A pesar de lo poco
probable, según mi hipótesis, de la existencia de vida inteligente en otros
mundos, ¿podemos concluir en su imposibilidad total?
Si en nuestro planeta fue
posible su aparición en base a los elementos químicos del Cosmos, que por
aproximación azarosa y enlace por afinidad dieron como resultado esta
complejísima trama psicogeneradora como lo es nuestro cerebro fruto de un largo
proceso de cambios a lo largo de millones de años, entonces no podríamos negar
en términos absolutos que en algún rincón remoto del universo haya ocurrido algo
semejante.
Lo único que exige, nuestra
lógica, es que tal evento debe ser situado muy, pero muy alejado de nosotros en
el espacio universal.
Así como una bolilla de
lotería es difícil que salga repetida en dos jugadas sucesivas, ni cada tres,
cuatro, diez..., también es improbable que cierto planeta parecido o igual a
nuestro Globo Terráqueo contenga seres vivientes que hayan alcanzado la etapa de
la inteligencia y conciencia, se halle cercano a nosotros, ni siquiera en las
galaxias más próximas en la suposición de una distribución más o menos uniforme
de estas posibilidades.
Es decir que, si nuestro
conglomerado de galaxias al cual pertenecemos, fuesen cuerpos con capacidad
psicogeneradora en algunos de sus planetas, mientras que otros conglomerados
galácticos carecerían de tales condiciones, entonces el panorama variaría, pero
nada nos induce a aceptar estas características y por ende no podemos aventurar
tales especulaciones. Por este motivo los cosmólogos se ven forzados a ubicar a
nuestro mundo conteniendo seres inteligentes en algún punto extremadamente
alejado de nuestro globo terráqueo, tan distante que habría que medir estas
distancias en megaparsecs. Pero de todos modos, muchos cosmólogos aceptan la
posibilidad de la existencia de un mundo con las mismas condiciones ambientales
que el nuestro, y para aquellos que poseen una propensión a creer en una réplica
del planeta Tierra, las posibilidades están dadas por el azar.
Pero resulta que, a la
postre aparece un divorcio entre lo que deduce la Ciencia Biológica en cuanto se
refiere a morfología y psicología y lo que pretende la mente humana en su afán
de saberse acompañada en el universo de seres, si no iguales, al menos
semejantes. El hombre generalmente, cuando se aboca a especulaciones sobre
posible vida extraterrestre, prefiere que ésta sea siempre semejante a la
conocida en nuestro mundo.
Si bien se suele hablar de
otras formas posibles de vida, inconscientemente se prefiere aceptar una
recapitulación de todo lo acaecido en la Tierra en materia de nacimiento de las
primeras formas de vida y su posterior evolución, detrás de cuyo concepto se
entrevé la también la inconsciente idea de cierta ley universal según la cual
todo proceso viviente debería atravesar por idénticas etapas evolutivas, a
saber: virus primitivos, célula primaria, metazoo, peces, anfibios, reptiles,
mamíferos, hombre, o en todo caso en esta última etapa transformada la nueva
rama filética en “humanoide” como si la forma antrópica fuese el corolario, la
meta de toda transformación biológica olvidando que, precisamente, esta figura
antrópica que presentamos ahora, es una forma de transición hacia otra
morfología, que no es ningún corolario, ninguna forma definitiva, ningún clímax
evolutivo alcanzado, sino una de tantas formas intermedias del proceso
filogenético que no se detiene jamás.
Además de ser, la nuestra,
una etapa de transición filética, es al mismo tiempo una forma entre
innumerables otras posibles y por ende, no necesariamente repetible en otros
mundos, ni en el nuestro en el supuesto caso en que el hombre se extinga.
Pero la falta de
conocimientos sobre genética, zoología, botánica, paleontología, evolución de
las especies, etc., hace que el hombre sea proclive hacia su ancestral
antropomorfismo y a que no acepte otra forma de ser viviente con inteligencia y
conciencia que no sea humanoide, es decir semejante en figura al hombre, como
meta de toda transformación evolutiva.
Este afán es lógico y
natural tanto desde el punto de vista antropológico, como del religioso y
psicológico.
El hombre desde su óptica
creacionista, se aprecia a sí mismo como una coronación de la historia
evolutiva, como un resultado final y le cuesta admitir que en otros mundos no
haya ocurrido lo mismo.
Para los pueblos americanos
antiguos eran figuras claves ciertos felinos y reptiles propios de la región que
habitaban, a los cuales ligaban íntimamente a sus orígenes como pueblo y a sus
creencias religiosas, porque esa era la única fauna que conocían. En los pueblos
asiáticos, por ejemplo, fueron otras las especies zoológicas mitificadas,
transformadas en sagradas como el buey, por ejemplo, y que se hallan
representadas en diversas pinturas y tallas, porque la fauna allí reinante era
diferente de la americana.
Así también la humanidad en
general, de todo el Orbe, imagina la vida extraterrestre semejante al tipo
terráqueo y, por ende, no puede faltar allí el corolario de la “creación”: el
hombre o cosa semejante, porque cuesta concebir formas extrañas de seres
inteligentes que nada tendrían que ver con humanoide alguno.
El antropomorfismo ha
tenido siempre vigencia, aún en la remota antigüedad. En las religiones
primitivas por ejemplo, si bien se partía de una talla con la figura de un
animal protector de la tribu, se terminaba otorgando al dios principal, figura,
cualidades y defectos humanos. Esto en la mayoría de los pueblos primitivos del
mundo.
Todos los problemas que
aquejan al hombre, sus complejas relaciones y dificultades originadas en su
índole psíquica conflictiva tomada como la única posible en el mundo, sus
tendencias positivas y negativas, su condición de bisexualidad que le trae
aparejadas no pocos problemas, sus transformaciones desde la primera infancia
hasta la vejez, todo ello fue transpuesto a sus supuestos dioses, es decir, a su
mundo inmaterial, el mundo del animismo.
Iguales pasiones, deseos,
virtudes, instintos depravados y figura corpórea, fueron trasladados a los seres
espirituales, una neta creación mental.
En las fábulas para niños
donde los actores son animales de las más diversas especies, así como en todas
las mitologías de todos los pueblos, campea siempre el antropomorfismo.
Así también el ser humano
de hoy que se enfrenta ante la nueva problemática que se le plantea ante la
posibilidad de vida extraterrestre, “humaniza” a las hipotéticas inteligencias
extraterrestres, les atribuye intenciones, inclinaciones, deseos, pensamientos,
ambiciones y otras cosas, tales como las poseen los humanos, recluidos en
cuerpos con dos piernas, tronco, brazos, cabeza, un conjunto corpóreo más
grande, igual o más pequeño que el del espécimen terráqueo, más o menos
proporcionado que éste, pero siempre conservando la figura “humanoide” (como lo
podemos ver en las películas de ciencia ficción) como si ésta forma fuese una
condición universal, para el establecimiento de una inteligencia superior.
No se piensa en el árbol
filogenético, ya sea por desconocimiento de las ciencias de la Evolución y de la
Paleontología o simplemente porque predomina en el ser humano una creencia en
ciertas supuestas leyes cósmicas a las que se deberían ajustar los
acontecimientos biológicos.
No se tiene en cuenta, por
ejemplo, que el filum moluscos, el filum artrópodos, y los
incontables filumes de los vegetales han seguido derroteros completamente
desconectados del filum de los mamíferos quienes originaron al ser
inteligente superior.
Advertimos que si al
filum mamíferos primitivos le hubiese acontecido algún evento extintor, más
aún, si sólo a la rama de los primates (a la que pertenecemos) le hubiese
acaecido algún evento destructor cortándose así la rama filética, no habría
Homo sapiens, y por ende no estaría yo aquí escribiendo, ni mis lectores
leyéndome, puesto que ninguna de las otras ramas ha experimentado tendencia
alguna hacia la forma “humanoide”.
No es que el hombre sea el
ápice de una transformación lineal, en un solo sentido, sino que se trata de una
única rama, un desvío que evoluciona y convive con otras ramas paralelas
coetáneas, cuyas bifurcaciones del tronco primitivo de la vida son muy antiguas.
Pero el hombre, en su
vanidad, se ve perfecto, su figura le agrada por una lógica razón de
supervivencia, ya que, si se viese a sí mismo como feo, desproporcionado,
monstruoso, esto desencadenaría un conflicto psicosomático, quizás próximo a una
decisión de suicidio. Por ello el hombre se ve a sí mismo como bello, o por lo
menos idealiza su figura antrópica y cree que es la mejor que puede existir en
el Cosmos.
Esto, unido a la creencia
de que se trata de un ser acabado, un resultado final de la evolución, piensa,
por extrapolación, que toda evolución extraterrestre debe apuntar hacia la misma
figura y hacia los mismos vicios y virtudes del hombre.
Los supuestos
contactos de las antiguas civilizaciones con seres extraterrestres
El Halach uinic
“volador”, un bajo relieve tallado en una losa que cubría un sarcófago maya del
Templo de las Inscripciones, en Palenque, México, interpretado por algunos como
la figura de un astronauta sentado en su nave espacial, es un ejemplo patente de
antropomorfismo, entre muchos otros. Con el trabajo del arqueólogo A. Ruz, que
se prolongó desde 1949 a 1952, quedó descubierto un sarcófago que contenía el
esqueleto de un hombre en decúbito supino con adornos alrededor de su cabeza,
como orejeras de jade y fragmentos de una máscara de mosaico también de jade. El
pecho se hallaba cubierto por un pectoral fabricado de cuentas y los brazos
presentaban brazaletes y un anillo en cada dedo.
La tumba se encontraba bajo
el nivel del suelo sobre el que se levanta una pirámide, un monumento funerario
erigido para este personaje importante allí enterrado.
La lápida que cubre el
sarcófago, de 3,80 metros de largo, 2,20 de ancho y 0,25 metros de espesor,
presenta en sus lados 54 jeroglíficos grabados, treinta de ellos señalan la
fecha aproximada del año 700 d.C. La parte superior de esta losa se halla
esculpida y presenta al personaje que algunos charlatanes “platillistas”
pretendieron asimilar a la figura de ¡un astronauta tripulando un cohete
interplanetario!
Según esta interpretación
“de estos sabios”, rodeado de complicado instrumental, se encuentra aplicando el
talón izquierdo a un pedal para accionar el mecanismo espacial. Se creen ver
esculpidos también un visor, tubos de aire y oxígeno, casco con antenas,
micrófonos, cinturón de seguridad, telescopio controles, una tobera para escape
de gases, y otras cositas (bien terráqueas por supuesto). La posición del
personaje, realmente hace recordar a la que deben adoptar los astronautas
terrestres en el momento de partir hacia el espacio para soportar las grandes
presiones.
Pero... lástima para los
ufólogos, la arqueología especializada en arte Maya, explica de un modo muy
distinto todos los detalles.
Lo que allí se representa,
es a un personaje recostado encima del mascarón de la Tierra, escultura esta
última repetida en diversos lugares como en la ciudad maya de Tikal, Guatemala,
en la “estela F” y en grecas de Tula de civilización tolteca a miles de
kilómetros una de otra. Del cuerpo del muerto sale una espiga de maíz, gramínea
muy común entre los indios americanos y uno de sus alimentos casi exclusivos.
Sobre la espiga se halla posado un Quetzal, ave de la zona. También se halla
representado el maxilar superior del Quetzalcoatl (serpiente emplumada), un dios
zoomorfo maya, con su colmillo inoculador de veneno interpretado modernamente
por los “sabios” investigadores “platillistas” como una toma de aire de la nave.
También se pueden apreciar
temas astronómicos como cielo, Venus, Luna, etc. esto es que, todos los
elementos que componen el complejo de la escultura de la losa del Templo de las
Inscripciones son comunes, conocidos y se hallan por separado en diversos
motivos del arte maya.
Pero aún haciendo frente a
la arqueología y a la biología, se ha continuado afirmando que se trata de la
representación de cierto personaje venido de otros mundos con el fin de
aleccionar al pueblo Maya, apoyándose en la leyenda del Quetzalcoatl entonces ya
antropomorfizado, según la cual verdaderamente habría existido cierto personaje
sobresaliente fuera de lo común, un dirigente que supo organizar a un pueblo,
mitificado con el transcurso del tiempo hasta convertirse en un dios.
Si pasamos ahora al antiguo
Perú, nos encontramos con un tal Viracocha, quien se asemeja en varios aspectos
al “astronauta” Quetzalcoatl. También él fue un héroe cultural. Según la
mitología incaica, Viracocha, después de recorrer toda la región instruyendo a
su pueblo, partió desde las costas del Ecuador a través del Pacífico, ¡caminando
sobre las olas! (Esto nos hace recordar a Jesucristo, cuando, según los
Evangelios caminó sobre las aguas y San Pedro, por querer imitarlo casi se
ahoga).
A la luz de los actuales
conocimientos antropológicos no es de descartar que cierto personaje de raza
blanca haya visitado a diversos pueblos americanos impartiéndoles cultura, pues
los antiguos conceptos de aislamiento de los pueblos primitivos van cediendo
ante la posibilidad de una activa navegación en el pasado, aún con medios
precarios, dada la natural intrepidez y curiosidad del hombre, llegándose a la
conclusión de que diversos pueblos pudieron haber llegado muy lejos de sus
lugares de origen con la ayuda de un buen tiempo en sus largas excursiones
oceánicas con pequeñas y rudimentarias embarcaciones.
El (para algunos creyentes)
ser extraterrestre que visitó varios pueblos sería entonces algún navegante
“bien” terráqueo con cierta cultura, impulsado por su espíritu de aventura, que
al aparecer entre aborígenes algo civilizados, se habría visto ensalzado por su
superioridad en conocimientos.
Si a las costas americanas
han arribado navegantes blancos, es muy probable que incluso hayan sido
deificados como lo han sido en otros pueblos de distintos continentes, pero la
perspectiva de visitas extraterrestres en la antigüedad es fascinante y domina a
más de un pensador que cree ver en el supuesto humanoide a una forma pancósmica,
casi “popular”, como un fenómeno biológico de convergencia una figura buscada
por todo el proceso biógeno como una meta.
En ciertas pinturas
rupestres, se cree adivinar humanoides astronautas con cascos y todo; los
monumentos ciclópeos de las islas de Pascua, se interpretan como esculturas que
representan a los extraterrestres que habitaron esa región del globo. A su vez
las pistas de Nazca (Perú) que he tenido oportunidad de avistar desde una
avioneta alquilada durante mis correrías por Sudamérica, constituyen para los
“platillistas” “pruebas” indudables de que en la remota antigüedad era común el
contacto de la humanidad con otras civilizaciones más adelantadas. (Dicho sea de
paso, durante mi excursión aérea sobre dichas figuras de Nazca, sólo he hallado
la mano del hombre, que ordenó piedras en relieve para “dibujar” motivos bien
terráqueos como una araña, un mono, un pájaro picaflor, etc.).
Se desafía a la arqueología
porque no se reconoce el valor de la investigación que esta ciencia ha realizado
pacientemente a lo largo de los años, y se opone a la biología porque se toma a
la figura humana o humanoide como única morfología capaz de albergar una psique
superior, o de lo contrario se considera al propio hombre como un
extraterrestre traído a este planeta intencional o accidentalmente, ya sea como
raza inferior, como material de estudio para comprobar hasta que grado de
desarrollo es capaz de alcanzar, o como un resultado de alguna emigración de
humanos extraterrestres para huir de alguna conflagración bélica; raza que
estaría siendo espiada, cual cobayos, desde la más remota antigüedad por otras
razas superiores.
Las especulaciones desde
la “era de los avistamientos de OVNIS”, hasta el presente, si bien han
disminuido en su sensacionalismo, no han cesado. Tenemos a los émulos de Sagan
quienes creen en la existencia de civilizaciones extraterrestres por doquier,
como frutos de cierta supuesta ley general según la cual los elementos del
Cosmos, a la larga tienden hacia la constitución de inteligencias menores,
iguales o superiores a las humanas de nuestra Tierra, y todo a la par de las mil
y una mitologías que aún persisten.
Estas especulaciones que andan
proliferando en nuestros días son incontables. La imaginación humana trabaja sin
descanso inventando nuevas y nuevas explicaciones para la presencia del hombre
en nuestro planeta, sus construcciones de la antigüedad, sus fenómenos
mitológicos y religiosos.
Así es como se liga a
personajes sobresalientes de la antigüedad fundadores de religiones, o de un
nuevo estado de cosas (reformadores), con visitantes extraterrestres que
estarían tratando desde siempre de aconsejar al hombre, de visitarlo
periódicamente, de ver cómo andan sus asuntos, de ayudarlo a erigir ciclópeas
esculturas y monumentos, de infundirle la moral, pautas de progreso e incluso
conocimientos científicos como los astronómicos y, algunos aún esperan sus
regresos para conocer cómo andan las cosas hoy por aquí.
En estos temas se pasa por
alto la Antropología y la Psicología al no aceptarse nuestra capacidad para el
conocimiento, el cálculo y la realización de proyectos del hombre de hace más de
2000 años, tiempo despreciable para un proceso tan lento como el de la
psiquización.
Algunos observadores no se
explican, por ejemplo, cómo pudieron haber sido construidas las famosas
pirámides de Egipto, cómo pudieron aparecer las mismas construcciones en América
(en México, por ejemplo), acerca de quiénes tallaron las ciclópeas figuras de de
las islas de Pascua y quiénes construyeron Machu Picchu, Ollantaytambo, la
fortaleza de Sacsahuamán y los geoglifos de Nazca, (sitios del Perú que he
tenido oportunidad de visitar personalmente).
La figura del humano, o
humanoide extraterrestre flota sobre toda la antigüedad para los exobiólogos
que tratan de explicar todas estas cosas enclavadas en el misterio por aquellos
que prefieren utilizar este término antes de devanarse los sesos con cálculos
complicados para entender cómo un ser tan débil como el hombre pudo haber
apilado piedras de 200 toneladas para construir fuertes como el de Sacsahuamán
de 540 metros de longitud y 18 metros de alto. El hecho de extraer de la cantera
una piedra de 4,2 metros de ancho y l3,6 metros de espesor y 8 metros de altura,
para darle forma, transportarla y colocarla, es asombroso. También lo es el
hallazgo de figuras zoomorfas en Nazca y Palpa, Perú, sólo apreciadas desde el
aire, de varios kilómetros a base de surcos y pequeñas piedras. (Que sin embargo
se ven repetidas en cerámicas del estilo Nazca). Si no fuera por los escollos
que ofrece la ciencia Biológica, resultaría muy sugestiva la idea de considerar
al hombre como una raza inferior “sembrada” sobre la Tierra por alguna raza
alienígena superior que lo estaría espiando periódicamente (muchos son los que
esperan el regreso de los OVNIS, mientras que otros sólo desean recrear la
patraña para ganar dinero con revistas, libritos y videos). Podría tratarse para
“ellos” los alienígenas de un material de experimentación, seríamos cobayos de
los seres extraterrestres, lanzados a la existencia adaptada a nuestro planeta y
abandonados a nuestra suerte durante largos lapsos entre uno y otro de los
supuestos viajes interplanetarios o interestelares de esos seres quienes
regresarían a la Tierra periódicamente a los fines de ponerse en contacto con su
material de experimentación (nosotros, los terráqueos) para realizar estudios
del estado actual de las cosas, al mismo tiempo que mostrar algunos prodigios
como puede hacerlo un civilizado ante una tribu en estado primitivo, enseñar
culturalizar y regresar a sus lugares de origen.
Según algunos “sabios”,
hasta podríamos ser creaciones de otras inteligencias cósmicas. Todo nuestro
maravilloso organismo, su funcionalidad, podría haber sido ideada por humanoides
superinteligentes, para ser luego abandonados a nuestra ventura y desventura,
explicándose de esta manera tanta maravilla que nos sorprende a la par de tanto
sufrimiento que nos aqueja.
Alguien dijo, cierto
filósofo, que si fuese necesario aceptar que este universo ha sido creado por
una inteligencia superior, también habría que concluir en que ha sido luego
abandonado, porque no se advierte una acción sostenida, un gobierno permanente,
una protección para las criaturas, animales y hombres, que padecen períodos de
tremendas tribulaciones, o que luego de vivir con zozobras pasajeras o en
relativa paz, desembocan en terribles sufrimientos y desgracias como parte final
de sus existencias.
En el caso de que fuéramos
creaciones por parte de seres superinteligentes sembradores de vida por el
Cosmos y planificadores de los organismos y de otras inteligencias, se podría
pensar en visitas periódicas con intervención parcial sobre los asuntos humanos,
es decir aconsejando, enseñando o ayudando a construir civilizaciones sin
modificar la condición del hombre desde el punto de vista biológico, es decir
dejando incólume su base genética que lo hace proclive a los diversos achaques,
muerte prematura, conflictos por causa de desviaciones psíquicas hacia el delito
o ideas encontradas de corte negativo, lo cual a su vez nos haría pensar en una
insensibilidad atroz ante el sufrimiento por parte de esas inteligencias
superiores. ¿Superiores? Resulta incongruente este término con la ausencia de
sensibilidad desde el momento en que entre nosotros el bien, la moral es el
motor principal que mueve al tronco central de la humanidad por razones de
supervivencia, aunque habría que pensar en la índole de los hipotéticos seres
que hubieran logrado la supervivencia sin importarles ya la moral por haber
superado ese período tornándola innecesaria. Pero de todos modos, deberían
conservarla en cuanto a su necesidad para con otros seres acreedores de
compasión como nosotros los terráqueos, expuestos a los padecimientos por causas
de las más variadas, controlables e incontrolables por el momento y dada nuestra
base biológica que nos predispone al padecimiento.
Todo esto puede ser muy
bello o muy desagradable, según la posición de cada uno frente a una realidad de
esta naturaleza o según la elección que cada uno haga de las diversas hipótesis
que continuamente se inventan, pero la realidad que se vislumbra a la luz de la
Ciencia Biológica es muy otra. El “humanoide” extraterrestre resulta ser un
simple mito, una ingenuidad humana, una transposición sin fundamento, un anhelo
antrópico de verse acompañado, vigilado o protegido por seres semejantes a él o
superiores a él, y fundado en la creencia de ciertas leyes naturales que
determinarían siempre una recapitulación de la historia de la vida en cualquier
parte del Cosmos donde reinen condiciones ambientales similares a las de la
Tierra.
De este modo, tampoco se
clarifica el origen de la vida, ni se entiende mejor la causa del potencial
biógeno de los átomos como oxígeno, nitrógeno, hidrógeno, carbono, fósforo, etc.
Lo único que se logra es
generalizar un fenómeno particular como la vida terráquea, pretender que se
trata de un proceso cósmico común que sigue ciertas idénticas leyes, sin
explicar nada acerca de los intrincados mecanismos que hacen ser a una célula
viviente, cuando por otra parte la biología nos brinda una solución más
racional, lógica y científica al limitar nuestra vida, esta vida terráquea que
conocemos, a nuestro Globo Terráqueo como fenómeno exclusivo, obra de la
selección azarosa obrada sobre complejísimos acontecimientos de toda índole la
mayoría de ellos de existencia perecedera a corto plazo, entre cuyos procesos se
destaca precisamente el viviente terráqueo porque obtuvo por casualidad la
posibilidad de perpetuarse por lo menos mientras persistan las actuales
condiciones en nuestro sistema solar que puede ser arrasado por alguna
catástrofe imprevista.
Otros procesos de más larga
data como la vida de una estrella o la evolución de una galaxia superan
lógicamente al breve episodio de la vida terráquea en su duración, pero
difícilmente pueden superarlo en complejidad y este detalle hace que este
fenómeno vida que conocemos y somos y en especial la vida psíquica humana sean
poco comunes a diferencia de la formación de una estrella o una galaxia,
estructuras tan multiplicadas en el universo.
Lo común es
que existan miles de millones de letras repetidas y mezcladas en algún lugar. Lo
raro sería que un conjunto de ellas al esparcirse formaran un libro de poesías,
una novela o un ensayo científico-filosófico.