes tratan de huir de la, a veces, cruel realidad que les atormenta,
para sumirse en un falso y efímero “mundo mejor”, de euforia y de
alucinaciones, el primitivo homínido forjó con su mente una versión de mundo
más segura.
También el individuo que posee una
personalidad esquizoide o paranoica, suele sumergirse en la locura si el
ambiente en que vive se le torna insoportable. De esta manera, puede escapar a
la realidad como lo atestiguan los psiquiatras que tratan estos casos. Una vez
desconectado del mundo insoportable, que ellos perciben a través de su
enfermedad, viven enajenados en su locura.
Pero al primitivo homínido le ha ocurrido
a la inversa. Para él la verdadera locura era el mundo físico exterior que se
manifestaba hostil, sin motivo ni lógica alguna y en el cual fue sumiéndose
con su gradual incremento de lucidez mental. La sinrazón le golpeaba
injustamente, sin explicaciones; entonces algunas formas psíquicas del árbol
psicogenético alcanzaron a evadirse de ese mundo de locura para lograr una
explicación fantástica de los hechos y cosas, además de relacionar hechos
inconexos en la realidad.
Mediante la asociación de hechos, lograron
una comprensión fantástica del mundo e incluso hallaron justicia en los hechos
nefastos. Entonces el deceso de un niño por causa de una enfermedad grave,
fatal, o por la picadura de un animal ponzoñoso, se interpretaba como un
castigo por alguna acción réproba anterior ejecutada por sus ascendientes y de
esta manera fue posible lograr una explicación de lo antes absurdo.
El mismo mecanismo de supervivencia, cuando
se considera un organismo en particular, cuyos tejidos orgánicos se sobreponen
a cada instante ante la posibilidad de una caída en la extinción del
individuo, lo vemos actuar repetido
en el mundo psíquico como resultado de mutaciones favorables, que tornaron
heredable la facultad de fantasear, y siempre estamos en presencia de un proceso
de supervivencia cuando se trata de la vida.
Cuando los hechos psíquicos, por razones
de supervivencia desembocaron en un psiquismo elevado (en el hombre), paradójicamente
se produjo un choque con la realidad ciega; entonces el mecanismo de
supervivencia se tuvo que replegar sobre sí mismo, hasta tanto apareciera la
salvación de la extinción de esas nuevas formas inteligentes y el rescate del
aniquilamiento consistió en la
facultad de fantasear. Lo absurdo se pudo tornar en lógico, la sinrazón pudo
desvanecerse dando paso a la razón, los golpes fatales que provenían de las
sombras adquirieron todos un significado, ciertos hechos se pudieron interpretar
como señales de futuros acontecimientos (destino fatal, premonición).
De esta manera, el homínido ignorante,
pero inteligente, consciente y fantasioso, se volvía a asemejar a lo que era
antes, es decir al animal inconsciente, al animal que sufre en el momento y
luego olvida para asolearse plácidamente, porque ahora el homínido, después
de padecer un hecho nefasto, podía consolarse fantaseando, inventando
explicaciones satisfactorias que le otorgaban paz, para de esta manera continuar
adelante en la existencia e incluso, obtener momentos de placidez como el reptil
que toma sol en la costa de un río. ¡Nacen así las pseudociencias!
Los materiales para las creaciones mentales
fantásticas consistieron en las mismas impresiones del mundo exterior y
vivencias interiores. Todos esos datos grabados en el cerebro sufrieron
deformaciones como la imagen que es reflejada en la superficie de las aguas en
movimiento ondulante. Esas vivencias grabadas podían crear por combinación
ideas fantásticas de hechos y seres que jamás existieron. La fantasía puede
dar vida a seres inanimados y atribuir poderes y cualidades a seres vivientes
que no los poseen. Los árboles pueden musitar palabras y mover sus ramas como
brazos; las montañas desplazarse, y un ave convertirse en piedra o viceversa,
de forma semejante a como ocurre durante los sueños.
Existe una teoría que quiere explicar el
origen de la fantasía en las ensoñaciones oníricas. Durante el sueño parece
recapitularse la entrada del primitivo
pitecántropo en el mundo de la fantasía; allí todo es posible, incluso
ver y tratar con los seres desaparecidos, ver cumplidos los deseos
irrealizables, transponer los límites de la muerte o tornar hacía atrás en el
tiempo para verse el adulto otra vez como niño.
Muy ingeniosa resulta esa teoría por su
fundamento en la semejanza de la fantasía onírica con la fantasía en estado
de vigilia, pero en realidad el origen de la facultad de fantasear hay que
buscarlo en los genes mutados, de tal manera que si sólo fuese un resultado de
las experiencias oníricas, entonces todo individuo necesitaría previamente
experimentar el ensueño antes de fantasear, cosa dudosa, más cuando se deja a
un lado la tradición que acumula ideas fantásticas que son transmitidas a las
nuevas generaciones oralmente o mediante el arte y la escritura posterior.
La tendencia hacia la fantasía surge ya
espontáneamente, en las criaturas de corta edad que comienzan a ver su mundo
circundante como algo mágico, donde puede ocurrir de todo. Cualquier cosa es
posible. Para un niño, en esa etapa de la vida, ni siquiera la muerte posee un
significado atroz, porque él se puede imaginar que su madre fallecida puede
volver a la vida para sonreírle otra vez, o que él puede transformarse en otro
ser capaz de volar a la morada de
su madre muerta para reunirse con ella.
En la adultez, van cediendo estas ideas
fantásticas que protegen al infante de la cruda realidad, porque la psique va
dando de cara contra los embates de la existencia que la sacuden y despiertan
para llamarla a esa realidad cruel, pero nunca se logra una total emancipación
de las ilusiones fantásticas que protegen al individuo durante toda su vida de
la angustia enervante y el mundo mágico, con su ayuda: las
pseudociencias, continúan rodeando siempre al ser que se mueve con mayor
seguridad en aquel, porque imagina causas, razones, motivos que aún equivocados
le conforman, al mismo tiempo que liga objetos o hechos que nada tienen en común,
para darse explicaciones de los aconteceres que parecerían absurdos ante una
mente desprovista de conocimientos científicos impregnada de fantasías.
La fantasía arranca a la mente del mundo físico
y la transporta hacia otro mundo mejor, un mundo de ensueño y de seres que
transponen los límites de la realidad para proyectarse hacia infinitas
posibilidades.
Pero tampoco es de suponer que ese mundo de
fantasía elaborado es ya, por sí solo, una forma de vivir en la felicidad
completa, sino que siempre es influido por nuevos embates del exterior. Se puede
tornar amenazante y crear a su vez angustia.
No obstante, el valor de esta facultad para
la supervivencia reside en el “poder” de torcer los acontecimientos,
sojuzgarlos, manejarlos con la imaginación y una vez pasado un trance doloroso,
retornar a la paz, al sosiego, huyendo mentalmente de otra posibilidad igual.
Lo fatal, lo imposible, deja de ser
fantasma amenazador y la evasión de la realidad insoportable garantiza entonces
una continuidad del proceso de hominización gradual de los primates.
Así, repito, nacen las múltiples pseudociencias, pero... ¡Cuidado! ¡Estas son traicioneras! Pues
pueden distraer peligrosamente al creyente, quien en lugar de buscar solución o
alivio a sus dramas en psicólogos y psiquiatras (hombres de ciencia que han
estudiado a nivel universitario), acuden a los manosantas, charlatanes, a las
recetas mágicas, a los libros de autoayuda escritos por ineptos, “polvos mágicos”
y otras tonterías por el estilo.
Ladislao Vadas